El siglo XXI ha traído consigo un ciclo de crisis multifacético, que ha mostrado su perfil más global a través de la crisis económica y financiera de 2008 y la pandemia causada por el virus SARS-CoV-2 que se reveló con fuerza en 2020. Dos pancrisis que han desviado del foco de atención muchos otros temas de enorme relevancia que configuran esta sociedad compleja, compuesta de colectividades interrelacionadas como nunca antes lo habían estado.
Complejidad a través del espejo de la historia (las tres íes)
Incertidumbres
Esta complejidad va acompañada de gran incertidumbre. Son muchos los dilemas que se nos presentan. Los orígenes del virus SARS-CoV-2, los modos y medios a través de los cuales se propaga, las medidas de protección y prevención a adoptar, los tiempos necesarios para el desarrollo de vacunas eficaces y seguras, y ahora el debate sobre la relevancia de ciertos efectos secundarios relacionados con su administración, han constituido numerosos elementos de inseguridad e incertidumbre en nuestro transitar a lo largo de esta pandemia.
La exposición social de la ciencia y de los resultados de la investigación científica han alcanzado niveles nunca antes experimentados. La pandemia ha entreabierto a la ciudadanía la puerta hacia los entresijos de la ciencia, permitiéndonos vislumbrar su funcionamiento en tiempo cuasi real, sus fortalezas y el esfuerzo que conlleva, pero también, como señala Philip Ball, “toda la incertidumbre, confusión y discrepancia que entraña”[1].
Pero la incertidumbre no desaparecerá, aun cuando consigamos superar la pandemia. El ser humano convive con ella desde sus orígenes. En palabras de Carlos Álvarez Pereira, la incertidumbre, como la complejidad, “no son problemas, sino la matriz misma de la vida”, y no podemos evitar el carácter entrópico de la civilización (y de la naturaleza, cabría añadir), aunque podemos modularlo[2]
Irreversibilidades
Los albores del tercer milenio nos enfrentan a otros desafíos globales cuyos efectos sobre el planeta Tierra y los seres vivos que lo habitan podrían alcanzar puntos de no retorno, y que están poniendo a prueba, como advierte Federico Mayor Zaragoza, una de las facultades distintivas de la especie humana, como es la capacidad de anticipación, prevención y prospección.[3]
No cabe alegar ignorancia. Las evidencias empíricas de los procesos de degradación potencialmente irreversibles son múltiples y abrumadoras. Ya en 1992, más de 1.700 científicos, incluyendo a la mayoría de los galardonados con el Nobel en ciencias, firmaron ‘La Advertencia de los Científicos del Mundo a la Humanidad’, que encontró eco en un ‘Segundo Aviso’ secundado por más de 15.000 científicos en 2017[4].
La eventual irreversibilidad puede afectar a procesos naturales (como el calentamiento del planeta o la pérdida de biodiversidad) y sociales (como la desigualdad). Consecuentemente, atañe al planeta y nos incumbe como especie pobladora del mismo. Afecta a nuestra salud y supervivencia. El deterioro irreversible tiene también evidentes connotaciones económicas, por cuanto afecta a la disponibilidad de los recursos de los que la especie humana se ha nutrido desde sus orígenes.
Desde el punto de vista ético, la sostenibilidad y la vigilancia de los procesos potencialmente irreversibles son desafíos irrenunciables. El desarrollo sostenible es el marco que engloba los diecisiete objetivos fijados por Naciones Unidas con el horizonte 2030 para encarar “los desafíos globales a los que nos enfrentamos día a día, como la pobreza, la desigualdad, el clima, la degradación ambiental, la prosperidad, la paz y la justicia”[5]. Un reto que nos interpela como individuos y como sociedad, y que aún proporciona espacio para un mensaje de optimismo basado en nuestra capacidad para evitar y revertir estos procesos.
Informaciones y sus patologías
Vivimos sometidos a una sobreabundancia de información y una infodemia[6],[7], que facilitan la difusión rápida y de amplio alcance de información de dudosa calidad, de falsos rumores y de noticias poco fiables. A la abundancia de información disponible a través de los medios que ahora denominamos tradicionales (fuentes escritas, radio y televisión), se ha unido la explosión informativa a través de Internet y de los medios y redes sociales soportados por ella. Han aparecido una multiplicidad de fuentes no contrastadas, incluidos los propios nodos de la red, tanto humanos como no-humanos (los denominados social bots o bots sociales)[8] que contribuyen a aumentar la incertidumbre y las dudas de una parte de la ciudadanía, sobre la fiabilidad de las informaciones que reciben y aumenta la desinformación y la difusión de bulos y noticias falsas, entre la ciudadanía menos crítica[9].
