Con este título, La ley del más rico. Gravar la riqueza extrema para acabar con la desigualdad, Oxfam acaba de presentar su último informe, donde de manera gráfica pone sobre la mesa un hecho sin precedentes en los últimos 25 años: crece simultáneamente la riqueza y la pobreza extrema en el mundo. Algo muy preocupante, que tiene que ser corregido ya en las dos magnitudes.
Hay mucha gente que puede pensar: ¿Por qué corregirlo? Y la respuesta es sencilla. Porque no hacerlo, nos acerca a un punto de no retorno, donde las preguntas que habrá que responder entonces, más pronto que tarde, serán ¿Cuánto tiempo queda para que se produzca un estallido social global ante tanta codicia y tanta desigualdad? y ¿Dónde comenzará todo? Porque que nadie tenga dudas que comenzará y no de una manera muy tranquila.
Otras personas e instituciones, que no quieren hacer nada, consideraran una exageración lo que estoy planteando. Pero es bueno recordarles que, en octubre del año 2022, la nueva edición del informe del Banco Mundial La pobreza y la prosperidad compartida, señalaba que no se logrará cumplir el objetivo de poner fin a la pobreza extrema en 2030, y que los avances en la reducción de la pobreza extrema básicamente se han detenido.
Todo ello, en un contexto de menor crecimiento económico, y señalando, el Banco Mundial, que la COVID-19 representó el mayor revés para los esfuerzos de reducción de la pobreza a nivel mundial desde 1990, y que la guerra en Ucrania amenaza con empeorar la situación. Un ejemplo: la pandemia empujó a unos 70 millones de personas a la pobreza extrema en 2020, el mayor aumento en un año desde que comenzó el seguimiento de estas cifras, en 1990. Y, en consecuencia, calcula que 719 millones de personas subsistían con menos de 2,15 dólares al día a finales de 2020.
El resultado es que la desigualdad mundial se elevó por primera vez en décadas. Y hasta el PNUD, por primera vez, en su Informe sobre desarrollo humano 2021/2022, ha establecido que el desarrollo humano está registrando un retroceso en nueve de cada diez países.
Llevamos décadas sufriendo un incremento de las incertidumbres vitales. Esto está afectando cada vez a un mayor porcentaje de la población. Se acumulan las crisis, y cuando creemos haber superado una nos encontramos de repente con otra peor.
Cada vez hay más gente que pasa hambre. Cada vez más millones de personas se enfrentan a subidas de precios desorbitadas que destruyen su economía familiar. Y junto a esto, los ricos cada vez acaparan más y más, y los beneficios empresariales alcanzas niveles récord.
¿Qué el 1 por ciento de las personas más ricas acumulen el 63 por ciento de la riqueza producida en el mundo desde el año 2020, valorada en 42 billones de dólares, casi el doble que el 99 por ciento restante de la humanidad, no es motivo suficiente para entender que esto es insostenible y hay que actuar?
¿Qué racionalidad puede encontrarse en que, a nivel mundial, la fortuna de los milmillonarios crezca a un ritmo de 2.700 millones de dólares al día, y al mismo tiempo al menos 1.700 millones de trabajadores vivan en países donde la inflación crece más que sus salarios?
¿Cómo se permite que, en el año 2022, noventa y cinco grandes empresas energéticas y de alimentación duplicaran con creces sus beneficios, generando unos beneficios extraordinarios de 306.000 millones y repartiendo 257.000 millones de dólares en dividendos, mientras siguen encareciendo la energía y los alimentos, y más de 820 millones de personas se van a la cama, cada noche, con hambre?
¿En serio seguimos permitiendo que, por cada dólar recaudado en impuestos a nivel global, sólo 4 céntimos se recaudan sobre la riqueza, y que la mitad de los milmillonarios del mundo vivan en países donde no se aplica ningún impuesto de sucesiones?
La gente tiene que saber que es posible un cambio. Y que si se aplicara un impuesto a la riqueza de hasta el 5 por ciento a los multimillonarios y milmillonarios podrían recaudarse 1,7 billones de dólares anualmente, lo que permitiría a 2.000 millones de personas salir de la pobreza, además de financiar un plan mundial para acabar con el hambre, como señala Oxfam.
¿Sabías que, en Estados Unidos, el tipo marginal de los impuestos federales sobre la renta personal durante el período 1951-1963 estaba en el 91 por ciento; los tipos máximos del impuesto de sucesiones se mantuvieron en el 77 por ciento hasta 1975; y que el tipo promedio del impuesto sobre los beneficios empresariales se situaba ligeramente por encima del 50 por ciento durante las décadas de los cincuenta y los sesenta, y contaban con el consenso de todo el espectro político y fue la etapa de mayor crecimiento?
Las políticas públicas pueden y deben ayudar a reanudar los avances en la reducción de la pobreza, junto con la cooperación internacional. En este sentido, el gobierno de España está implementando muchas políticas para que ningún ciudadano se queda atrás.
Pero, los ciudadanos tenemos que ser más activos y respaldar estas acciones, porque queda mucho camino por recorrer, como demuestra el hecho de que la inflación perjudica un 26 por ciento más a los hogares con menores ingresos, y que los beneficios empresariales están agravando esta crisis de coste de vida. A finales de 2022 los márgenes de las empresas en España eran un 60 por ciento superiores a los observados a finales de 2019, mientras los salarios apenas habían crecido un 4 por ciento.
Hay que apoyar al gobierno a la hora de realizar una reforma fiscal donde paguen más los que más tienen y existan más medios para perseguir la evasión y elusión fiscal, como señala nuestra Constitución.
Hay que apoyar al gobierno, tanto para que siga ampliando las políticas sociales y se apruebe en el Parlamento la ley de servicios sociales, que pretende dar igualdad a todos los españoles, como para que focalice el apoyo público a quienes más lo necesitan.
Hay que acabar con la desigualdad.