Una vez más, y como nos tiene acostumbrada la oposición parlamentaria, tanto PP como Vox, sus debates en el hemiciclo, semana tras semana, dejan mucho que desear. No se les pide un alarde de imaginación ni siquiera de constructivismo social; se les pide tan solo respeto y educación.

No estaría de más unas clases de los sofistas griegos que les enseñaran el arte de la retórica y la dialéctica para apreciar la potencia de las palabras. Debatir, dialogar, parlamentar requiere formación, conocimiento, estrategia, lucidez, ironía, y, algo tan básico, como vocabulario. Porque eso les falla a los representantes del PP y de Vox quienes manejan sorprendentemente bien los insultos y las palabras malsonantes, pero poco más se les conoce.

A Teodoro García Egea se le puede apodar el de los “chascarrillos”. No hay intervención que no la inicie con una frase que pretende ser ocurrente e imaginativa. Lamentablemente, nada más lejos de la realidad, porque acaba siendo simplista. No sé bien si él es así de simple o piensa que el electorado no alcanza mayor capacidad de madurez.

Y, después de él, llega siempre la airada e insultante intervención de la representante de Vox, Macarena Olona, quien además grita mucho. No sé si porque la mascarilla le impide vocalizar bien y teme que no la entendamos (ojalá la mascarilla mitigara tanta agresividad) o porque la señora es así de agitadora. Me temo que es esto último que, como ha definido con mucho acierto Eduardo Madina, la señora Olona “grita más que piensa”.

A esa intervención, contestaba la vicepresidenta Yolanda Díaz: “nunca me va a encontrar en un tono semejante al que usted emplea, respeto a mi país y a esta cámara”. Efectivamente: respeto.

Resulta curioso que los que más golpes de pecho se dan por “amor a la patria”, que besan la bandera hasta dejar el pringue de la saliva, que gritan “Viva, España” como si la patria fuera exclusivamente de ellos, que excluyen a todo aquel que piensa diferente, son los que más gritan, los que más insultan, los que más odio levantan a su paso. ¿Es la forma de demostrar “amor”? No nos engañemos la violencia solo genera violencia. Y detrás de ella, odio y fascismo.

El amor a la patria no se puede construir sobre cimientos de odio, visceralidad, insultos, gritos, amenazas, exclusiones, marginaciones, …

¿Se han fijado ustedes en cuántas veces pronuncia la palabra “odio” Isabel Díaz Ayuso? Muchos dirán que es una clara estrategia electoral (que sin duda lo es). Siempre lo ha hecho el PP: buscar un enemigo interno o externo a quien echarle la culpa de todo, porque en la derecha funciona muy bien rearmar los votos electorales a base de “odiar” al de enfrente. Hay que buscar un enemigo para hacer caja electoral.

Sin embargo, en mi opinión, no es solo una estrategia. Hay más. Es un verdadero sentimiento, es una actitud política, es una posición de vida. Y eso resulta más preocupante. Suele ocurrir que, cuando la derecha está en la oposición, y en esta ocasión tenemos una derecha radicalizada por la aparición de Vox, sube el calor y los decibelios sociales a base de “incendiar” continuamente el parlamento, los debates, y el ánimo social. “O conmigo o contra mí”.

Esa actitud tiene consecuencias y debería conllevar responsabilidades. Porque fomentar continuamente el odio, la separación, la animadversión es el caldo de cultivo para la desintegración de la convivencia social. Y eso lo fomentan los “salvapatrias”, que insultan permanentemente a los presidentes de gobierno, democráticamente elegidos, que son socialistas, mientras ensucian la bandera española con sus actitudes xenófobas y violentas.

Esta actitud de visceralidad permanente provoca dos efectos: por una parte, que la percepción sobre la imagen de España (como así resulta de los análisis sociológicos) sea mejor fuera de nuestras fronteras que dentro de ellas; esa es la intención del PP y Vox, producir desencanto y falta de confianza en la ciudadanía, porque “cuanto peor, mejor” para ellos; y, en segundo lugar, se extiende la agresividad social y encontramos personas que se crecen en la violencia y el insulto.

Nos preocupa con razón cómo la serie surcoreana “El juego del calamar” se extiende en los colegios fomentando actitudes violentas, de castigo y de humillación. Debería también preocuparnos, y mucho, el permanente “juego del calamar” que practican habitualmente algunos personajes del PP o de Vox y cuya intención consiste en radicalizar las posiciones sociales a base de violencia y odio.