Pero el debate sobre el lenguaje se ha quedado en una anécdota tras las palabras del Ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, que se está mostrando como el adalid de las políticas ultraconservadoras del nuevo Gobierno de Mariano Rajoy. Plantear que “debido a la violencia estructural existente muchas mujeres se ven obligadas a abortar” son declaraciones más propias de la jerarquía eclesiástica que de un miembro del Gobierno, cuyo principal objetivo es promover la igualdad entre todas las personas. Sus declaraciones, que en un primer análisis pueden parecer no tan excesivas, esconden su intención de poner a la mujer en un papel secundario en la sociedad, donde analíticamente no es capaz de discernir por propia voluntad si debe abortar o no. Y por lo tanto, desde un Gobierno “protector”, se deben promover las condiciones jurídicas que garanticen el “derecho a la maternidad” frente al derecho a que una mujer decida sobre su propio cuerpo.
Este ejemplo sitúa nuevamente a la mujer en los tiempos en que no podían votar porque no tenían las facultades para discernir qué era lo mejor para el país. Tiempos en los que no podían abrir una cuenta bancaria porque no eran capaces de decidir qué hacer con el dinero familiar, ya que podían gastarlo en cualquier “caprichito” que no beneficiase a la familia (o al hombre). Unos tiempos en los que la mujer no podía caminar sola por la calle, porque no era capaz de defenderse por sí misma, e incluso, podía ser “engañada” por cualquier hombre que se encontrase con ella.
Este intento de homologación de la mujer actual con la del siglo XIX, o de la dictadura franquista, es un verdadero atentado hacia la mujer y su libertad de decidir sobre su propia vida. Si al Gobierno de Mariano Rajoy y al fundamentalista Ruiz-Gallardón les preocupa realmente acabar con la “Violencia Estructural”, se debe plantear por qué las mujeres no ocupan los puestos de alta dirección en igualdad de condiciones con los hombres (como por ejemplo en el Consejo de Ministros), por qué las mujeres cobran un salario inferior al del hombre por el desempeño del mismo puesto de trabajo. Se debe plantear por qué una mujer se debe someter a que en una entrevista de trabajo se le pregunte sobre sus expectativas maternales o el número de hijos que tiene, cuando a nadie se le ocurriría preguntárselo a un hombre.
Si Alberto Ruiz-Gallardón quiere trabajar realmente contra la violencia estructural, que sufren las mujeres, debería pelear en el Consejo de Ministros para que estuvieran representadas en él, en igualdad de condiciones que un hombre. Quizás así este Gobierno no haría leyes como la Reforma Laboral que perjudica especialmente a los jóvenes y a las mujeres, a las que se elimina con esta reforma el derecho a la lactancia y, por lo tanto, se las expulsa del mercado laboral. Quizás si hubiese más mujeres en el Consejo de Ministros se harían leyes que facilitasen la conciliación laboral, a través de un sistema público de educación 0-3 años, o no se volvería a la Ley del Aborto del año 81, que deja a las mujeres y a los médicos en una auténtica inseguridad jurídica. Si hubiese más mujeres se establecerían más medios para la lucha contra la violencia de género y no se permitirían declaraciones como las realizadas por el Ministro de Justicia, que favorecen que los hombres sigan sintiéndose superiores a las mujeres y, por lo tanto, puedan hacer con ellas lo que consideren oportuno, ya que “como seres inferior”, están a su merced.
Si hasta el momento era necesario seguir reivindicando los derechos de las mujeres cada 8 de marzo, con este Gobierno tan retrógrado hay que impulsarlo con más vehemencia si cabe. Durante los próximos años se pueden dar pasos de gigante hacia atrás en los derechos individuales y colectivos. Cada granito de arena que aportemos para frenar este retroceso es importantísimo. Se ha destapado la caja de Pandora de la caverna y están a ver quién da más. No permitamos declaraciones como las de Esperanza Aguirre, en las que habla de que la verdadera violencia estructural es que un hombre no quiera casarse. No podemos permitirlo y debemos afear estas actitudes, porque si no, volveremos a los tiempos del cine en blanco y negro y a las películas de Berlanga. Ni un paso atrás.