Cada vez se escucha más la expresión metaverso, que proviene del inglés metaverse y que es definido por el diccionario Oxford como “… a virtual world where humans, as avatars, interact with each other in a three-dimensional space that mimics reality”. Neal Stephenson imaginó en 1992 el metaverso en su novela de ciencia ficción Snow Crash. Narra la vida de un repartidor de pizza Hiroaki Hiro Protagonist en la vida real, un samurái en el metaverso. Fue la novela de cyberpunk de mayor venta en los años noventa y distinguida por la revista Time como una de las 100 mejores en lengua inglesa desde los años veinte del siglo pasado.

A partir de ese momento comenzó a utilizarse la locución avatar, que define la RAE como: “Representación gráfica de la identidad virtual de un usuario en entornos digitales y su aplicación en juegos de rol masivos (MMORPG)”. Los MMORPG o Massive Multiplayer Online Role Playing Game, son videojuegos que, a través de internet permiten, además de interrelacionarse con elementos diseñados por ordenador, con personas que juegan simultáneamente.

El primer metaverso es del año 1986 y era un juego de videojuego llamado Habitat. Hizo posible, por primera vez, la conexión bidireccional entre personas, en tiempo real, a través de elementos gráficos. En 2003 sale a la luz Second Life, un mundo virtual de grandes dimensiones y en 3D, en donde los que por allí circulan crean los contenidos y se desplazan, sin cortapisa alguna, por todos sus recovecos. Recuerdo a mi hijo, siendo un niño pequeño navegando, oculto tras su propio avatar, y bajo mi supervisión, por tan particular plataforma, precedente de algunas de las actuales redes sociales de mayor prevalencia.

Allí se reproducía la vida cotidiana: sus residentes podían alternar con avatares (“personitas virtuales”) de todas las nacionalidades, acudir a todo tipo de eventos, comprar y vender cosas, crear contenidos… Evoco, por ejemplo, avatares de grupos de árabes, identificables por sus vestimentas, que hablaban entre ellos y cuyas conversaciones quedaban recogidas en bocadillos de comics. Evoco la rapidez de movimientos de las “personitas” y la intensa actividad económica desplegada. Actualmente tiene un total de 70 millones de registrados y una actividad diaria de 200.000 usuarios, algunos de los cuales participan gratuitamente, pero otros pagan unos 100 dólares anuales por integrarse en esta comunidad identitaria.

Hablar en términos de metaverso es recordar al superhéroe Batman (batmanverso) o a Spiderman (spiderverso). Mostrar, asimismo, que en el ámbito científico, el multiverso se coliga a la eventual existencia de universos paralelos al conocido.

Mark Zuckerberg, propietario de Facebook, plenamente conocedor de las potencialidades de tan particular negocio creó 2021 la empresa  Meta Platforms[1]. En la página web de la misma se dice que “El metaverso es la siguiente evolución de las conexiones sociales. La visión de nuestra empresa es ayudar a hacer realidad el metaverso. Por eso, hemos cambiado de nombre para reflejar nuestro compromiso con este futuro” y “ofrecer la posibilidad de crear comunidades y hacer del mundo un lugar más unido”.

Los principios que sustentan Meta – según dicen- son: dar voz a las personas, en el sentido de que todos los ciudadanos expresen sus opiniones y sean escuchados; atenderles con gratuidad, siendo preceptivo que la tecnología llegue a todos los rincones del planeta; fomentar oportunidades de negocio; proveer de una mayor y mejor conexión interpersonal a escala mundial y proteger a los seres humanos en su privacidad. A día de hoy, recauda 6 millones de dólares para los proyectos que acomete, más de 200 millones de empresas utilizan sus aplicaciones, a diario más de 140 millones de personas comparten mensajes y más de 1.000 millones de historias son subidas.

Más allá de sus bondades, tal como son sugeridas por sus creadores, al tiempo de suponer un cambio cualitativo de filosofía empresarial, se suscitan disquisiciones jurídicas de relevancia. En su equipo directivo, hay una asesoría jurídica, a la cabeza, actualmente, de la prestigiosa abogada Jennifer Newstead. En puridad el metaverso puede ser un nicho de oportunidades empresariales (de hecho, ya existen bancos, hamburgueserías, casinos…), se están creando nuevos trabajos y junto a los despachos y oficinas presenciales, cada vez son más habituales los que se instalan en el metaverso.

Ante los retos y dilemas coligados es preceptivo que los juristas desarrollen un derecho laboral adecuado. Los problemas más significativos a resolver son los relacionados con el teletrabajo internacional, en tanto en cuanto los puestos se desarrollen en el extranjero; con que los trabajadores sean avatares (será ineludible, entre otras cuestiones, autentificar al avatar); la resolución del tema de los falsos autónomos; la adaptación a este espacio de las normas internas de control empresarial o de la desconexión digital y, tal vez lo más notable, se vincule con los derechos y obligaciones de los avatares y su intimidad. Destacan como desafíos de futuro las eventuales formas organizativas de los trabajadores de cara a la defensa de sus derechos (¿sindicatos en el metaverso?) o cómo efectuar el pago de sus emolumentos (¿monedas virtuales?).

Siendo como soy de la generación analógica, no deja de sorprenderme dónde estamos y hacia donde nos conducimos (acaso sea algo propio de los años en todo momento histórico), ahora bien, estimo que la velocidad del cambio social se ha acelerado a unos niveles que hasta hace poco tiempo nadie hubiera anticipado. Mucha reflexión y debate serán necesarios desde las Humanidades para que estos universos en los que conviviremos cotidianamente se orienten para proveer de bienestar a la humanidad, y mucho trabajo y dedicación exigirá a los científicos sociales a la hora de estudiar la dualidad de las sociedades humanas en las que ya nos desenvolvemos (al menos y de momento en los países más ricos, aun cuando en los más pobres siguen padeciendo el hambre y la miseria más indigna).

Hoy, quizá, más que nunca cobran sentido las palabras de Heráclito cuando decía:

“Ningún hombre (entiéndase también mujer) puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos”.

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[1] Véase, https://about.facebook.com/es/company-info/