El cerebro humano está programado para responder de manera rápida y directa a la información. Por eso la era digital resulta tan adictiva para nuestros cerebros. Probablemente ninguna otra época en la historia de la humanidad ha proporcionado tanta estimulación a nuestros cerebros como la era de la información[10].
El conflicto derivado de la simultanea necesidad de certezas, por una parte, y la incertidumbre y sobreabundancia de información por otra, nos enfrenta a un problema de pérdida de confianza en los medios de comunicación y las instituciones. Unos y otras afrontan la infodemia, alentada y reforzada por la fuerza de la estructura y los algoritmos que sustentan las redes sociales. Recibimos gran cantidad de información filtrada por los algoritmos de los buscadores, que han sido formulados para proporcionarnos justamente la información que estamos buscando. Esto hace que, paradójicamente, la gran cantidad de información disponible nos haga más resistentes al cambio, porque es muy sencillo encontrar datos en favor de nuestras ideas o creencias.
Esto afecta a la información y la comunicación en tanto que bienes públicos (incluso cuando están en manos privadas). Tenemos a nuestro alcance una ingente cantidad de datos y de diagnósticos, de información. Nuestra capacidad para analizarla y gestionarla convenientemente se ve a menudo sobrepasada, lo que a su vez acrecienta la incertidumbre y la ansiedad, y contribuye a exacerbar las emociones, en un dilema entre conocimiento y emoción, entre pensamiento racional y emotivo.
La combinación de incertidumbre, desconfianza y fatiga epistémica afecta a las relaciones sociales y tiene importantes repercusiones, algunas potencialmente irreversibles, en la calidad de las democracias, como refleja el alza del fascismo y los populismos.
Instrumentación por el camino de la interdisciplinariedad científica (las tres es)
Abordamos una reflexión mediante un proceso de hibridación sustentado en la evolución, la ecología (entornos) y las éticas, con el objetivo de contribuir a modular la crispada situación que se vive en la sociedad actual.
Evolución
En muchos de nuestros trabajos hemos considerado la evolución como el gran marco teórico que envuelve a partir del siglo XIX los frutos de la Ilustración. Ha estado siempre controvertida y sujeta a desafortunadas interpretaciones a partir de las ideas que desarrolló el polifacético Herbert Spencer sobre la supervivencia de los más aptos. Una posición ampliamente adoptada por economistas defensores del mercado como se ejemplifica en la figura de Friedrich von Hayek, que ha sido seguida por el liberalismo económico a través de su tergiversación y reduccionismo, que ha llevado a abrazar el eslogan del darwinismo social de la “supervivencia de los más fuertes”. Actualmente, el concepto de evolución, como muchos otros conceptos biológicos, está siendo objeto de banalización[11], al utilizarse para marcar signos positivos de aquello que se quiere identificar como lo que progresa, sin apenas idea de lo que es la evolución biológica.
Afortunadamente, a través de perspectivas interdisciplinares y sobre el soporte de la teoría sintética de la evolución, con la influencia decisiva de biólogos evolucionistas que han reconocido el papel decisivo de la cultura (como Francisco José Ayala y Mark Pagel), se ha podido difundir el mensaje que ya evocaron Richard Lewontin y colaboradores en sus trabajos sobre el papel de la cooperación y el altruismo en la evolución. En suma, podemos insistir, sobre bases sólidas, en que la evolución es el resultado de la adaptación al entorno, así como confirmar que la cooperación y el altruismo son cualidades esenciales para el éxito de la evolución humana.
Recientes trabajos sobre el éxito evolutivo de los árboles del género Quercus[12], desvelado gracias a los avances de la genómica, proporcionan algunas lecciones de cooperación para afrontar los desafíos a los que se enfrenta la humanidad, como el cambio climático. La historia de estos árboles muestra un revelador mensaje de éxito evolutivo gracias a la cooperación: nos enseña que la fragilidad disminuye con la diversidad combinada con la cooperación, y nos ayuda a entender la importancia de los colectivos y de las pequeñas acciones individuales, al margen de los intereses particulares y cortoplacistas[13].
