Escribía hace poco que la izquierda francesa podía compararse a los lemmings escandinavos, esos pequeños roedores de Escandinavia, que, periódicamente se juntan para, en tropel, ir a suicidarse tirándose al mar desde un acantilado.
Es lo que ha ocurrido este pasado domingo en la primera vuelta de las elecciones departamentales francesas. En un momento muy peligroso, graves problemas nacionales de paro con economía casi estancada, movimientos de protesta callejeros semanales, sondeos anunciando el triunfo de la extrema derecha, la Mayoría política que hizo ganar a Hollande se ha presentado totalmente desunida a los comicios, cuando la derecha había realizado la unión casi perfecta con el centro derecha, al estilo del PP.
Partidos como los Verdes o los comunistas, PCF, que habían colaborado con los socialistas en el gobierno de los departamentos, que votaron los últimos presupuestos locales hace solo unos meses, se han desolidarizado del PS, sin contar con el Frente de Izquierdas de Melanchon-Robespierre a quien, desde luego, se le ha parado el reloj, como vulgarmente se dice. El resultado ha sido lo previsto: los socialistas quedan como tercer fuerza política territorial, lo que es inédito, detrás de la Derecha y la extrema Derecha. Los Verdes han conseguido un ¡triunfal! dos por ciento de votos. El PCF puede perder el último Departamento que gestionaba y los socialistas perderán entre veinte y cuarenta presidencias, según lo decida la segunda vuelta. Pero sobre todo la Izquierda desaparece para el segundo escrutinio, decisivo ¡en 500 circunscripciones!, ¡casi la cuarta parte! Si la Unión de las derechas representa el 36 por ciento de los votos, los votos de izquierda juntos llegan al 35. ¡Pero no iban juntos!
La desunión ha cosechado sus frutos. De seguir por tal camino, y nada anuncia un cambio en nuestros dichosos “lemmings”, cuando lleguen las elecciones presidenciales, la izquierda no figurará en la segunda vuelta. Se enfrentarán, otra vez, no será la primera, derecha y extrema derecha. Esta última se afianza territorialmente, elección tras elección y va, finalmente, a constituir un verdadero poso político que pesará de manera duradera sobre Francia. Valls tenía mucha razón cuando auguraba que de seguir así, la izquierda podía desaparecer de las perspectivas del poder político, y cuando, estos días, afirmaba que tenía miedo de que Francia se estrellase en el Frente Nacional.
Felipe González decía que el mal de las fuerzas progresistas era pelearse sobre el futuro, dejando así las derechas gobernar el presente. Más grave aún es el dicho popular que afirma que “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra”. Porque esto es lo grave: en las elecciones francesas algo huele a pasado de los años treinta. Confiemos en que la madurez política de su sociedad permita evitarlo, pero el Petainismo, la adicción al Mariscal Petain, colaborador de Hitler durante la segunda guerra mundial, está de moda bajo las siglas del Le Penismo. Entonces la divisa Trabajo, Familia, Patria, sustituyó a Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Pero este comentario no resume, evidentemente, las responsabilidades de tal situación. Los vaivenes del Gobierno socialista en sus primeros años han creado demasiada desilusión entre sus electores y el restablecimiento de una trayectoria política más firme, con Manuel Valls, choca, por su reformismo, con los idealismos clásicos de los progresistas franceses y las resistencias corporativas de una sociedad que hoy expresa con sus votos su conservadurismo crónico.