En la escalada de confrontaciones orquestadas, algunos medios – no se sabe si con la finalidad de mantener vivas las “esperanzas – han llegado a deslizar la especie de que la eventual difusión de una “fotos” de Rajoy podrían cambiar el panorama en el último momento. ¡Es lo último que nos podría faltar por ver en esta escalada cainita! Una cosa son las estrategias duras de critica y acoso y otra la “guerra sucia”.

El descrédito en el que está cayendo la política entre algunos sectores de la opinión publica tiene mucho que ver con la tendencia al uso de la “guerra sucia” en la competencia partidaria. Práctica que se empezó a utilizar hace ya algunos años por grupos de poder cuya ambición no conoce límites morales o procedimentales. Ante tales formas de proceder hay que tener muy claro que todos los demócratas sinceros debemos permanecer unidos en un compromiso firme de hacer frente a lo que puede ser el principal cáncer de la democracia en este siglo.

En España tenemos alguna experiencia en lo que suponen tales mañas, corruptelas y prácticas sucias. Algunos gobernantes socialistas han sido víctimas de ellas y en la Comunidad de Madrid aún no se ha depurado lo que fue la fuga-saga de dos diputados procedentes de las filas del PSOE. Pero también algunos dirigentes del PP han sufrido en sus carnes la falta de escrúpulos morales de algunos. Ruiz Gallardón, por ejemplo, lleva años sufriendo, mal que bien, un acoso sistemático por parte de determinados “compañeros” de su partido a través de libros, panfletos, declaraciones, insinuaciones, descalificaciones, zancadillas y otras incidencias propias de la guerra sucia. Incluso durante varios meses algunos medios reclamaron la difusión pública de unas supuestas “cintas” que le comprometían. También entonces se “amenazó” con fotos y algunas de las que se publicaron fueron utilizadas por un candidato socialista poco afortunado, en una iniciativa lamentable que mereció un repudio prácticamente unánime desde las propias filas socialistas.

Ante tales tendencias, y el riesgo de que en la vida política se produzcan derivas de guerra sucia y confrontaciones cada vez más cainitas y oscuras, y, por lo tanto menos inteligibles para el común de los mortales hay que reclamar una dignificación de la política y una mayor transparencia y moralización de las prácticas democráticas. En el fondo y la forma hay que entender que tales prácticas negativistas y degradantes sólo se podrán combatir eficazmente con una opinión pública exigente y bien informada, con un discurrir más riguroso y serio de los debates políticos y con mayores posibilidades de participación e implicación ciudadana. En definitiva, con unas perspectivas de mayor calidad de la democracia. Y ese es un debate que a todos nos concierne y al que todos deberíamos contribuir.