Creemos oportuno recuperar para la actualidad el libro de Martin A. Nowak y Roger Highfield[14], al que se ha prestado poca atención, a pesar de que sigue presentando un gran potencial para los análisis sociopolíticos actuales. En esta obra, los autores reflexionan sobre la importancia de la cooperación, y no la competición, para la evolución de la complejidad, sobre el origen de la vida y sobre el nacimiento del lenguaje.
Ecología (Entornos)
La relación de la evolución con la naturaleza y el ambiente se ha asociado al concepto de entorno de sociabilidad, que se apoya en la teoría sintética de la evolución y enlaza con la visión adaptativa que ya planteó Darwin en su obra, casi póstuma, sobre las lombrices de tierra. En este contexto, destacamos a continuación algunas publicaciones que muestran la influencia social y económica del espacio físico.
En un reciente artículo, Sergio C. Fanjul analiza como sujeto de reflexión el lugar de trabajo, y desvela, en perspectiva consecuencialista, las ventajas y desventajas del teletrabajo para poner de relieve la importancia evolutiva eco-socialmente del ambiente[15]. Esta tesis se refuerza en el artículo de Daniel Innenarity titulado “Cuando el lugar es importante” [16], en el que el autor expone con lucidez que la sociedad de la información puede considerar irrelevante los lugares para la vida laboral, en tanto que “la sociedad del conocimiento tiene una relación más intensa con el espacio y la presencia”; la información es de acceso universal, mientras que la distribución real del conocimiento está llena de brechas, entornos y experiencias relacionadas.
Por su parte, desde el ámbito de la psicología cultural, más centrada en el entorno social que en el natural o físico, se ha intentado llenar el hueco dejado por la sociología y la psicología (centradas, respectivamente, en el entorno y en el individuo). La idea fundamental de esta rama de la psicología es que los individuos (sus mentes) y el medio ambiente social se influyen bidireccionalmente, de tal manera que no es posible entender los unos sin tener en cuenta el otro, ya que los primeros modifican su entorno social, a la vez son influidos y condicionados por él.
Éticas
Las dimensiones y dinámicas éticas han formado parte desde el último tercio del siglo XX de la investigación científica y técnica, como filtro de sus sorprendentes avances. Fruto de la reflexión se incorporó la ética en el concepto de entorno de sociabilidad, apuesta muy aventurada que se vio confirmada en retrospectiva con el encuentro con dos importantes pensadores que incluyeron la ética en los debates darwinianos bajo condiciones y entornos diferentes en los años finales del siglo XIX y principios del XX: Thomas H. Huxley, con su libro Evolution and Ethics[18] y su critico Pyotr Kropotkin. Tales reflexiones se han integrado en sendas líneas de investigación y docencia en torno al concepto de interéticas y su sustento en un consecuencialismo basado en valores.
Slavoj Žižek, en una reciente entrevista[19], adelanta un posible escenario en el que, tras la crisis sanitaria y económica, venga una tercera ola que “será psicológica, los derrumbes emocionales, las generaciones destruidas”. El filósofo hace un alegato en defensa de la “ética de la gente corriente”, en una salida de la crisis pandémica que necesita de “estados fuertes y eficientes”, pero sin “subestimar la autogestión de las redes sociales”.
Ante la emergencia de la COVID-19, estamos asistiendo a la relegación de otros problemas no menos importantes, lo que plantea problemas éticos en las decisiones a la hora de afrontar el dilema entre dar prioridad a lo importante o a lo útil, y de optar por las herramientas y políticas más adecuadas para enfrentarnos a las crisis actuales y venideras. La ciencia, y la necesaria ética, se enfrentan a los enfoques economicistas para constituir los cimientos sobre los que apoyar las políticas para salir de las crisis[20].
