Cuando parecía que íbamos a disfrutar de unas Navidades normales, desde la llegada de la pandemia, la incertidumbre vuelve a nuestras vidas en forma de la nueva variante Ómicron y de la subida de contagios. Ante esta variante, que parece más contagiosa, Europa ha comenzado a blindarse suspendiendo los vuelos con siete países del sur de África y endureciendo sus restricciones para evitar la expansión del virus.

Ante el aumento de los contagios, ya en algunos países europeos habían vuelto a recuperar cierres del ocio nocturno, restricciones de movilidad y confinamientos, totales o centrados en las personas no vacunadas.

Lo que está pasando nos viene a recordar que la humanidad es un todo. Y, o las vacunas llegan a todo el mundo, o porque en Europa el porcentaje de vacunación sea alto no estaremos a salvo de nuevas variantes cada vez más contagiosas o peligrosas.

Hay que ser más solidarios con el resto del mundo, con hechos y no solo con palabras. Pero también, hay que ser más firmes con aquellas personas que se niegan a vacunarse. Creo que ha llegado el momento de que en toda Europa sea obligatoria la vacunación.

En España, los porcentajes de vacunación son bastante elevados, pero existe un porcentaje pequeño globalmente, pero que suma millones de personas, que por distintas cuestiones no se están vacunando cuando ya deberían haberlo hecho.

Entre las razones que dan para no vacunarse, un 28,3 por ciento no se fía de esta vacuna, según el barómetro de noviembre del CIS. Un 17,2 por ciento, tienen miedo a que la vacuna tenga riesgos para la salud o efectos secundarios-colaterales. Un 10,1 por ciento, no cree en la eficacia de la vacuna. Un 9 por ciento, por falta de garantías: pocos ensayos, prematura, falta de análisis.

A lo mejor estas razones podían ser entendibles, aunque no compartidas, al principio. Pero ahora, no tienen sentido. Y sobre ellas, debe de primar la salud pública y el bienestar de la comunidad en la que vives.

Entre los que no se han vacunado, merece la pena destacar dos cuestiones. La primera, es que, dentro de la escala de auto ubicación ideológica, donde 1 es izquierda y 10 derecha, los que se sitúan entre el 8, 9 y 10 son los que tienen un porcentaje mayor de no haberse vacunado aún, con porcentajes del 6.8, 9.9, y 8.8 por ciento respectivamente.

La segunda, es que, si atendemos a la religiosidad de las personas, existen diferencias significativas entre los que no se han vacunado. Un 4,1 por ciento de los católicos practicantes no se han vacunado. Un 3.6 por ciento de los católicos no practicantes. Un 20,7 por ciento de los creyentes de otra religión. Y un 5,2 por ciento de los agnósticos, indiferente, ateos.

Y cuando, a estas personas no vacunadas, se le pregunta si están dispuestos a vacunarse cuando llegue su turno, responden que no un 42,6 por ciento de los católicos practicantes no vacunados; un 60,2 por ciento de los católicos no practicantes no vacunados; un 49 por ciento de los creyentes de otra religión no vacunados; y un 65,9 por ciento de los agnósticos, indiferentes, ateos no vacunados.

Esta realidad demuestra que hay que continuar haciendo pedagogía de las bondades de las vacunas. Pero también, que hay que dar el paso de obligar la vacunación por salud pública y el bienestar de la comunidad en la que vivimos.

Esta decisión de obligar a la vacunación cuenta, en estos momentos, con el apoyo de un 46,2 por ciento de los españoles, que piensan que ante los riesgos de contagio de coronavirus habría que obligar a todas las personas a vacunarse, aunque no quisieran hacerlo. Un apoyo que estoy seguro irá en aumento.

Frente a un 22,9 por ciento que opina que no habría que obligar a nadie a vacunarse. Un 27 por ciento que cree que depende de los casos. Y un 3.6 por ciento que no sabe, duda.

Pedagogía, sí. Pero, obligar a vacunarse también.

Esta en juego nuestra salud y nuestro bienestar.