Estocolmo, mediados de septiembre de 2022. Tras un par de días finaliza el recuento electoral y no quedan dudas – si es que las había todavía. El giro reaccionario se consolida y crece. El partido “Demócratas de Suecia” (DS) obtiene el 20,5% de los votos. Queda a notable distancia del partido socialdemócrata (SAP), ganador de las elecciones con el 30,3% de los votos, pero eso no importa. “Demócratas de Suecia” se convierte en el segundo partido más votado del país, superando a los conservadores del Partido Moderado (PM), que habían quedado segundos en todas las elecciones desde 1979 y gobernado Suecia en coalición entre 1991 y 1994 – con Carl Bildt como primer ministro – y nuevamente entre 2006 y 2014, esta vez de la mano de Fredrik Reinfeldt.

El resultado de DS es doblemente impactante porque, al mismo tiempo que supera a los conservadores, se convierte en llave del cambio de gobierno. Los partidos que aspiraban a conformar una coalición de gobierno o a permitir un gobierno minoritario socialdemócrata o liderado por los socialdemócratas –esto es, el Partido de la Izquierda (V), el SAP, el Partido Verde (MP) y el Partido de Centro (C.)– no obtienen escaños suficientes. Moderados, Liberales, y Cristiano-demócratas podrán formar gobierno siempre y cuando acepten llegar a acuerdos con el DS.

Se llega así a un particular escenario a mediados de octubre en el que ni la candidata del partido más votado y hasta ese momento primera ministra en el cargo, Magdalena Andersson, ni el líder del segundo partido con más votos, el ultraderechista Jimmie Åkesson, ocupan el primer sillón gubernativo. El puesto recae en Ulf Kristersson, el candidato del PM, a pesar de su incapacidad para alcanzar sus objetivos: aumentar el voto para su partido y quedar en segundo lugar en las elecciones.

La elección de Kristersson como primer ministro se produce tras un acuerdo por escrito firmado entre cuatro partidos: Moderados, Liberales, Cristiano-demócratas y DS. El DS queda fuera de gobierno, que será tripartito, pero el programa gubernativo está claramente influido por los intereses y programa del DS. De este modo, los tres partidos en el gobierno pueden afirmar ante sus electores haber cumplido su palabra – no tener a DS en el gobierno – mientras que el DS consigue influencia en las políticas gubernativas, así como colocar a miembros de su partido en puestos de designación política en la cancillería del gobierno.

El titular en corto que dejan las elecciones suecas del 11 de septiembre parece claro: el mito sueco del bienestar y la solidaridad ha sido derribado. Si no está herido de muerte, presenta cuando menos síntomas de seria enfermedad. Dado el lugar que Suecia ha ocupado largamente en el imaginario popular internacional como ejemplo de país pacifico, solidario y seguro, características en buena medida identificables en el imaginario propio de los suecos, merece la pena reflexionar acerca de cómo se ha llegado a la situación actual, tanto en lo que hace a los resultados como a la imagen del país, y preguntarse qué se puede aprender de todo esto.

Una mirada crítica a la “época dorada” del país -de la posguerra mundial a mediados de la década de 1980- permite constatar que, si bien se hizo mucho y muy bien, no se trataba de una sociedad que hubiera acabado con todos los desafíos o problemas. Éstos quedaron parcialmente ocultos tras los avances. Un par de ejemplos: En las novelas policiacas de Maj Sjöwall y Per Wahlöö escritas entre 1965 y 1975 la figura del comisario Martin Beck no solamente se enfrentaba al crimen. Al desarrollar sus casos mostraba la cara menos amable de la sociedad: la violencia criminal, los delitos sexuales, las actividades ilegales seguían existiendo. Las dificultades para aceptar lo foráneo tampoco habían desaparecido. Así, en 1977 en una entrevista televisada, Olof Palme -quien en aquel momento lideraba el SAP en la oposición- comentaba que los suecos a veces podían ser un poco difíciles, pues reinaba en muchos la concepción de que lo sueco siempre era mejor que lo foráneo. Sus comentarios no eran nuevos. Doce años antes, en 1965, había dado un discurso radiado en el que indicaba, sin dureza, pero sin tapujos, la paradoja de pensar que se formaba parte de una sociedad democrática y de mente abierta, pero en la que al mismo tiempo se dificultaba la integración de los inmigrantes dando rienda suelta en el trabajo y el vecindario al prejuicio nacido de la ignorancia y el miedo. El prejuicio, arraigado en la vida diaria, se manifestaba en pequeños -pero dañinos- comentarios contra el más débil -la persona inmigrante- nacidos del miedo a perder posición social o un pequeño privilegio y de la ignorancia proveniente de usar estereotipos en vez de percibir la individualidad de la persona que se tenía delante.

