Desde hace algunos años las elecciones vascas y gallegas constituyen una referencia significativa no solo por venirse realizando de una manera conjunta, al margen de los restantes procesos electorales en España, sino también por sus elementos de singularidad. De hecho, tanto en Galicia como en el País Vasco existe una pauta de doble voto persistente—en generales y en autonómicas—, junto con la doble particularidad que suponen los dos partidos predominantes respectivos: el histórico PNV en el País Vasco y un PP un tanto “especial” en Galicia. Un PP que tiene unas raíces galleguistas templadas desde el período de liderazgo “cuasiconstituyente” del último Fraga Iribarne. Un PP que opera con un tono más sosegado e impregnado de cierto sentido de Estado —y de gobernabilidad— que el PP de los Pablo Casado, los Teodoro García Egea y la belicosa Cayetana Álvarez de Toledo.
Por estas razones, los resultados de las elecciones del 12 de julio deben ser analizados con mayores matices y alcance que si fueran solamente unas elecciones autonómicas.
¿Cuáles son, desde una óptica general, las principales tendencias políticas que pueden identificarse en las elecciones vascas y gallegas del 12 de julio?
El primer aspecto reseñable es, sin duda, la baja participación. El hecho de que en Galicia haya votado el 58,9% y en el País Vasco un 52,9% (siete puntos menos que en 2016) es un indicio de insuficiente motivación, al margen de lo que se pueda atribuir a los efectos del coronavirus.
En segundo lugar, se ha podido constatar que tanto el PNV, como el PP de Feijóo —que hizo desaparecer las siglas de su partido en la campaña—, continúan manteniendo un respaldo apreciable en sus respectivos territorios, aunque en esta ocasión condicionado por la abstención.
En tercer lugar, los resultados del PSOE, tanto en Galicia como en el País Vasco, revelan que el partido socialista crece ligeramente en apoyos respecto a las últimas elecciones autonómicas, habiendo pasado en Galicia del 17,9% y 14 escaños en 2016 a un 19,4% y 15 escaños, y en el País Vasco del 11,9% de los votos y 9 escaños de 2016, al 13,6% y 10 escaños. Con lo cual, refuerza algo su posición general como partido de gobierno, con una implantación importante en toda la geografía, incluso en lugares como el País Vasco y Cataluña, donde el otro gran partido nacional (el PP) es una formación prácticamente irrelevante; como ha quedado evidenciado en esta ocasión también en el País Vasco, donde la operación del “bloque nacional”, integrado por PP y Ciudadanos, solo ha alcanzado un 6,7% de los votos —prácticamente la mitad de los que tenía—, habiendo pasado el PP de tener 9 diputados a solo 6 en coalición, de los cuales dos son de Ciudadanos. Pérdida que Iturgaiz ha intentado presentar —¡otra vez!— como un triunfo frente a las encuestas, arremetiendo incluso con el “CIS de Tezanos” que, según él, le atribuyó menos escaños, cuando la verdad es que estimó un 5,9% de votos y entre 3 y 6 escaños, aproximándose muy notablemente a los datos finales (al igual que en la mayor parte de las otras estimaciones).
Los resultados del 12 de julio marcan un fuerte contraste práctico para las posibilidades respectivas de dos posibles estrategias internas de este partido: la del PP de Pablo Casado experimentada en el País Vasco, con unos resultados desastrosos que podrían anticipar un negro porvenir político-electoral del PP si continúa apostando por sus sectores más duros y belicosos, en alianza expresa con otros partidos y personajes de extrema derecha. Y, por otro lado, la del PP de Feijóo, en el que también persiste un espíritu de conservadurismo neto, pero con cierta apertura y una mayor disposición al diálogo y a los entendimientos generales que ahora son necesarios. Y, por lo tanto, con un mayor perfil de partido de gobierno capaz de operar sin complejos frente a los extremismos de Vox y de su propia ala cayetanista.
Por eso, en las elecciones del 12 de julio el electorado ha lanzado un doble aviso bastante claro, que habrá que comprobar si los actuales dirigentes y estrategas del PP son capaces de comprender y procesar en todo su alcance.
En cuarto lugar, no deja de ser significativo que Vox haya tenido resultados tan parcos, tanto en Galicia como en el País Vasco, donde solo ha obtenido un 1,9% de los votos y un único escaño en Álava. Lo que obliga a reflexionar hasta qué punto una formación de este tipo tiene un horizonte de futuro y alguna posibilidad de ser visto como un partido con capacidad plausible de gobierno, más allá de la credibilidad —y el blanqueo— que está recibiendo —aparentemente gratis— por parte del PP de Casado, con alianzas e interlocuciones bastante asimétricas en términos de utilidad recíproca.
Finalmente, hay que resaltar que el voto de izquierdas en general se mantiene en posiciones destacadas en su conjunto, a pesar de las fragmentaciones y los retrocesos que experimenta Podemos, especialmente en Galicia, donde la coalición ha pasado de tener un 19,1% de los votos y 14 diputados en 2016, a quedarse sin ninguna representación. En tanto que se mantiene en cierto grado en el País Vasco.
En su conjunto, unas elecciones de las que pueden derivarse bastantes cuestiones sobre las que reflexionar y obtener conclusiones, en un contexto general de cierta inclinación subyacente del electorado hacia la izquierda, tanto en sus modalidades más autonómico-nacionalistas (con crecimientos muy significativos), como en su caracterización socialista, que experimenta ligeros crecimientos de voto, cuya significación, en circunstancias como las actuales, no debe desdeñarse.