Director y guionista: Woody Allen. Intérpretes: Joaquin Phoenix (Abe), Emma Stone (Jill), Parker Posey (Rita), Jamie Blackley (Roy).

 La última película del cineasta neoyorquino, nos ofrece una entretenida incursión por los clásicos de la filosofía y como acostumbra, hace una combinación de géneros que va de la comedia dramática al thriller criminal con el objetivo de dejar claro que es el azar el principio que rige el universo y las vidas de sus pobladores.

Su filmografía está plagada de referencias filosóficas e incluso ha inspirado varios libros sobre la filosofía presente en su cine. Pero como el mismo afirma; “Creo que no he escrito ni dramatizado nada que fuera filosóficamente original, soy un simple producto de los filósofos que he leído”.

Hace veintiséis años, en “Delitos y faltas” (1989) nos planteó muchas de estas reflexiones sobre la búsqueda de la felicidad a través de la filosofía pero en esta ocasión, el protagonista ya no es un optimista maestro de filosofía, sino un frustrado, deprimido y atormentado profesor Abe Lucas. Magníficamente interpretado por Joaquín Phoenix. Este cambio, diametral, en la psicología de su protagonista lo deja claro desde la primera cita que utiliza. Es de Kant, el mayor representante del criticismo —corriente filosófica que postula la necesidad de tener en cuenta el papel activo de las personas en el acto de conocer— Y que en su obra, la “Crítica de la razón pura” afirma que el ser humano, es una criatura incapaz de dejar de hacerse preguntas que no puede responder. Al fin y al cabo, la vida no es una ecuación que podamos resolver. Y en este mismo tono continúa  con la segunda  cita que menciona, que es de Kierkegaard —el padre del existencialismo— para acabar afirmando a sus alumnos que el mundo teórico de la filosofía y el mundo real poco tienen que ver.

Sin dejar espacio para pensar otra cosa, el realizador nos presenta a Abe Lucas como un hombre rendido al sufrimiento de la desesperación, un pensador que se ha visto incapaz de dejar huella en ese inamovible mundo real en el que nada de lo que haya intentado antes ha servido para marcar la diferencia o para obtener respuestas. Tampoco se ve motivado al conocer a la joven Jill Pollard (Emma Stone), una inteligente, sonriente y preciosa alumna que rápidamente se enamora de él. Si se siente cómodo con ella y terminan pasando la mayor parte del tiempo juntos, pero para él no existe el vínculo sentimental sino tan sólo es alguien con quien puede hablar de forma inteligente.

El maestro Woody Allen siempre ha tratado la tragedia de la existencia con humor y eso es lo que vuelve hacer en esta ocasión aderezada con grandes dosis de intriga, suspense y thriller criminal.

Si en la primera parte de la película el personaje representa la razón, al hombre hastiado por las teorías sobre el sentido de la vida que no han logrado ofrecer ninguna respuesta satisfactoria, y que por eso se da a la bebida como analgésico para olvidar y evadirse. En la segunda parte, gracias al azar encuentra con su razón para vivir.

Es en el asesinato de un personaje deleznable donde encuentra sentido a su existencia.

De este modo, nuestro amargado profesor de filosofía encuentra un propósito en su vida, ese deseado papel activo para cortar con lo preestablecido. Porque desear no sirve de nada, hay que actuar. Y ahora él va a actuar. Pero para justificar ese ansiado acto significativo que lo va a cambiar todo, intenta racionalizar lo irrazonable, lo insensato, lo contrario al instinto y al pensamiento moral de las personas, lo que le acaba convirtiendo en un asesino, un hombre irracional. Justo lo contrario de lo que siempre había querido ser.