A estos problemas, que no desaparecieron, se unió desde finales de los 80 y primeros 90 el cambio de tendencia general en la sociedad y la economía de la mano del neoliberalismo y las teorías monetaristas. El paradigma transformador socialdemócrata que había sido la base de la construcción socioeconómica del país desde finales de los años 20 -crear una sociedad fuerte a través de la expansión de la democracia política, social, y económica- fue dejado atrás, derrotado. Su legado, no obstante, era tan fuerte que el giro neoliberal sueco ha tenido que adaptarse, dando lugar a lo que podría denominarse un “neoliberalismo del bienestar”. Ante la imposibilidad de destruir la estructura construida durante cinco décadas, se han introducido en la misma todos los componentes organizativos e ideológicos posibles del neoliberalismo. El ejemplo de la educación escolar es el más ilustrativo. Se ha introducido la competitividad entre escuelas y desde los primeros años 90 se ha impulsado la creación de las “escuelas libres” (friskolor). Se trata de escuelas financiadas principalmente a través de impuestos, pero que no son administradas por el sector público sino por organizaciones no-gubernativas, desde cooperativas a empresas privadas que pueden obtener beneficios económicos. Es decir, la educación no como bien común, sino como primer lugar de socialización en el que la competición y el beneficio económico son valores estructurales.

Volviendo al ascenso de DS, se puede en parte explicar su ascenso como el fruto de la “ceguera voluntaria” ante problemas que venían de largo, mezclados con y potenciados por el cambio de las bases de construcción social, pasando de lo comunitario y colectivo a lo individual y a la obsesión con la competitividad y el rendimiento económico. La ansiedad e inseguridad resultado de la mezcla han sido el caldo de cultivo de DS y son el motor de su actuación. Åkesson y los suyos azuzan el prejuicio contra todo lo considerado no realmente sueco, que es visto como fuente de todos los problemas, prometiendo el retorno a un falso pasado cercano cuyo recuerdo es manipulado a través de la idealización excesiva (las críticas de Palme o de la novela negra social no tienen cabida en el mismo) al tiempo que proponen un programa de medidas antagónico al que hizo posible ese pasado que se manipula. El prejuicio y el egoísmo como bases estructurales, tapadas por una imagen de comunidad ideal corrompida por el vecino (más imaginado que real), sea recién llegado o no.

De esta situación -de la que hay salida- se pueden sacar varias lecciones. Basten dos para cerrar este texto: En primer lugar, las sociedades se construyen día a día tanto en lo pequeño como en lo estructural. Decidir a partir de qué valores se quiere actuar es fundamental. En segundo lugar, es cierto que individuos y colectividades necesitan imaginarse a sí mismos e imaginar su futuro. Ahora bien, a partir del momento en el que ese relato, en vez de ser una pequeña utopía provisoria a alcanzar -un presente en construcción con visión de futuro- se convierte en un mito -un presente o un pasado imaginarios y perfectos, que si son corrompidos lo son siempre por una acción exterior-, las sociedades e individuos sientan las bases de un problema futuro.

La izquierda se define por la construcción, profundización y perfeccionamiento del carácter democrático de las colectividades y esto en sus tres grandes ámbitos: político, social y económico. El fin es la mayor libertad del individuo que, protegido por la colectividad, sale fortalecido al contar con la seguridad de que su voz será escuchada, sus problemas encontrarán manos que ayuden a superarlos y sus fortalezas servirán para reforzar a otros. Si la izquierda deja de actuar en estos tres pilares, los problemas irresueltos se enquistarán y mutarán a peor.

La lección es que las sociedades se construyen y consolidan día a día y que, en el momento que dejan de hacerlo, dejan de tener éxito. El declive no es súbito dada la complejidad de los sistemas sociales, pero tiene lugar. También significa que, si un colectivo ha sido capaz de lograrlo, está al alance de todos en otros lugares y en otros tiempos. Su propuesta de acción colectiva puede ser tomada como ejemplo. Lo que se necesita es saber adónde se quiere ir, cómo se quiere ir y tener la voluntad de ponerse en camino y no parar hasta llegar por larga que sea la vereda.