Quien esto escribe se encontraba en la Plaza de las Cortes aquella noche de 1982 y miraba hacia las ventanas del Hotel Palace. Como todos allí. Confieso haber estado ilusionado con el porvenir. Casi tanto como desilusionado estaría poco después con lo por venir que se intuía. En 1983 el grupo musical La Trinca triunfaba con su canción ¿Qu´est que c´est ce merdé? Y cosas de la mente, cada vez que la versión de aquel socialismo a la virulé hacía una a derechas, sobre todo por dejación de buen hacer progresista, recordaba la canción que habla de un invento, el bidé y cierto tipo de limpieza de imagen de la dictadura franquista y el dolor que causó. Por ejemplo, nada mejor para democratizar los cuerpos de seguridad de una dictadura que cambiarles el uniforme. El fenómeno Villarejo o la policía patriótica en el siglo XXI significan algo sobre las actuaciones en el XX.
Cuando en 1977 se convocaron las primeras elecciones democráticas en España, se presentaron 11 organizaciones políticas con el adjetivo socialista. La cultura política en la España de entonces era militante y clandestina, así que muy poco se conocía de cada cual y aquello que pensaba cada uno. Más allá del común de acompañar a la democracia y negar la dictadura, poco más de su forma de entender el socialismo. Los resultados dieron voz a una organización política sobre todas las demás. No fue el resultado de un debate ideológico, ni programático, ni moral. Los votos decidieron, como debe ser, a qué logo socialista dar la voz. Y digo logo. Cada votante tenía en mente un socialismo u otro, como demuestra la condición de Felipe González de retirarse si el PSOE no renunciaba al marxismo. Luego algún socialista marxista quedaba.
Fueron unas pocas voluntades personales las que acuñaron el tipo de socialismo que se desarrolló, con un apoyo social decreciente, durante la década de los 80. Una versión de socialismo que mantenía al dictador enterrado con honores en el Valle de los Caídos y a los compañeros socialistas “paseados” en las cunetas. Obligaba a los jóvenes, año tras año, reemplazo tras reemplazo, a someterse a la ceremonia de Rapa das Bestas permitiendo sin pudor que les dieran calabozo a los insumisos. Altos cargos públicos socialistas besaban, casi con baba, anillos obispados mientras daban palio, corte y presupuesto público a sotanas de todo tipo.
Se mantenían los honores de torturadores reconocidos con medallas por la dictadura y justicia se llamaba al acuerdo sin referéndum de democracia por olvido. Pujol era de pasar por caja y en esa desencajaron el nacionalismo catalán, así como quien no quiere la cosa, enseñando el camino lingüístico a José María Aznar en la intimidad. La privatización masiva de empresas públicas, la llegada de Universidades Privadas de calidad, un salario mínimo que hacía honor a su nombre y los socialistas como Solchaga (España tierra de oportunidades inversoras, antes de Soros), Boyer (con la banca hemos topado), Corcuera (nada mejor que una patada en la puerta para dar luz), Leguina (pongamos que hablo de Madrid) y otros muchos daban contenido a lo que se entendía como socialismo “new wave”.
Muchos eran entonces como son ahora los que permite que sea compatible ser socialista a la manera de Ayuso. Lo curioso es que continúan pensando que ellos hacían socialismo. Tan brillante fue aquella práctica de socialismo, que el mejor argumento para defenderse es que en la transición a la democracia estaba amenazada y que es fácil hablar desde la tranquilidad de los logros alcanzados. Fue entonces un socialismo cuya política estaba condicionada por las circunstancias: los poderes fácticos, los cuerpos de seguridad, las jerarquías eclesiásticas, las élites económicas, las ambiciones personales… Algo que se evidencia en lo molestos que están todos esos poderes con el socialismo actual. El anterior les convenía y gustaba mucho más, dónde va a parar. Muchas decisiones de unos pocos enmarcaron el socialismo desorientado que vendría después de la gran crisis económica. Ya mirando por el hombro el siglo XX, llegó a sonar la palabra refundación.
Alguna memoria cree, mirando hacia la calle desde la ventana, que aquello era socialismo. El auténtico. Otros muchos, menos devotos y más de democracia, observábamos con estupor la deriva personalista de un socialismo que llenaba los suplementos del diario El País. En las generales de 1993, los electorados se movilizaron contra la derecha de Aznar (Dobermann) y bastante menos para que continuara lo existente. Tan es así, que una vez comparado el primer gobierno de Aznar con el último socialista, el primero obtuvo una rotunda mayoría absoluta.
El claroscuro del tipo de socialismo practicado ya se apreciaba en el odio, y digo odio, que literalmente destilaban los electorados más jóvenes hacia Felipe González, pero también en el dejar caer de las elecciones de 2000. Ahora, además del odio cerval al socialismo de la derecha, se une el odio canino de la derecha del socialismo. Un odio que viene todo del mismo foco, una ideología conservadora que no reconoce la política socialista cuando la ve, acostumbrados como están a ver una política socialista conservadora, bendecida y respetuosa con el otro lado de las puertas giratorias. No me cabe la menor duda que aquel “socialismo” no se reconozca en el socialismo de hoy en día. Nada que ver. Lo curioso, cosas del ego, es que desprestigien el presente socialista recurriendo a la comparación con el pasado. Quizás, y solo quizás, desde la calle habrían advertido que la sociedad era muy diferente a la que creían ver desde la ventana.