La pantalla del cine en negro y el eco del desastre de las Torres Gemelas como sonido de fondo es la primera secuencia de “La noche más oscura”, última película de Kathryn Bigelow (realizadora norteamericana que recibió un Oscar por su anterior trabajo, “En tierra hostil”, que aspira con esta película a varias estatuillas en la presente edición).
La película narra con cuidados detalles la búsqueda y captura del hombre más buscado por la CIA de los últimos tiempos, el escurridizo líder de Al Qaeda, Bin Laden. La secuencia en negro da paso a un interrogatorio efectuado en alguna de las cárceles clandestinas montadas por Estados Unidos en su famosa lucha contra el terrorismo islamista. El interrogatorio se aplica a un preso árabe con las eufemísticamente llamadas “técnicas mejoradas de obtención de información”, en las que se aprecia el cuidado que tanto el guionista Mark Boal (periodista de profesión y colega incansable de fatigas de Bigelow en otros trabajos) como la realizadora han puesto en estas escenas. En ellas se muestra la tortura con guante blanco, casi con “elegancia” –si se puede utilizar esta expresión para describir algo tan brutal y censurable como es causar un sufrimiento terrible a un ser humano preso, indefenso y a quien se le ha desprovisto de todos sus derechos- y sin insultar, sin utilizar palabras gruesas. Esto sorprende y conduce a pensar que es algo buscado para no incomodar demasiado ni hacer más sangre de la debida. Los agentes de la CIA torturan a un hombre inmovilizado dándole un trato correcto, se puede decir que le someten a técnicas de ahogamiento casi con pulcritud y sin insultar al preso en ningún momento. La cámara se mueve de tal modo ante nuestros ojos que no se siente empatía con el torturado, más bien se siente cierta identificación con agentes profesionales, que hacen su trabajo bien hecho, y sin ensañamiento. Los dos agentes que aparecen, un hombre y una mujer (Maya, la protagonista) parecen personas normales, comunes y corrientes que han hecho una carrera, se han preparado y hacen su trabajo lo mejor que saben, empleando todos los “medios” que la Administración pone a su alcance, incluida la práctica de obtener información a través de utilizar la tortura.
“La noche más oscura” viene envuelta en la polémica precisamente por el asunto de las torturas, porque en el film no queda del todo claro si se proporciona el mensaje de que para capturar a Bin Laden fue necesario y determinante su empleo, o si por el contrario, fue el mantenimiento de una investigación concienzuda y tenaz, prolongada en el tiempo, lo que dio paso a la caza de Laden -como se muestra a través del personaje de Maya (interpretado con maestría por Jessica Chastain, nominada al Oscar por este trabajo), que representa a la agente que se empeñó y se obsesionó con dar caza al terrorista más buscado (parece ser que esa mujer existe en la realidad, y como aseguró la propia directora del film en una entrevista concedida a la periodista Rocío Ayuso para ‘El País”, para “ella fue una sorpresa la importancia que tienen las mujeres en la CIA” y se “sorprendió de sorprenderse de ello”, será porque cuando hablamos de espías siempre les ponemos cara de James Bond.
Desde mi punto de vista, en la película se justifica la tortura en parte, porque, aunque está bien claro que lo determinante es la investigación, la lenta, constante, detallada y trabajosa acumulación de pesquisas que van madurando con el paso del tiempo, no es menos cierto que hay una escena en la que se da a entender que sin utilizar la tortura no se hubiera conseguido la primera pieza del puzle. Un puzle confuso, montado sobre el tablero cambiante de pasar de la Administración Bush -partidaria de las “técnicas mejoradas de obtención de información”-, a la Administración Obama, que prohibió su uso y anunció su intención desde el inicio de su mandato de cerrar Guantánamo y suspender el programa de cárceles clandestinas, aunque sabemos que todavía no se ha llevado a cabo del todo- y en el que ciertamente los torturados distraen lo que pueden, pero donde sí se explica que la pieza de origen salta en una sesión de tortura.
Lo que sí queda meridianamente claro en la película es ese cambio de rumbo en las políticas de la CIA, haciendo del film un valioso vehículo de propaganda internacional de la Administración Obama, lo que ha convertido a Bigelow en una especie de autora comprometida con la Administración demócrata y la ha puesto en el punto de mira de los conservadores.
El cambio de ese rumbo político se muestra a través de una entrevista de TV en la que Obama habla en contra de estas prácticas de tortura y que es seguida en la base de operaciones de la CIA en Pakistán por los agentes allí destacados con cierto interés.
Hay otro asunto que incomoda sobremanera a los representantes políticos más conservadores (pertenezcan al partido demócrata o al republicano) y es cómo se narra la secuencia de la caza y captura de Bin Laden: la famosa “Noche más oscura” (que es lo que da el título al film, la noche en la que se desarrolló la operación militar de su captura) que es expuesta con una autenticidad y un marchamo de “verdad” que hace presuponer que los autores del guión han contado con el asesoramiento y el beneplácito de la propia CIA pudiendo acceder a material clasificado, hecho que tanto Bigelow como Boal niegan. Aseguran que no solicitaron dicho material ni son conscientes de que les fuera proporcionado.
Desde el punto de vista cinematográfico esta película es una producto excepcional, la realización es extraordinaria, es un alarde de cine bien hecho, con una trama bien tejida, en la que no se da puntada sin hilo, una dirección muy solvente y un elenco de actores que están tan dentro de su papel que el espectador puede llegar a sentir que se encuentra él mismo ahí en la trama.
La escena de la caza del hombre en la que se resuelve la cinta no defrauda, Bigelow consigue mantener la tensión hasta el final. A pesar de que todos sabemos que se dio muerte y captura -por este orden- a Bin Laden, la realizadora consigue esa magia de que parece que va a desvelar el secreto definitivo, eso sí, sin mostrar la cara de Bin Laden muerto en ningún momento, ni falta que hace. Su cuerpo se identifica por un retazo de una barba larga y canosa, que conocemos por el imaginario colectivo que han construido los medios de comunicación durante años, y con eso es bastante.
Hay un aspecto que quiero comentar, que no se ha tratado apenas sobre este film. El asunto de las torturas ha traído polémica, así como el posible uso de material clasificado, pero no se ha criticado el procedimiento. Parece que está asumido que Bin Laden no tenía otro final que ser cazado, ejecutado, muerto en una acción militar clandestina. ¿No cabía su captura y juicio posterior en un tribunal internacional?
Después de ver la película, me vuelvo a formular la pregunta. Me doy cuenta que esto no se cuestiona. Esta caza del hombre se ha asumido por la sociedad americana, y occidental en general, como un mal menor, como una necesidad para poner punto y final a una aventura militar en Afganistán e Iraq disparatada, emprendida por la Administración Bush y que Obama tenía prisa por zanjar desde el minuto uno de su mandato. Pero, desde un punto de vista ético, ¿se puede estar de acuerdo con que el fin justifique los medios? ¿No nos hemos dado leyes suficientes para actuar de forma ajustada a derecho contra este tipo de criminales?
Recomiendo esta película a pesar de todas las críticas que he realizado, porque es una buena película, hace pensar y replantearse muchas cosas y también sirve para ser conscientes de cómo se utiliza el cine con fines propagandísticos de forma magistral con productos bien hechos y de calidad, para que entren mejor, algo que no es nuevo y que ya Ilya Ehrenburg en su libro “La fábrica de sueños” de 1931 mostró con todo el peso de su capacidad y conocimiento.