La señora Díaz Ayuso ha dado pruebas más que suficientes del modo —tan dañino para la democracia— en que entiende la actividad política. Los partidos de la oposición y los medios de comunicación deberían idear un plan para contrarrestar y bloquear lo que podríamos con todo derecho llamar la “estrategia de la provocación”.

La corta semana del 13 al 17 de octubre, tras el puente del día de la Hispanidad, fue muy bien aprovechada por la señora Ayuso:

El miércoles 13 —preguntada en una entrevista por su opinión sobre las medidas del Gobierno en relación con los precios del alquiler—, afirmó que nunca se le ocurriría poner en alquiler una vivienda porque los inquilinos, o bien son “morosos”, o bien son “okupas”, o bien “destrozan” la casa. La declaración mereció numerosos reproches públicos, incluido el de la alcaldesa de Barcelona, que vive de alquiler.

Ese mismo día —a preguntas de la señora Monasterio, líder de Vox en la Asamblea de Madrid—, contestó que “no podemos regalar la educación a todos, aunque nos gustaría hacerlo”. Nueva oleada de reproches por sugerir que ella es dueña de los dineros públicos y libre de regalar o no algo que es un derecho constitucional.

En el pleno del jueves 14, nos obsequió con un déjà vu: el “España nos roba” de los secesionistas catalanes, pero aplicado ahora a Madrid porque, según ella, ha sido discriminada en el anteproyecto de Presupuestos del Estado.

En ese mismo pleno, alabó el modelo laboral de los riders —que ya ha sido desautorizado por los tribunales—, porque, en su opinión, aporta “flexibilidad y libertad”.

El viernes 15 arremetió contra la invitación del Presidente Sánchez a abordar con lealtad un debate sobre la distribución de algunos organismos del Estado en otros territorios que no sean Madrid, donde actualmente se ubican la mayoría de ellos. La lealtad de la señora Ayuso consistió en acusar de “madrileñofobia” al Presidente y de que pretendía “descapitalizar” Madrid.

El sábado 16 remató esta secuencia de provocaciones con otra sobre al aborto, diciendo que para las “feministas profesionales” —signifique eso lo que signifique— el aborto es “una fiesta” y  es una decisión que muchas toman cuatro veces —solo el 3% de las mujeres que abortan están en ese caso—.

Podríamos seguir con su viaje a Estados Unidos, plagado de este tipo de declaraciones —con el evidente fin de eclipsar la Convención del PP, que tuvo lugar esa misma semana—, pero, no se trata de hacer un relato exhaustivo de sus barbaridades, sino tan solo de poner de manifiesto su estilo y de analizar las razones que hay detrás de ello.

El análisis es bien sencillo: esta señora desea estar constantemente en los medios; se está —o le están— fabricando un currículum. Dedica la mayor parte de su tiempo a entrevistas, inauguraciones y visitas, seguidas siempre de declaraciones, en las que va desgranado uno tras otro sus mensajes, casi siempre de confrontación con el Gobierno de la Nación, o con “las izquierdas” en general, a las que parece tener bastante rabia. Su interés no es iniciar unos debates, que tal vez podrían ser útiles para contrastar sus políticas con las de los otros partidos. Tan pronto como aborda un tema, lo olvida inmediatamente para lanzar otro. Sus mensajes son simplistas, hirientes y provocadores, cuando no directamente ofensivos. Sigue la misma estrategia que las redes sociales: su objetivo es captar constantemente nuestra atención. En términos de un ingeniero de telecomunicación, diríamos que intenta ocupar “todo el ancho de banda”. En términos políticos, que trata de marcar la agenda a los demás.

¿Por qué lo hace? En mi opinión, consigue dos beneficios: uno, que se hable constantemente de ella —aunque sea mal, pero eso puede ser incluso una ventaja— y de ese modo se promociona; dos, que no se hable de su gestión y así se evita dar explicaciones. Como confirmación de esto último, en los plenos en los que debería rendir cuentas, contesta a las preguntas de la oposición con otras preguntas sobre política nacional, ¡pidiéndoles explicaciones a ellos de las decisiones del Gobierno de la Nación! De este modo, consigue que, en lugar de hablarse de su gestión de la sanidad o la educación —muy criticable, por otra parte—, la discusión se enrede en temas ajenos a Madrid.

Combatir a este tipo de “políticos” no es fácil, como no lo fue contrarrestar a Donald Trump en su momento. Pero está claro que son dañinos para la pacífica convivencia democrática y para la confrontación sosegada de las discrepancias políticas, legítimas en democracia, pero siempre que se diriman con respeto y con formas aceptables. Lamentablemente, consiguen tener muchos seguidores, que parecen disfrutar con sus malas formas.

Una primera línea de defensa sería negarse a emplear demasiado tiempo —que es lo que ella busca— en responder a sus exabruptos. Esto es aplicable sobre todo a los medios, a muchos de los cuales les encanta ese estilo sucio y barriobajero de exponer los conflictos, porque eso da lugar a tertulias interminables que mantienen la atención del público.

Con todo, la mejor forma de combatir a personajes como la señora Ayuso es hablar precisamente de lo que ella no quiere que se hable: de su gestión. Por detrás de la tinta de calamar de sus banalidades, están sus consejeros recortando recursos a la atención primaria, dejando desatendida la educación pública, derivando recursos millonarios a los hospitales y residencias privados, e impidiendo que se forme una comisión de investigación sobre los 6.000 fallecimientos que hubo en las residencias de ancianos durante la primera ola de la Covid-19.

Sería conveniente, por ejemplo, pedirle explicaciones sobre sus bajadas de impuestos, en una comunidad que ha acumulado una deuda de 34.600 millones en los últimos diez años y que presenta déficits en casi todos los ejercicios.

Los madrileños pagamos el sueldo de la señora Ayuso y de su gobierno, no para que se ella se exhiba en los medios y se promocione dentro de su partido y en la política nacional. Les pagamos para que gestionen unos recursos que son de todos y, después, nos rindan cuentas de esa gestión.