Recientemente señalábamos en esta sección que la política del Partido Popular se aleja mucho, actualmente, de la noción de democracia pluralista que describió el jurista austríaco Hans Kelsen en Esencia y valor de la democracia; alejamiento tan notable que nos obligaba a apuntar que el Partido Popular y su Presidente, Pablo Casado, están infringiendo la Constitución, cuyos principios y valores se basan también en la democracia pluralista, y no casan, por ende, con el intento de Casado de deslegitimar al Gobierno y sacar del campo político democrático al propio PSOE y a su Presidente, Pedro Sánchez (Javier García Fernández: “La deslealtad constitucional de Pablo Casado y del Partido Popular o su falta de sentido del Estado”, Sistema Digital, 1 de septiembre de 2021).
Como Casado, y su partido, desde que se publicó nuestro artículo, no han dejado de tener comportamientos que les alejan del modelo kelseniano de democracia pluralista (nuevo intento de desacreditar a España en Europa, declaración de que la mayoría de los Jueces y Magistrados se identifican con el Partido Popular, petición de dimisión del recién nombrado Ministro de la Presidencia, etc.), es el momento de examinar la verdadera cara del Partido Popular y de su Presidente. Y para ello, ya que hablamos de juristas germánicos, nada mejor que invocar a otro jurista, esta vez alemán, Carl Schmitt.
Carl Schmitt es la contrafigura de Hans Kelsen. Brillante y profundo como Kelsen, pero formado en el pensamiento reaccionario europeo, alimentó siempre ideas ultraconservadoras, antiliberales y dictatoriales que nos ayudan a entender su deslizamiento hacia el Partido Obrero Alemán Nacional Socialista, aunque antes del comienzo del Segunda Guerra Mundial fue expulsado. Sufrió el proceso de desnazificación y siempre fue admirado por el régimen franquista, aunque sus seguidores en España, salvo Javier Conde, no estaban a su altura.
Carl Schmitt publicó poco antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial un ensayo titulado El concepto de la política (trad. española en el volumen del mismo autor Estudios políticos, Madrid, 1975), ensayo que empezaba con las siguientes palabras:
“La distinción propiamente política es la distinción entre el amigo y el enemigo” (pág. 97)
Esta idea va a recorrer todo el ensayo y es una idea troncal en el pensamiento político y en la visión de la Historia de Carl Schmitt. Para éste, el enemigo político es “existencialmente… un extranjero, con el cual caben, en caso extremo, conflictos existenciales” (pág. 98). Lo curioso es que esta calificación del enemigo como extranjero tenía un sustrato funcional. El extranjero no puede participar en la política propia y, además, “la existencia del extraño implica la negación del propio modo de existir, debiendo, por tanto, combatirle o defenderse de él para salvar la manera de vida propia, conforme al propio ser” (pág. 99).
No vamos a extendernos en El concepto de la política, porque nos alejaría de la idea que queremos exponer hoy. Y esta idea es que la dirección del Partido Popular y Pablo Casado alimentan una visión schmittiana de la política en España. No digo, claro está, que la gran Teoría Política schmittiana haya calado en Casado, pues para ello es necesario algo más que un paso breve por un centro universitario privado para obtener una licenciatura. Me refiero a que, conforme a las ideas de Schmitt que hemos citado más arriba, para Casado y para la dirección de su partido el PSOE es extraño, es extranjero y no tiene derecho a participar en el juego político ni, menos aún, aproximarse a ámbitos de Poder político. Esta idea, como comenté en el citado artículo “La deslealtad constitucional de Pablo Casado y del Partido Popular o su falta de sentido del Estado”, proviene, a su vez, de la concepción más profunda de las derechas españolas elaborada en el siglo XX antes de la Segunda República. Esa concepción consiste en que sólo la derecha, como representante de las clases dominantes de la sociedad, puede gobernar, y lo hace por derecho natural (para algunos incluso por derecho divino). Luego, cualquier izquierda que accede al Gobierno lo hace ilegítimamente y ha de ser desalojada lo antes posible (“Váyase, señor González” decía Aznar). Como consecuencia de lo anterior, la visión schmittiana del enemigo (que comparte Casado) es que hay que combatirlo hasta vencerlo. Pero, no como se combate al adversario en política, sino para destruirlo.
Solo desde esa visión schmittiana de la política se explica el comportamiento de Casado, su deslegitimación del Gobierno y de la mayoría parlamentaria, su empeño en imponer una nueva legislación sobre el Consejo General del Poder Judicial como si gobernara el Partido Popular, su constante denuncia en Europa, su nula visión de Estado. La democracia que describió Hans Kelsen era lo contrario: el adversario comparte con uno mismo una visión del mundo, y además si no la comparte también es legítima, se puede colaborar y la lucha política no consiste en eliminar al adversario.
La concepción schmittiana de Casado le puede dar votos en los campos de Vox, pero comporta debilitar el Estado democrático. ¿No hay en el Partido Popular dirigentes que comprendan que ese “guerracivilismo” sólo favorece a Abascal?