Uno de los saltos del pensamiento humano es, sin lugar a duda, el método analítico. Descomponer el problema en sus partes significativas más elementales, establecer la relación entre ellas y alcanzar una o varias soluciones. Habitualmente lo expreso en forma de aforismo para que lo recuerden mis estudiantes: “como decía Descartes, los problemas por partes y nunca las repartes”. Una cuestión interesante surge cuando se mutila el proceso. Se descompone el problema, pero se abandona el ejercicio de integración para alcanzar una conclusión. Lo partes y lo repartes. Y vamos con algunos ejemplos.

Un “analista” de la Cadena Ser. Tras desestimar el trabajo del CIS, dando por descontado que la intención de voto al PSOE no es superior a la del PP, afirma tres frases más tarde. Lo repito para los lectores rápidos. Tres frases más tarde. “La valoración de Feijoo es demasiado baja y su imagen se ha deteriorado muy rápidamente. En esas condiciones es muy difícil que gane las elecciones el PP” ¿¿¿¿????

Una encuesta, entre las muchas que se publican, la semana pasada. El voto del PP estimado siete puntos por delante del PSOE. Está etiquetado como “intención de voto”, pero es obvio que no. Desde noviembre de 2022, con un 95% de probabilidades, la intención de voto que surja de una encuesta tiene al PSOE delante y al PP detrás. Si la muestra es pequeña, puede que incluso empatados, pero difícilmente el PSOE a siete puntos tras el PP. Se observa en todos los que publican realmente el dato (Simple Lógica y 40db además del CIS). Pues bien, el PP siete puntos por encima del PSOE es la conclusión a la que llegan sus analistas. Veamos las partes, publicadas con total descaro metodológico.

Esa misma encuesta mostraba que dos tercios de los entrevistados opinaban que ganaría el PSOE las elecciones. Bastante más de la mitad “quería” que ganase el PSOE. La valoración de Pedro Sánchez superior a la de Feijoo, como es habitual, y para qué seguir. Los analistas de la empresa resuelven la integración de las partes (variables), es decir resuelven el problema de la medición, llevándole completamente la contraria a sus datos y a sus entrevistados.

Verán colegas, si su modelo (de existir más allá de la estimación subjetiva singular) integra las partes llevando la contraria a sus encuestados, tienen preferentemente dos opciones: o cambian el modelo para que en su integración respete las opiniones de las personas entrevistadas o no pregunten. ¿Para qué preguntan si sus conclusiones van a ignorar lo que les responden? Algunas casas de encuestas, que no publican datos, ni cuestionario ni realmente ficha técnica, puede que estén en la segunda opción.

Y esa es la cuestión. El método analítico, un avance clave para resolver racionalmente cualquier problema, se convierte en un mutilado de guerra ideológica y comercial. En los debates periodísticos y en los informes solamente se descompone el problema para generar confusión y entremezclar argumentos contradictorios con total asertividad.

Y es tan “otra vez” y especialmente. La metodología de la encuesta facilita (y de hecho se fundamenta sobre ella) la desagregación analítica. Es un imperativo empírico. Pero luego y siempre debe venir el esfuerzo de integración y síntesis. De comprensión sobre cómo están trabajando conjuntamente las partes y alcanzar una conclusión coherente con ello. Y ahí ya no llegan. El proceso de pensamiento se paraliza. Por posible incompetencia muchas veces; por desconocimiento de que el análisis no es solamente descomposición, también; pero, sobre todo, en la medida que abandonar la fase de síntesis permite contradecir impunemente lo que gritan a coro los datos, las partes. El último ejemplo, las encuestas publicadas, lo es de ello. Todas las variables formaban el Orfeón donostiarra arropando al voto directo (que no publicaban), pero la melodía que sonaba era el “only you” del PP.

Y es el problema de escuchar a algunos y algunas. Pablo Iglesias descalifica a Yolanda Díaz precisamente confirmando lo que aquella dice. Parece que sí, que los partidos hablan de dinero, listas y liberados. Le faltó corroborar la conclusión: es una tristeza. En otro orden de cosas, también es claro y evidente que puede haber voto a Podemos integrado con los comunes de Ada Colau. Exactamente igual que puede haberlo de IU, Equo y otros partidos en la opción Unidas Podemos. No hay forma o manera hasta que no se perfilen y visibilicen las opciones. Nuevamente la visión parcial dando por única y cierta una opinión de análisis tuerta.

Parece que otra “etiqueta” descalificadora es “electoralista”. Lo que causa perplejidad cuando es ambidextra. Una cosa es “electoralismo”, como hizo el PP en las elecciones de 2011 prometiendo bajar impuestos, el oro y el moro. Aquello sí que fue prometer hasta meter y luego si te vi no me acuerdo. Aplicando el rasero de prometer futuros, en el PP han decidido llamar electoralista a toda medida ya realizada que ayuda o mejora la calidad de vida de los ciudadanos. Es la “vida de Brian” en tiempo real. “¿Qué ha hecho este gobierno?”, “los ERTE, salario mínimo, reforma laboral…”, “ya, ya. Pero eso lo ha hecho por electoralismo”. Por favor, señores y señoras del PP, cuando les toque pónganse a hacer “electoralismo” de gestión en tiempo real (les aseguro que a los ciudadanos y ciudadanas les da igual la razón por la que lo hagan). “Dame pan y llámalo electoralismo” que diría el refrán. Al fin y al cabo, ¿no son las elecciones, en un sistema democrático, el mecanismo preferente en manos de la sociedad para obligar a los partidos a hacer “electoralismo” de gestión práctica? Ocuparse de solucionar los problemas y mejorar la vida de todos. Hay electoralismos llenos de promesas y otros de realidades. Y les aseguro que muchos ya aprendieron la diferencia.