Les pongo un poco en antecedentes: la medida propuesta surge de una recomendación planteada hace unos días por la Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, quien observaba que, dada la situación de precariedad por la que están pasando muchas familias, los comedores escolares debían atender este verano a los menores en situación de vulnerabilidad con el objetivo de garantizar que estos niños pudieran hacer al menos una comida al día en condiciones. Para Becerril, garantizar esa adecuada alimentación infantil ha de ser una prioridad para todos los poderes públicos, por lo que no dudó en manifestar que estaba “segura” de que las Comunidades Autónomas acogerían su propuesta. Pues bien, el grupo Alternativa Galega de Esquerda (AGE), ha presentado en Galicia una proposición no de ley en la que solicita la apertura durante el periodo estival de los comedores de los colegios para “atender a menores en situación de vulnerabilidad”. Alegan que en Galicia hay un número “importante” de jóvenes “que tienen una alimentación deficitaria” y que son muchos los niños que, según advierten los profesores, “acuden al colegio sin desayunar”.

Como verán la situación descrita resulta alarmante y ciertamente preocupante y la solución, aunque no es la panacea y requiere de reformas estructurales severas que erradique la problemática, suena al menos necesaria para garantizar que los pequeños coman. Sin embargo, el PP de Galicia ha presentado una enmienda en contra. Una enmienda que justifica asegurando que considera “no adecuada” la propuesta porque conlleva un “riesgo de excesiva visibilidad” del problema y podría “provocar cierta discriminación a los usuarios de estos centros”. Así lo ha explicado el diputado popular Román Rodríguez. Llegados a este punto, es donde en mi cabeza, ansiosa de creer en el ser humano, aparecen esos pequeños ángeles y demonios con los que en los dibujos animados se representan las dudas morales, e intento creer que verdaderamente el propósito del PP es velar por evitar estigmatizar a los niños cuyas familias no pueden darles un plato de comida digno en su casa. Intento creerme el argumento y, por un momento, imagino el estigma que representa para un niño tener que ir al colegio en verano a comer porque no hay comida en su casa, intento recrear desde ese tópico que dice que “los niños son muy crueles” las burlas de otros niños hacia ellos, y las consecuencias de estas burlas para el futuro de quienes asistan a los comedores y, por un momento, creo en la buena voluntad de las palabras del diputado del PP y de las intenciones de su partido… Pero solo me dura un momento. Enseguida la realidad, por triste que sea, y es realmente dramática, me dice que cualquier niño prefiere y necesita comer y llenar su estómago, sea en el colegio o sea en casa, que pasar hambre. Que el estigma ya se genera por la pobreza a la que se ven abocadas muchísimas familias en Galicia y en toda España, fruto de una crisis tirana que no entiende de personas. Por un momento, me invade la rabia por entender que hay quienes quieren ocultar un drama social del que son en parte responsables, en la medida en que ocupan cargos de responsabilidad política y que, en este caso, son miembros de un partido que no duda en recortar y aplicar medidas austericidas sin pensar en las consecuencias que estas tienen en la gente, en las personas, en los proyectos de vida. Me indigna pensar que preocupa más esconder una realidad de este alcance, que discrimina per sé al generar desigualdades entre la población de magnitudes hasta el momento desconocidas en un lugar como España, que dar visibilidad a situaciones de pobreza infantil como las que se están detectando, aunque lo que esté en juego por la complicidad de quienes quieren mantener la situación silenciada, sea la alimentación de los más inocentes. No estigmatiza comer en un comedor de colegio, señores del PP Gallego, estigmatiza que te nieguen la oportunidad de comer todos los días.

Está claro que, como hemos señalado antes, la medida planteada no es la solución real del problema. Que la envergadura del mismo requiere de un plan integral de actuación que atienda con carácter prioritario situaciones de riesgo de pobreza y exclusión social que afectan directamente a los niños. Rodríguez asegura que “es mejor utilizar otros mecanismos de gestión de este servicio que no generen efectos de excesiva visibilidad para los alumnos y que posibiliten que las familias puedan tener alimentos en sus casas”. Efectivamente, lo mejor sería tener alimentos en las casas, como sería ideal que los padres y madres de esos niños tuvieran un trabajo digno, lo ideal sería que esos niños y sus padres tuvieran acceso en igualdad de condiciones que el resto a una vivienda digna (y no es casualidad que se repita el adjetivo), a la educación, a la sanidad… Lo ideal sería que no se hubiera incrementado el número de personas en riesgo de exclusión social ni el número de personas que no tienen ni para comer, a la vez que las listas de millonarios se dispara en estos años de penuria económica, pero desgraciadamente, mientras se materializan propuestas burocráticas y tediosas como la que sugiere el PP Gallego, que implican tiempos y plazos formales, y esperamos que la comida llegue a la mesa de todos los niños, lo mejor es garantizarles la alimentación diaria, aunque solo sea asegurándoles una comida decente al día y hacerlo de una forma segura y ágil que garantice que coman, independientemente de expedientes y estudios sobre si hay que llevarles o no comida. El estómago no entiende de burocracia.

Es curioso que, cuando pensábamos que la ley de vagos y maleantes era cosa de otro siglo, aparecen unos que nos recuerda que es incómodo ver que hay otros que pasan hambre. Está bien entretener con la miseria ajena en programas de televisión, donde parece que todos somos buenos porque a cambio de una silla de ruedas o unos pocos euros, ayudamos al prójimo y, de paso, nos ganamos el cielo. Pero que se queden allí, al otro lado del televisor y sin hacer mucho ruido ni gastar más recursos de los necesarios. Que se limiten a seguir el guión a ritmo de escaleta y en dosis de necesidad dosificadas. Que la realidad, cuando se apagan los focos, es mejor que quede oculta. Tal vez no quede bonito ver a niños que no tienen para comer, o tal vez, simplemente remueva algunas conciencias, que cuando la pobreza se esconde en su casa, parece menos pobreza, o hace sentir al rico menos culpable… Yo voto –que estos días está muy de moda— justo por lo contrario, por ponerla encima de la mesa, junto al pan y las proteínas… y ojala así la visibilizáramos tanto, que dejara de existir…