La política puede ser dura y exigente. En escenarios de dificultad, cuando el interés general requiere decisiones eficaces y ágiles, no se pueden reclamar paños calientes. La crítica acerada ante un error, la reivindicación contundente ante una necesidad, están justificadas. No cabe quejarse.
Ahora bien, la dureza y la exigencia no están reñidas con el rigor y la observancia del bien común. Las críticas pueden ser todo lo incisivas que se quiera. Las reivindicaciones pueden plantearse de manera perentoria y con pocos matices. Vale.
Pero críticas y reclamaciones han de sustentarse en la verdad y en la honestidad. Porque esto es precisamente lo que distingue la política sana de la política tóxica. Y porque la falta de esto es lo que está envenenando la política española desde hace demasiado tiempo.
La política tóxica es la que busca obtener beneficio de la destrucción. Destruir para ganar. La política de la tierra quemada. Sacrificar el interés común en aras del beneficio propio. Que España se hunda para que yo gane.
La política tóxica es la que usa la mentira para destruir. Exagerar, manipular, engañar, prescindir de la verdad, con el fin de dañar al adversario.
La política tóxica es la que utiliza recurrentemente argumentos ad personam. No se contradicen los argumentos o las acciones del adversario. Se intenta destruir directamente al adversario, su prestigio personal, su credibilidad personal, su honorabilidad personal…
No enfrento tus ideas en un debate. Te niego la legitimidad para plantear ideas y para participar en el debate. Esto es tóxico.
La política tóxica es la que persigue polarizar antes que buscar acuerdos, es la que fomenta la tensión antes que el entendimiento, es la que azuza sentimientos de rencor hacia el que piensa distinto, en lugar de estimular la razón para el encuentro…
Buena parte de la derecha política y mediática practica la política tóxica. Lo hacía con Casado, y lo hace aún en mayor medida con Feijóo. Probablemente porque han concluido tristemente que con la política sana no ganan.
La derecha promueve la destrucción de instituciones básicas para nuestro sistema de libertades, al negarse a renovar el Poder Judicial, al bloquear el Tribunal Constitucional, al socavar falazmente el prestigio de CIS, al usar los gobiernos autonómicos para zaherir al gobierno de España…
Esa misma derecha daña dolosamente el interés de todos cuando promueve la desconfianza en la economía española, hablando de “quiebras”, “recesiones” o “crisis profundísimas”, que solo existen en sus deseos más oscuros.
O cuando buscan enfrentar a los españoles de unos territorios con otros, y a unas lenguas españolas con otras lenguas españolas, y a las víctimas de una barbarie con las víctimas de otra barbarie.
La derecha que se niega a reconocer los méritos del liderazgo de Pedro Sánchez en España y en Europa, persigue su desgaste personal con acusaciones falsas, o con la pura demagogia, sea sobre su tesis doctoral, sobre el uso de los medios de transporte oficial o sobre su propia familia.
Y mienten, y mienten, y vuelven a mentir, diciendo que España padece la mayor inflación de Europa, o el menor crecimiento del PIB, o la prima de riesgo más disparada. O diciendo que se pacta con una organización terrorista a la que hicimos desaparecer hace años. O diciendo que no se ha pactado lo que consta por escrito respecto al Poder Judicial…
Hay ámbitos claros para la controversia política sana y abierta. Se puede debatir y discrepar sobre fiscalidad, desde luego. Y sobre el papel de España en Europa. Y acerca de las fuentes o los mercados de la energía. Y sobre la función del sistema educativo en la movilidad social. Y sobre el fundamento de la vivienda como derecho o como mercancía. Y en relación a la igualdad de la mujer…
Y en todos estos espacios de debate político se puede acordar o discrepar. Se pueden alcanzar consensos o disensos. Se puede legislar y gobernar a partir del entendimiento, siempre preferible, o mediante la aplicación de la mayoría democrática, cuando no fue posible el entendimiento.
Pero ha de hacerse aplicando las reglas elementales de la política sana. Anteponer el interés general a la búsqueda del poder sin escrúpulos. Combinar la crítica con la propuesta constructiva y leal. Cuidar de las instituciones que preservan los derechos de todos y todas. Renunciar al ataque injustificado ad personam. No mentir, no engañar, no manipular…
Comenzamos en estos días un curso nuevo en la política española. Ojalá predomine la política sana. No tiene pinta…