Confiar se está convirtiendo en una asignatura difícil en estos tiempos en los que hemos tenido que escuchar sermones de quienes, vestidos con el traje de triunfadores según el manual del buen neoliberal, nos daban lecciones maestras sobre lo innecesarias que son las coberturas de un Estado de Bienestar que aseguraban “agotado” y lo importante que era aprender a subsistir por uno mismo en este mundo moderno en el que nos encontramos (no sé si ser ladrón de guante blanco estaba entre sus opciones).

Decía el domingo Pedro Sánchez “basta ya de capitalismo de amiguetes”, y el lunes nos llovieron detenciones por una operación policial bautizada en lengua muerta con nombre de fruta. Señores bien peinados –como el pipiolo que se ha colado en todos los saraos de la very important people haciéndose pasar por quien no es— que se han asegurado un porvenir (o cientos de ellos) no vaya a ser que finalmente haya que “deshacerse” del sistema de pensiones por esto de los recortes o, simplemente, porque ser rico está de moda en estos tiempos donde los extremos marcan la pauta y hay que elegir, que para algo España es el país de la OCDE donde más ha crecido la desigualdad con –o gracias a —la crisis. Un pequeño detalle, ¿qué pasaría si juntásemos todo el dinero que unos cuantos se han llevado por la puerta de atrás y lo comparásemos con esa deuda que arrastra España?. Yo no he hecho las cuentas, pero tal vez nuestra situación no fuera tan lamentable. Habrá que estudiarlo con calma y ver lo que nos sale, teniendo siempre presente nuestras limitaciones, pues seguramente solo conozcamos una pequeña parte de lo mucho que se ha sacado de las arcas de este país, para llevárselo a algunos –o varios— de esos lugares llamados paraísos. Lo peor de todo esto no es ni la arrogancia, ni la soberbia, ni la prepotencia que conllevan determinadas conductas. Lo peor no es ni siquiera el delito, por grave –gravísimo— que sea. Lo peor es la falta de confianza en el sistema que se ha ido poco a poco calando en quienes ven cómo mientras algunos disfrutan de coches lujosos, palacetes o áticos de ensueño con fondos de dudosa legalidad, otros tantos buscan desesperadamente la forma de dar un plato caliente a sus hijos, o pelear con el banco para asegurarse de que no les quitan la vivienda. Personas que hasta hace poco se creyeron que eran “clase media” y que con su trabajo podrían mantener a sus familias y desarrollar un proyecto vital digno y que de pronto, un día, vieron cómo las condiciones de su existencia cambiaban para siempre y el estigma de la pobreza llamaba a su puerta, acompañado de otros tan injustos como crueles. Porque no nos engañemos, quienes han hecho riqueza por la vía de la trampa, suelen mirar a los que “están abajo” y exigen sus derechos y sus garantías, como si fuesen vagos, desarrapados, excluidos de un sistema donde la meritocracia termina siendo una cuestión de fajos de billetes escondidos en sobres o en bolsillos.

Da lo mismo quien ha robado más. Importa, sin duda, la rapidez de actuación de los partidos para “deshacerse” de quienes han abusado de la confianza depositada por aquellos a los que debían de representar. Los esfuerzos por evitar que esto se repita, la convicción de que es posible gobernar sin trampas y sin enriquecerse o construirse sedes con cajas que no empiezan por vocal.

Sin embargo, la guerra del “y tú más” se convierte en estrategia de defensa ante acusaciones donde lo que más pesa es la evidencia. Estrategias que cansan y aburren a la gente… porque la otra cara de esa pelea verbal propia de colegiales en un patio de recreo, es la de aquellos que siempre tienen menos, los que no acaparan titulares, porque el anonimato sentencia sus posibilidades y les condena a caminos donde la pobreza termina siendo la única alternativa. Paremos esto entre todos y parémoslo ya. Un estudio publicado por PwC (Price wáter house Coopers) antes del verano, alertaba de que en España, “los casos de corrupción, cohecho, soborno y malversación están más que nunca presentes”.

Lo hacía basándose en resultados obtenidos en el informe anticorrupción realizado por la Unión Europea y publicado el 3 de febrero de 2014. Según dicho informe, “el 95% de los encuestados manifestaba que la corrupción es un problema muy extendido en las instituciones locales y regionales”, siendo la media de la Unión Europea del 77%. Y es que parece que, meter mano a lo de todos, es un problema demasiado extendido que urge erradicar. No vale pedir perdón a estas alturas, hay que exigir responsabilidades, hay que obligar a devolver lo robado, hay que trabajar para sacar a nuestro país de una situación de crisis donde nos columpiamos diariamente, independientemente de estadísticas o datos macroeconómicos y, sobre todo, hay que romper con esa imagen de película de Berlanga donde el circo de la corrupción se convierte en una nefasta tarjeta de presentación. Basta ya de jugar con lo ajeno, depuremos e impongamos la ética en las instituciones, en las familias, en el día a día, en la educación de nuestros hijos… en nuestros dirigentes: sean éticos, por favor, y pónganse de una vez a trabajar por romper esa desigualdad tramposa en la que nos movemos.