Cuando la Constitución española de 1978 dedicó un precepto, su artículo 6, a los partidos políticos a los que atribuyó las funciones de expresar el pluralismo político, de concurrir a la formación y manifestación de la voluntad popular y de ser instrumento fundamental de la participación política, dio a este tipo de asociación un carácter del que había carecido durante el siglo XIX y parte del siglo XX. Además la Constitución no se limitó a a caracterizar a los partidos con los rasgos que acabamos de ver, sino que estableció la libertad de creación y de actividad y les exigió estructura interna y funcionamiento democráticos. La Constitución española, al igual que otras de nuestro entorno como la alemana y la francesa, ha dado a los partidos un papel central en la política del Estado y un carácter estructural de este Estado que no podría concebirse sin la participación de los partidos políticos. Más aún, sin decirlo con contundencia, el artículo 6 de la Constitución hace de los partidos el ente de intermediación entre los ciudadanos y el poder público y por ello su regulación se sitúa en el Título Preliminar, que contiene los grandes principios del Estado y está especialmente protegido frente a la reforma.

Maurice Duverger señaló que los partidos han nacido y se han desarrollado al mismo tiempo que los procedimientos electorales y parlamentarios (Sociología política, Barcelona, 1970, 2ª ed., pág. 307), pues las funciones de los partidos son las de encuadrar a los ciudadanos, concurrir a las elecciones y participar en el trabajo parlamentario. Por eso, muchos autores consideran que los partidos son un componente o elemento de la democracia (por ejemplo, Bertrand Mathiue y Michel Verpeaux: Droit constitutionnel, París, 2004, págs. 336-337). En España podemos decir lo mismo, a pesar de que durante cuarenta años los partidos estaban prohibidos y desde la clandestinidad sólo podían contribuir a desgastar a la dictadura, es decir, encuadran a los ciudadanos en torno a programas políticos, se presentan ante los electores para pedirles sus votos y, de obtener parlamentarios, participan en la vida del Parlamento, ya desde la mayoría, ya desde la oposición. En definitiva, en la estructura arquitectónica del Estado democrático constitucional los partidos son como los pilares que sustentan la bóveda del edificio.

Por eso, llaman la atención algunos fenómenos que se están dando en algunos países donde la presencia e influencia políticas de los partidos parece reducirse, con un tendencia si no a la desaparición sí a la limitación de su papel político y, en definitiva, de su papel constitucional. Un caso preocupante es el Presidente Macron, que gobierna prácticamente sin un partido o, dicho de otra manera, ha creado un pseudo-partido con el que va a cumplir las funciones de ganar las elecciones y (si tiene suerte en junio próximo) controlar el Parlamento. Pero nada que ver con el encuadramiento más o menos ideológico de la población. Algo parecido (pero no igual) ha pasado con el ex-Presidente Trump, que siempre ha actuado con bastante autonomía respecto del Partido Republicano.

En España se están dando algunos fenómenos de degradación de los partidos por unos motivos u otros. Dos de los más llamativos son la campaña que está realizando el candidato Moreno Bonilla para las próximas elecciones andaluzas. Y también puede citarse el caso de Vox, donde no se está marginando u ocultando al partido, como hace Moreno Bonilla, pero sí está sofocando más de lo permisible la exigencia de funcionamiento democrático que la Constitución impone.

Como ya hiciera Núñez Feijoo en su última campaña electoral gallega, Moreno Bonilla está haciendo una campaña separada de su partido. Alguien le ha debido contar (como debieron contar en su momento a Núñez Feijoo) que tiene mejor imagen que su partido y ha montado la campaña electoral como si se tratara de un candidato independiente, sin conexiones partidarias. Podrá decirse que da igual el color del gato, que lo importante es que cace ratones y que si a Moreno Bonilla esa distancia respecto del Partido Popular le vale para ganar las elecciones, nada se debe objetar. Pero tiene consecuencias desestabilizadoras, como veremos a continuación.

Con Vox, el partido está en primera línea ante la opinión pública y no se puede decir que trate de arroparse en otro tipo de etiquetas. Pero en las elecciones andaluzas ha incumplido las exigencias constitucionales, porque la candidata Olona ha sido designada prácticamente por el Presidente del partido sin debates ni procedimientos democráticos internos. No es que los partidos deban ser organizaciones asamblearias donde todo se someta a la decisión de los afiliados (véanse, porque siguen siendo válidos, Moise Ostrogorski: La democracia y los partidos políticos, Madrid, 2008; y Robert Michels: Los partidos políticos, Buenos Aires, 2017), pero se ha asentado en Europa una cultura de participación intrapartidista en la que las grandes decisiones son adoptadas por colegios más o menos amplios, cuando no por todos los militantes y la designación de una candidata por parte del Presidente del partido ya no encaja en la cultura democrática actual.

No son sólo esos los fenómenos que debilitan a los partidos. Casos como el de Teruel Existe en el Congreso de los Diputados y las candidaturas de España Vaciada en Castilla y León (y las candidaturas apartidistas que se presentarán en Andalucía) reflejan una tendencia preocupante que sólo se pueden combatir con más política partidista y más democracia. Como preocupante son las dificultades que ha pasado la extrema izquierda andaluza para formar candidaturas.

Como se ve en algunos países, la democracia siempre es frágil y si se se debilita uno de los factores que mantienen la democracia, los partidos, ésta estará en peores condiciones de ser plena y atractiva para los ciudadanos. Sabemos que Vox no va hacer nada que fortalezca a la democracia, pero el Partido Popular no debería entrar por esa vía, aunque, si ya lo hizo Núñez Feijoo en 2020, va a ser difícil que este partido no vuelva a incurrir en esta práctica. De lo que no se da cuenta el Partido Popular es que debilitar a los partidos fortalece a Vox.