El resultado de las elecciones del 26 de junio será decidido por los indecisos. Parece una contradicción o un juego de palabras, pero esto es precisamente lo que está indicando la materia prima de todos los sondeos, cocinados aparte.
“Guardémonos de los que nunca dudan”, suele advertir el maestro Ángel Gabilondo. Respetemos a todos los votantes, desde luego, pero respetemos muy especialmente a aquellos que adoptan su decisión tras el sano ejercicio racional de despejar dudas.
¿Quiénes son los que no dudan? Generalmente, los partidarios de los extremos, casi siempre sobreexcitados, por definición, casi por identidad.
No dudan los partidarios de la continuidad de Rajoy, aún a costa de querer en el gobierno a quien más daño ha hecho en menos tiempo a los españoles. Y no dudan los partidarios del llamado “momento populista”, aun a costa de premiar a quienes por su ambición han dado a Rajoy una nueva oportunidad para seguir haciendo daño cuatro años más.
A los primeros los conocemos de antiguo. Los segundos son más “nuevos”, es verdad. Entre ellos habrá indignados auténticos. Y con razones para serlo. Seguro que sí.
Fijémonos, no obstante, en la extracción social de los votantes de Podemos que refleja el último CIS, como recoge mi compañero Torres Mora en su blog. El 25% se reconocen como clase alta y media (por el 12% de los votantes del PSOE). El 30% tienen título universitario (por el 12% del PSOE). El 12% solo cuentan con estudios primarios (por el 37% del PSOE).
Y es que algunos de los indubitados seguidores del momento populista son más indignados de pose que de condición social, de interés que de conciencia. Algunos de ellos ejercen de progres de calidad, encargados de amenizar programas y tertulias, y se confiesan algo aburridos por la racionalidad previsible de los socialistas, por su anodina eficiencia.
Quieren adrenalina. Algo con que amenizar programas y tertulias. ¿Te imaginas a este de ministro? ¡Vaya tardes divertidas nos haría pasar! A ellos quizás sí, porque tienen cómo vivir bien con un ministro o con otro. A quienes necesitan un gobierno racional y eficiente, aunque resulte previsible y anodino, quizás no les divierta tanto.
Mi respeto se dirige especialmente a los otros, a los que dudan. Legítimamente. Porque han sufrido y sufren, mientras el sistema les niega ayuda. Porque buscan soluciones en unos y en otros, y muchas veces solo encuentran postureo y espectáculo. Porque en estas campañas reiteradas y vistosas, con niños preguntando, con gracias de hormiguero y con esgrima de egos, nadie le resuelve nada.
Porque ya votó en mayo, y ya votó en diciembre, y vota y vota, y las cosas no cambian. Porque las etiquetas se manipulan, se intercambian, se guarrean, y algunos aparentar ser lo que no son, y dicen que fueron lo que nunca fueron, y prometen ser lo que no serán. Y da la sensación de que muchos pelean por poder, mientras pocos quieren de verdad hacer, hacer algo por el bien común.
Para ellos y para ellas va todo mi respeto. Mi respeto a su duda. Mi respeto por su decisión.
Pero, con todo mi respeto, decidan. Porque si solo deciden los que no dudan, tendremos un país dominado por los extremos. Otra vez. Y los extremos nunca trajeron nada bueno a este país.
Y, con todo mi respeto también, sepan que no todos somos iguales. Ni lo fuimos, ni lo somos, ni lo seremos.