Sobre las ruinas de lo que fue Estados Unidos, se levanta una nación llamada Panem. El país se divide en 12 distritos separados entre sí y con grandes desigualdades sociales entre ellos, y gobernados por un poder absoluto que se ejerce desde el Capitolio, una especie de ciudad de grandes avenidas y lujosos lugares en la que se concentran las clases poderosas de Panem y el Gobierno, ejercido de forma dictatorial por el presidente Snow (papel interpretado de forma magistral por Donald Sutherland). Cada año, se celebran unos “juegos” en los que solo existe una regla, matar o morir. En los “juegos” participan dos jóvenes de cada distrito, doce chicas y doce chicos de entre 12 y 18 años que se enfrentan entre sí y de los que solo puede quedar uno. Los “juegos” son retransmitidos a toda la nación por la televisión como si se tratara de un gran Reality Show. Ganar significa fama y riqueza, y perder una muerte segura.

Los “juegos” tienen un carácter aleccionador: se trata de que los habitantes de Panem no olviden lo que sucedió cuando intentaron revelarse contra el poder central y recuerden con los “juegos” la brutalidad de la guerra, pagando el tributo de entregar la vida de dos jóvenes por cada distrito. Además, los “juegos” cumplen otra función: distraer mediante la emisión televisiva a los habitantes de Panem y fomentar la rivalidad entre los diferentes distritos.

Este es el resumen de un film de ficción futurista basado en el primer libro de la trilogía del mismo nombre, firmada por la novelista estadounidense Suzanne Collins, trilogía que ha batido todos los records de ventas entre los lectores adolescentes del mundo occidental, convirtiéndose en uno de los últimos fenómenos editoriales masivos.

La película ha llegado pues precedida del éxito editorial, lo que ha influido sin duda alguna en los excelentes resultados que ha cosechado en taquilla. En los medios se ha comparado esta saga de tres novelas con la saga “Crepúsculo”, de la también escritora estadounidense Stephenie Meyer, pero no resisten una comparación de fondo. El único punto de similitud puede ser el éxito mediático y de público, tanto de las novelas como de las películas, pero lo que subyace debajo de cada una de ellas no tiene nada que ver. Collins y Meyer son opuestas, vienen de dos esferas ideológicas distintas. Mientras Collins es una autora progresista y comprometida, que ha utilizado esta distopía futurista en tres entregas para advertir de las graves consecuencias que pueden tener para la sociedad las grandes desigualdades sociales, que aumentan en nuestro mundo y también flagelan el equilibrio de clases en los Estados Unidos. Meyer, en cambio, es muy conservadora, como puede apreciarse en el tufillo ultraconservador y retro en las relaciones sociales y de pareja que destilan sus historias de vampiros, donde las mujeres están claramente supeditadas a los hombres, la escala social es inamovible y no se cuestiona y todo se envuelve en un edulcorado ideal de amor romántico en el que las féminas están dispuestas siempre a soportar lo que haga falta para satisfacer los deseos de sus parejas. Mientras en la saga de Collins la heroína es una mujer adolescente libre, arrojada y que toma sus propias decisiones con valentía pensando no solo en ella sino en las repercusiones que pueden tener sus acciones de cara a sus semejantes, con un claro mensaje de valores de solidaridad, en la de Meyer su heroína se dedica a seguir los pasos que le marca su novio vampiro solo pensando en el amor romántico. Como digo, no son comparables.

Como tengo una hija adolescente, que se ha leído los tres libros de “Los juegos del hambre” casi sin respirar, fui a ver la película con ella, que ya sabía a lo que se enfrentaba: una carrera brutal por la supervivencia en la que todo vale para salvaguadar la vida y en la que los personajes son jóvenes de su edad, obligados a enfrentarse entre sí por un poder despiadado y manipulador, que no duda en emplear cualquier artimaña para hacer el espectáculo más brutal.

La película, al igual que la novela, tiene la virtud de recuperar una tradición de ciencia ficción crítica, donde se evidencia que la sociedad Panem está marcada por la lucha de clases. La nación se conforma en 12 distritos entre los que hay grandes diferencias sociales, políticas y económicas: los distritos más pobres son los llamados distritos de los “productores”, que son ricos en fuentes de energía y producen los alimentos para los demás en situaciones laborales muy precarias y en los que hay una pobreza extrema, que obliga a la población a buscase la vida de cualquier manera para no pasar hambre (la joven protagonista Katniss, interpretada por Jennifer Lawrence, se dedica a la caza furtiva -que tiene el peor de los castigos- para sobrevivir y ayudar a su madre y a su hermana pequeña a alimentarse). Precisamente de uno de estos distritos poblados por pobres y desarrapados provienen los dos protagonistas de la acción.

Tanto los libros como la película beben en las fuentes de clásicos de la ciencia ficción como ‘Fahrenheit 451’, de Ray Bradbury, la famosa distopía de los años 50 que hace referencia a la temperatura a la que arden los libros (la quema de libros como metáfora del dominio y la ausencia de libertad de opinión, creación y pensamiento), magistralmente llevada al cine por François Truffaut, o ‘1984’, de George Orwell, obra en la que el poder absoluto controla totalmente la vida de los ciudadanos. En “Los juegos del hambre” están presentes estos ingredientes de adormecimiento social y de control de los ciudadanos por un poder casi omnímodo que lo controla todo, y en el que la televisión y las tecnologías de la comunicación –solo al alcance de unos pocos- juegan un papel fundamental para el control de las masas.

Mas allá de lo que cuenta la historia, la película se resuelve como un film de acción, bien dirigida y correctamente interpertada por los actores que componen el reparto. Tiene la virtud de no dejar indiferente y de mantener al espectador pegado a la pantalla desde el principio hasta el final. Es mejor que los espectadorers adolescentes lean antes la novela, porque ayuda a compreder bien la historia y a saber a lo que van. La trama es dura y hay un componente violento indiscutible, pero no se utiliza la violencia como ingrediente fundamental de la acción.

Es verdad que la película tiene una indiscutible factura de gran producción Hollywoodiense, y está enfocada al gran público: guapos actores jóvenes que hacen las delicias del público adolescente, buenos efectos especiales, una historia llena de acción que conduce el film haciéndolo muy consumible, dosis de amor y de lucha… pero tiene la virtud de apoyarse en un mensaje distinto en el sustrato, que pocos films de este tipo contienen.