El trilema CIEs como síntesis cognitiva
Las ciencias sociales han tendido siempre a buscar modelos en las ciencias naturales y parece que han deseado parecerse a la física y, más en concreto, al mecanicismo de Newton. Pero, como han señalado el economista Herbert Simon, los filósofos de la ciencia (antes físicos) Stephen Toulmin y John Ziman, o los neurocientíficos Tali Sharot y Antonio Damasio, la biología proporciona modelos mucho más apropiados para explicar el comportamiento humano (individual y social). Y en ellos, es necesario destacar el papel de la evolución. Como señala Sharot[21], antes que otra cosa, los seres humanos somos organismos biológicos y tenemos un cerebro (un sistema nervioso) que determina cómo somos y qué hacemos, y que es el producto de un código que ha sido escrito, reescrito y editado durante millones de años. Es el que nos ha traído hasta donde estamos con evidente éxito en términos de supervivencia. Sin embargo, esos mecanismos que tan útiles nos han sido, están contribuyendo a generar algunas de las amenazas que nos acechan.
Los cambios medioambientales, técnicos y sociales detrás de esas amenazas se han producido muy rápido, en menos de un milisegundo en términos evolutivos. Para afrontarlas, debemos trabajar para desarrollar los necesarios mecanismos de adaptación de una especie, la humana, cuya condición de especie biológica no puede disociarse de su circunstancia de especie biosocial y biocultural, inmersa en un entorno natural, social y cultural con el que, como ya hemos señalado, se relaciona e influye bidireccionalmente.
Las emociones representan un elemento fundamental en nuestras estrategias de procesamiento de la información (el funcionamiento de nuestra mente) y en nuestra capacidad de supervivencia, también de supervivencia social. Como ha señalado Antonio Damasio[22], las emociones nos permiten tomar decisiones inteligentes sin pensar de manera inteligente. Nos permiten actuar con rapidez ante una amenaza inmediata, sin detenernos a pensar en los pros y los contras de las distintas alternativas disponibles. Como señalan las teorías de la racionalidad acotada y los modelos duales de procesamiento, nuestro funcionamiento cognitivo, nuestro modo de actuar en la “vida real” no está gobernado por un proceso de racionalidad “perfecta”.
Sin embargo, las ventajas evolutivas que nos han proporcionado las emociones nos están poniendo en peligro en la actualidad. Fundamentalmente porque estamos siendo víctimas de los esfuerzos por utilizar los conocimientos de la ciencia cognitiva para influir en nuestras acciones mediante la manipulación de nuestras emociones. Hay multitud de ejemplos: los mensajes populistas, los mecanismos que guían el funcionamiento de las redes sociales, los algoritmos, el neuromarketing…
El interés y el conocimiento son dos ingredientes básicos de una potencial vacuna contra la manipulación a través de las emociones. El interés es un elemento motivacional central. Sin interés no hay motivación para adquirir conocimiento o, lo que resulta clave en el contexto actual, tener acceso a información válida y fiable. En el ámbito de los estudios sociales de la ciencia, se ha tendido a asumir que el interés es el precursor del conocimiento: hay que generar interés para que se genere conocimiento. Sin embargo, hay cada vez más evidencias de que el interés necesita conocimiento previo. Evidentemente, el componente motivacional del interés nos llevará a querer saber más, pero sin conocimiento previo, no se genera ese impulso motivador. Más aún, es más importante la percepción de auto eficacia[23], en relación con los trabajos del psicólogo Albert Bandura, la sensación de que somos capaces de manejarnos con el tema de que se trate, que el conocimiento específico sobre él.
Sustanciamos el trilema entre conocimiento, interés y emociones en relación al debate democrático. Si en el mismo intervienen los tres elementos: conocimientos e intereses son conceptos que pueden evaluarse y medirse, mientras que las emociones solo cabe controlarlas. Las emociones, que proceden de nuestro cerebro más primitivo, perturban el debate profundo y democrático. No pueden coexistir en él, en el mismo plano, junto con el conocimiento y el interés. Pero las emociones no pueden eliminarse, sino que deben modularse, prestarles atención para atenuar su influencia, para contrarrestar los impulsos irracionales y para identificar los intentos de manipulación a través de ellas. Si en el debate predominan las emociones sin control, los conocimientos e intereses se disuelven, no cuentan. Por ejemplo, en el debate entre libertad (valor o derecho, que se expresa en capacidad de obrar sin impedimentos, de autodeterminarse) y cualquier institución política, ese debate no es posible, se quiebra.
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[1] Laura G. Merino (2020) Philip Ball: “No se trata de lo que la ciencia podría llegar a hacer, sino del contexto en que se desarrolla”. Telos, 18 diciembre.
