El vocablo quimera está vinculado a la mitología. Una quimera en la antigua Grecia era un monstruo, hijo de Tifó y de Equidna (bien con cuerpo de cabra, los cuartos traseros de una serpiente o un dragón y la cabeza de un león, o bien con tres cabezas: de león, de macho cabrío y de dragón). En la cultura japonesa está Nue, un ser con cabeza de mono, piernas de tigre, cuerpo de perro y una serpiente como rabo. También son conocidas las quimeras egipcias, o las de los mayas y aztecas, llegando hasta el hinduismo, con dioses con apariencia quimérica[1].

Actualmente, cuando hablamos sobre quimeras nos referimos a los seres vivos en los que coexisten varios ADNs. Pueden ser de la misma especie (quimeras intraespecíficas) o de diferentes (quimeras interespecíficas). Revelar que se ocasionan espontáneamente en la naturaleza.

Un proceso de quimerismo es el que tiene lugar cuando se fusionan dos espermatozoides y dos óvulos (mellizos, trillizos…), otro cuando un cigoto fecundado se divide dando lugar a gemelos, que fusionándose de nuevo generan siameses.

Ilya Ivanov[2], a principios del siglo XX, inauguró una línea de investigación que ha conducido a los experimentos sobre la producción de quimeras humanos-animales en los que trabaja, desde hace años y entre otros, el científico español Juan Carlos Izpisúa en China. Ivanov en el año 1910 planteó la opción de obtener, a través de la inseminación artificial, seres interespecíficos humanos/monos. Actualmente, sigue empleándose el conocido como “test del hámster” que se utiliza para conocer la capacidad de fecundación del esperma haciendo uso de ovocitos de hámster, dando lugar a un híbrido humano-animal, que por ley se deja “vivir” hasta un máximo de 24 horas.

Hace ya medio siglo se produjo en laboratorio el primer híbrido entre un humano y un animal (humano/ratón) y hace veinte saltó la noticia de que habían sido introducidas células madre neuronales humanas en embriones de monos, que llegaron a su cerebro y a su línea germinal. Cuestiones, ambas, de la máxima relevancia bioética. Particularmente, en 2002 se difundió que un grupo de investigación había transferido neuronas humanas al cerebro de embriones de pollos. En 2003 Chen y Chang, respectivamente, implementaron núcleos celulares humanos en óvulos de conejas y vacas (“Medicina Regenerativa”). En 2010 se anunció el nacimiento de un ratón con células humanas. En 2017, bajo la dirección de Juan Carlos Izpisúa, se desarrollaron hasta los 28 días embriones de cerdos con células humanas (tenían una célula humana por cada 100.000 porcinas). En 2018 investigadores de la Universidad de Stanford divulgaron que habían desarrollado embriones de ovejas con un 0,01% de células humanas. En agosto de 2019, este mismo investigador y el científico chino Ji Weizhi, modificaron genéticamente en un laboratorio Chino embriones de mono e inactivaron los genes para la formación de sus órganos. Posteriormente, inyectaron células humanas capaces de procurar tejidos variados. En esas mismas fechas el gobierno japonés autorizó al científico Hiromitsu Nakauchi y a su equipo a generar embriones animales con células humanas para fabricar órganos para trasplantes. En 2019, Izpisúa y Ji Weizhi, crearon 132 embriones mezclando células de mono y humanas. Tres de estos embriones crecieron hasta los 19 días fuera del útero, momento en el que interrumpió el estudio, evitándose así la aparición del sistema nervioso central humano. En mayo de 2020, un grupo de investigación americano detalló haber creado un embrión de ratón que era un 4% humano, el nivel más elevado, hasta ese momento, de células humanas en un animal. En 2021 se trasplantó en Estados Unidos exitosamente un riñón de cerdo a una mujer en muerte cerebral y en 2022 David Bennett se convirtió en el primer ser humano al que le fue trasplantado un corazón de cerdo, si bien falleció a los dos meses por un virus porcino del propio corazón.

Por último, constatar que hace varias semanas hemos asistido a un hecho histórico, que acerca cada vez más el sueño de emplear a otros mamíferos para trasplantes en humanos. Científicos chinos y el médico español Miguel Ángel Esteban anunciaron haber concebido un esbozo de un órgano humano en un cerdo (“riñones humanizados”), con los consecuentes dilemas morales y bioéticos. Estos embriones cerdo-humano se gestaron hasta los 28 días, resultando la mitad de las células de sus riñones humanas.

Juan Carlos Izpisúa en declaraciones sobre este experimento ha dicho que supone “… un paso más allá y demuestra que las células se pueden organizar en el espacio y dar lugar a estructuras tisulares organizadas… (si bien aunque)… Todavía no se ha logrado desarrollar órganos humanizados maduros en cerdos, … este estudio nos acerca un paso más” en la generación de órganos para el trasplante a humanos.

Para Rafael Matesanz, fundador de la Organización Nacional de Trasplantes es “una vía bastante más prometedora” , aunque juzga “dudoso” que tal ensayo pudiera aprobarse en España, habida cuenta de la probabilidad de que algunas células humanas alcancen el cerebro del embrión de cerdo o las gónadas. Según sus declaraciones:  “El gran riesgo es que las células se te vayan al sistema nervioso central y te produzcan un cerdo-hombre. O que se vayan al sistema reproductor y lo mismo”.

Para el nefrólogo Josep Maria Campistol, director general del Hospital Clínic de Barcelona: “Podrían ser una fuente inagotable de órganos, con la posibilidad, además, de generar órganos humanos específicos, personalizados, para determinados pacientes (…) Estoy convencido de que, en un futuro próximo, vamos a ser capaces de regenerar los riñones, los hígados o los corazones que estén enfermos crónicamente, para restablecer total o parcialmente su función y evitar el trasplante”.

Estos desarrollos llevan al centro del debate dos posiciones diferenciadas: la de aquellos que se instalan en el imperativo tecnológico y la de los que juzgan que no todo lo que es posible científicamente, es ético y socialmente admisible y, ni debe materializarse[3]. De forma que el problema de la ética de la experimentación surge del conflicto entre la dignidad e integridad del ser humano y la libertad de investigación científica.

Muchos son los dilemas coligados, de cuya resolución depende el futuro del ser humano como especie biológica y cultural, con especial atención a los usos indebidos de las posibilidades que vayan surgiendo en materia de genética humana, aunque la historia viene a constatar que lo que en un momento histórico se aleja de la moral y ética públicas con el trascurso de los años deviene en una realidad, plenamente consensuada socialmente. Instándome personalmente en la perspectiva de: ¡Prudencia y más prudencia!

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[1] Véase, Iñigo de Miguel Beriain, “Híbridos y quimeras” en Carlos María Romeo Casabona, Enciclopedia de Bioderecho y Bioética, Tomo I, Editorial Comares, Granada, 2011, págs. 937-948.

[2] Véase, Rubén Gómez-Soriano, “¿El ocaso de las especies?: Ilya I. Ivanov y los experimentos de hibridación entre humanos y simios en la URSS”, Revista de historia de la psicología,, Publicacions de la Universitat de València, 2009, vol. 30, núm. 2-3, págs.  125-133.

[3] En esta línea se instala la Ley 14/2006, de 26 de mayo, sobre técnicas de reproducción humana asistida, la cual en su artículo 26.c., considera infracción muy grave: 7.ª La producción de híbridos interespecíficos que utilicen material genético humano, salvo en los casos de los ensayos actualmente permitidos.