Hace varias semanas tuve el privilegio de pasear por El Retiro un enclave lleno de historia de extraordinaria belleza. Junto al bullicio y alegría de los más pequeños que correteaban y jugaban con alborozo, había parejas de personas mayores que, a paso ligero y de la mano, recorrían sus veredas mostrando su amor con una ternura apreciable.

Estas representan a una parte de las nuevas generaciones de ancianos que, por tener salud y recursos, son plenamente autónomas, y que a pesar de los reveses con los que a todos nos embiste la vida, no han perdido ni la ilusión, ni la curiosidad, pues como escribió Azorín refiriéndose a esta etapa de la vida: “La vejez es la pérdida de la curiosidad”. Descubríendose, sin lugar a dudas, en sus miradas y pasos enérgicos que les acompañaba con extraordinario vigor.

Hace varias semanas, también fui con mi madre a la consulta de un médico, cuyos pacientes, en su mayor parte ancianos, personificaban la otra cara del paso del tiempo. La sala de espera era un espacio de sufrimiento, de hombres y mujeres vetustos que estaban pagando la factura del tiempo, revelando, en sus rostros, desde inquietud a resignación sobre su presente y su futuro, incluso se observaba a algunos con pérdida de las riendas de sus mentes. Un futuro previsible, que bien puede estar rodeado de bienestar y atenciones ante la adversidad o, al contrario, de falta de cuidados por parte de una sociedad que, en ocasiones, da la espalda a sus abuelos (“sociedad del desdén”).

España es uno de los países con la esperanza media de vida más elevada del mundo. A lo largo del siglo XX se ha producido un aumento muy notable. Si en 1900 ascendía a 34,76 años, en 1930 se situó en 49,97, en 1960 en 69,85, en 1990 en 76,94, en 2010 en 82,07, en 2020 en 82,07 (efecto Covid) y en 2021 superó los 83 años[1]. Según proyecciones del INE, en 2035 llegará a los 83,2 años en los varones y a los 87,7 en las mujeres. Y estiman que las mujeres que en el año 2035 tengan 65 años tendrán una esperanza media de vida de 24,5 años y los hombres de 20,9 años (frente a los 22,7 y los 18,7 años, actualmente).

En los trabajos del Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales[2] de la UNED (GETS) una de las tendencias que se confirma, y que ha ido consolidándose desde hace treinta años, es que la edad media de vida en los países desarrollados superara los 100 años.

Los expertos consultados en el Estudio Delphi sobre tendencias en Ingeniería Genética humana y Biotecnología, 2021 del Centro de Investigaciones Sociológicas[3] sobre un eventual aumento de la esperanza media de vida a 120 años precisaron mayoritariamente que: “… aumentarán, seguro, las expectativas de vida, pero en casi cuarenta años excesivo, será necesario revertir o impedir el envejecimiento celular de todo el cuerpo, en particular, del cerebro”. No creen que la edad tope de los 120 años se sobrepase… “porque, por una parte, mejoran los avances en ciencia, pero, por otra, empeora la forma de vivir en general”. En todo caso – juzgan- sería “… sobre todo como efecto de la medicina regenerativa” y de “… una medicina integradora, pluridisciplinar y fruto de adecuadas políticas sociales”.

Se constata en las sucesivas investigaciones del GETS y en la última del CIS que se elevará sustancialmente la edad media de vida, pero ¿con calidad de vida? Este es el aspecto clave, que exige una reflexión en profundidad y ser conscientes de que podríamos encaminarnos hacia una cronificación de la vejez, gracias a los avances médicos, científicos y tecnológicos.

La senectud trae consigo, independientemente del estado de salud, un deterioro del organismo y cognitivo. Precisamente, la enfermedad del olvido, el Alzheimer, es una de las más características en los países más desarrollados. Se trata de una patología para la que no hay ni una forma de prevención eficiente, ni de curación. Según el Informe Mundial Alzheimer: apoyos tras el diagnóstico[4], recogiendo dados de la OMS, en 2019 en torno a 55 millones de personas la padecían en todo el mundo, previendo – este organismo- que aumente a 139 millones en 2050. En España, se calcula que hay unos 800.000 ciudadanos[5].

Si ya en estos momentos hay, cada vez más, hombres y mujeres (particularmente) en la “cuarta/quinta edad” (de 80 a 90 años y de 90 en adelante) dependientes, que es común ver trasladar a primera hora de la mañana en pequeñas furgonetas a centros de día y regresar a media tarde a los domicilios de sus familiares; si hay largas listas de espera para acceder a residencias públicas; si, en general, hay una fuerte demanda de servicios para atender las necesidades de esta población y si desde las administraciones públicas e instancias políticas no se hacen las pertinentes previsiones de futuro, ni se destinan los recursos para  acometer  esta realidad: ¿cómo viviremos, en términos de bienestar,  una generación como la mía (“baby boom”) y cómo lo están haciendo las previas?, ¿se retrocederá  en el disfrute de derechos sociales?, ¿será sostenible una sociedad con un número creciente de personas en la senectud que requerirán cuidados especiales?

Estoy segura que si se respetaran los derechos específicos referidos a estas cohortes de edad, contemplados en nuestra Constitución: Derecho a no ser discriminado por edad, derecho a la vida y a la integridad física y moral; derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen; derecho a la protección: incapacitación; derecho a acceder a prestaciones sociales y asistenciales; derecho a ser atendido al encontrarse en situación de dependencia; y derechos del tipo: participación, ocio, cultura, etc..; los que vayan entrando en esa etapa la transitarían de la mejor forma posible, aunque la salud no siempre sea benévola.

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[1]  Véase, https://www.ine.es/jaxiT3/Datos.htm?t=1414

[2] Véase, https://grupogets.wordpress.com/

[3] Véase, https://www.cis.es/cis/opencm/ES/1_encuestas/estudios/ver.jsp?estudio=14607&cuestionario=17593

[4] Véase, https://www.euskadi.eus/gobierno-vasco/-/noticia/2023/una-mirada-a-las-politicas-sociales-en-europa/

[5]  Véase, https://www.alz.org/es/demencia-alzheimer-espa%C3%B1a.asp