[2] Carlos Álvarez Pereira (2020). El Quinto Elemento. Vida y civilización en la encrucijada. Tiempo de Paz, 139, (Monográfico ‘Nuevos tiempos, valores y paradigmas’), págs. 8-16.
[3] Federico Mayor Zaragoza (2021) Urgente: inventar el futuro. En: Larraga, V. (Coord.) 3er Informe sobre la ciencia y la tecnología en España. Cómo reconstruir el sistema de I+D+i tras la pandemia. Madrid: Fundación Alternativas. Pág. 19.
[4] Wikipedia. Advertencia de los científicos del mundo a la humanidad https://es.wikipedia.org/wiki/Advertencia_de_los_científicos_del_mundo_a_la_humanidad
[5] Naciones Unidas. Objetivos y metas de desarrollo sostenible. https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/sustainable-development-goals/
[6] Tedros Adhanom Ghebreyesus y Alex Ng (2020) La desinformación frente a la medicina: hagamos frente a la “infodemia”. El País, 18 febrero.
[7] Astrid Wagner (2020) Coronabulos, conspiranoia e infodemia: claves para sobrevivir a la posverdad. The Conversation, 27 mayo.
[8] Riccardo Gallotti y col. (2020) Assessing the risks of ‘infodemics’ in response to COVID-19 epidemics. Nature Human Behaviour, 4, págs. 285-293.
[9] Jesús Rey Rocha, Víctor Ladero y Emilio Muñoz Ruiz (2020) Covid-19: El peligro de los escépticos y los sarcásticos ante la pandemia. The Conversation, 25 mayo.
[10] Tali Sharot (2017) The influential mind: What the brain reveals about our power to change others. Londres: Little, Brown.
[11] Jesús Rey Rocha, Emilio Muñoz Ruiz y Víctor Ladero (2021) Es la ciencia, amigas y amigos. Asociación Española para el Avance de la Ciencia, Diálogos entre ciencia y democracia. 23 marzo.
[12] Andrew L. Hipp, Paul S. Manos y Jeannine Cavender-Bares (2020) El ascenso de los robles y las encinas. Investigación y Ciencia, 529, págs. 16-25.
[13] Víctor Ladero, Armando Menéndez Viso, Emilio Muñoz Ruiz y Jesús Rey Rocha (2021) Robles y encinas nos dan lecciones de cooperación para afrontar el cambio climático. The Conversation, 14 abril.
[14] Martin Nowak y Roger Highfield (2012) Super cooperadores, Barcelona: Ediciones B.
[15] Sergio C. Fanjul (2021). Teletrabajo: Buenas prácticas para la inteligencia colectiva. El País, suplemento Ideas, 3 enero, págs. 6-7.
[16] Daniel Innerarity (2021) Cuando el lugar es importante. El País, suplemento Ideas, 3 enero, pág. 7.
[17] Tom R. Tyler (2010) Why people cooperate. The role of social motivations. Princeton: Princeton University Press.
[18] Thomas H. Huxley (1893) Evolution and Ethics. The Romanes Lecture, 1893. London: Macmillan.
[19] Patricia Gosálvez (2021) Slavoj Žižek: “Con la pandemia empecé a creer en la ética de la gente corriente”. El país, suplemento Ideas, 24 enero, págs.4-5.
[20] Jesús Rey Rocha, Emilio Muñoz Ruiz y Víctor Ladero (2021) Es la ciencia, amigas y amigos. Asociación Española para el Avance de la Ciencia, Diálogos entre ciencia y democracia. 23 marzo 2021.
[21] Tali Sharot. Op. Cit.
[22] Antonio Damasio (1995/2013). El error de Descartes. La emoción, la razón y el cerebro humano. Barcelona: Destino, Colección Booket.
[23] Ana Muñoz van den Eynde. The image of science: The relationship between interest, knowledge and engagement (pendiente de publicación como Documento Científico CIEMAT).
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Ana Muñoz van den Eynde es responsable de la Unidad de investigación en Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT). Madrid, España.
Jesús Rey Rocha es investigador en el Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del Instituto de Filosofía (IFS) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Madrid, España.
Emilio Muñoz Ruiz es investigador ad honorem en el Departamento de Ciencia, Tecnología y Sociedad del IFS-CSIC y en la Unidad de Investigación CTS del CIEMAT. Madrid, España.