Cuando 2021 iniciaba sus últimos compases, y a modo de regalo de Navidad, el 26 de diciembre fue lanzado con éxito este potente telescopio, subido a los hombros de un cohete Ariane 5 de la Agencia Europea del Espacio (ESA, por sus siglas en inglés). Una vez más, lo cotidiano dejó poco espacio en los medios para lo importante y las banalidades de la Presidenta Ayuso sobre la Covid, o los exabruptos del señor Casado contra la reforma laboral, tuvieron mucho más entretenidos a nuestros periodistas.
Y, sin embargo, ¡qué pequeñas se quedan estas biografías y sus pellizcos de monja contra el Gobierno frente a la grandeza de lo que pretende el James Webb!: Nada menos que explorar la luz de las primeras galaxias, luz que fue emitida hace 13.700 millones de años, apenas 100 millones de años después del Big-Bang que dio origen al Universo. También pretende estudiar los llamados exoplanetas, que son planetas similares al nuestro situados en órbitas alrededor de sus respectivas estrellas donde las condiciones de temperatura hacen posible la existencia de agua líquida. Quizás, en un futuro, la humanidad necesite emprender el éxodo hacia uno de esos planetas porque la vida en el nuestro se haya vuelto insostenible.
Algunos podrían criticar que se empleen tan cuantiosos recursos en estas investigaciones espaciales cuando hay tantos problemas y carencias a los que atender en La Tierra. Y, sin embargo, la humanidad ha progresado siempre de la mano de los descubrimientos científicos. Desde la invención de la rueda, todo lo que hace nuestra vida más fácil y más longeva procede de la ciencia. Piénsese, por ejemplo, en las vacunas, antibióticos, anestesias, radiografías, resonancias magnéticas y en el resto de pruebas diagnósticas y de procedimientos médicos que velan por nuestra salud y curan nuestras enfermedades. Piénsese en los automóviles, trenes, barcos y aviones que hacen posibles y eficientes nuestros desplazamientos. Y piénsese en los computadores, teléfonos, televisores y redes de comunicación, que consiguen la difusión instantánea de las noticias y de nuestros mensajes. Compárese este modo de vivir con el que tenían nuestros antepasados de la Edad Media, sin luz eléctrica, sin apenas medicamentos y donde la única energía a su disposición para desplazarse o para realizar sus trabajos era la fuerza animal. Los distintos programas espaciales han producido avances importantes en muchos de los campos mencionados.
En el James Webb se han invertido más de 8.000 millones de euros y su desarrollo ha llevado 25 años. En él han colaborado 17 países, la mayoría de la UE, aunque el liderazgo y la parte más importante de la inversión corresponde a EE.UU. A través de la ESA, España ha tenido una participación relevante en dos de los instrumentos centrales, el NIRSpec (Near InfraRed Spectrograph) y el MIRI (Mid-InfraRed Instrument). El astrónomo Santiago Arribas, del Centro de Astrobiología del CSIC, es el responsable de la parte española de NIRSpec y, David Barrado (INTA), de la parte española de MIRI. Otra española, la doctora Macarena García, es miembro del equipo científico y de operaciones de la ESA, con sede en Baltimore. García, astrofísica por la Universidad de La Laguna, lidera el equipo internacional del MIRI. Adicionalmente, la doctora Begoña Vila —que estudió Astrofísica en la Universidad de Santiago de Compostela y en el Instituto de Astrofísica de Canarias y realizó su doctorado en la Universidad de Manchester, investigando sobre las curvas de rotación de las galaxias espirales— ha trabajado en el James Webb desde 2006. Inicialmente, con la Agencia Espacial Canadiense y, a partir de 2012, con la NASA. Esta gallega es la encargada de dos de los cinco instrumentos del telescopio y de las operaciones de después del lanzamiento. Ellas y ellos constituyen importantes referentes para aquellos de nuestros jóvenes que sientan la vocación científica.
A diferencia de su predecesor, el telescopio Hubble, el James Webb explorará fundamentalmente la zona infrarroja del espectro electromagnético. La razón es que la luz proveniente de las galaxias lejanas sufre un desplazamiento hacia el rojo debido a que están alejándose de nosotros y, también, porque la luz infrarroja penetra mejor en el oscurecimiento producido por las nubes de polvo y gas interestelares. Las exploraciones en el infrarrojo no son posibles desde la Tierra debido a que su calor —que es radiación infrarroja— interferiría con las débiles señales provenientes del espacio. Esto conlleva la necesidad de mantener el telescopio lo más frio posible —exactamente, a unos 6 grados por encima del cero absoluto— y a protegerle de los rayos del Sol. Para ello, se ha ideado un escudo o parasol que, una vez desplegado, tendrá una extensión de 21 metros, aproximadamente lo que ocupa una cancha de tenis.
El espejo primario es un reflector de berilio de 6,5 metros de diámetro —compárese con los 2,4 metros del espejo del Hubble—, recubierto de oro, con un área de recolección de luz de 25 m². Estas dimensiones dan al telescopio una gran capacidad de detección, pero son demasiado grandes para el vehículo de lanzamiento, por lo que el espejo se ha dividido en 18 segmentos hexagonales que se desplegarán una vez esté el telescopio en el espacio.
Se ubicará en la cara de La Tierra opuesta al Sol, a un millón y medio de kilómetros de distancia, es decir, mucho más allá de la órbita de la Luna. En ese lugar, girará alrededor del Sol en sincronía con La Tierra, por lo que siempre se hallará a la misma distancia de nosotros.
Estas decisiones implican que todos los procesos de despliegue hasta que el telescopio alcance su ubicación y oriente todos sus instrumentos tendrán que realizarse de modo automático y sin fallo posible, ya que no sería factible enviar astronautas a repararlo. La tecnología desarrollada para conseguir estos objetivos ya ha reportado resultados útiles a la investigación, resultados que podrán emplearse en ámbitos distintos del aeroespacial.
El camino hasta llegar al 26 de diciembre no ha sido fácil. El proyecto ha tenido que solventar numerosos problemas técnicos y realizar grandes inversiones. Estuvo suspendido unos años debido a importantes desviaciones de su presupuesto inicial. La ESA comenzó a colaborar en 2003 y firmó un convenio formal con la NASA en 2007. Todavía queda un mes de incertidumbre hasta confirmar que todas las operaciones de despliegue y de desplazamiento a su ubicación definitiva se han completado correctamente.
Si se logra, Europa, y con ella España, tendrán asignadas muchas horas de observación en el nuevo instrumento. Los programas previstos abarcan observaciones de nuestro sistema solar, de exoplanetas, de estrellas y formaciones estelares, de galaxias cercanas y lejanas, de lentes gravitacionales y de cuásares. Se espera que nuestro conocimiento sobre el origen del Universo progrese notablemente gracias a ello y hasta es posible que se produzca algún descubrimiento inesperado.