Una película dirigida por el maestro Ridley Scott, con un inmejorable equipo artístico y técnico de primer nivel, con guión de Cormac McCarthy, que es su primer guión cinematográfico aunque sean tres sus novelas llevadas a la gran pantalla. Desde “La carretera” por la que obtuvo el premio Pulitzer hasta “Todos los caballos bellos” sin olvidar la brillante adaptación de los hermanos Coen de “No es país para viejos”.
Con todos estos ingredientes el resultado debía ser fantástico y se queda únicamente en notable en su forma y fondo. Lo mejor, la interpretación de sus protagonistas y el excelente guión, repleto de conversaciones inteligentes que trazan un camino de perdición tan sólido en su desarrollo como difuminado en sus contornos. Nos lo cuentan todo, nos muestran todo, pero parece que nada nos cuentan ni nada nos muestran, sencillamente nos lo hacen sentir.
El relato es la historia de un respetado abogado que decide probar suerte como narcotraficante. Pronto se percatará de que su elección no ha sido precisamente la más afortunada. Toda la cinta es una aventura desarrollada en escenarios muy alejados de la mirada de la gente corriente, la que sabe que estas cosas existen, pero a la que poco incumben salvo en caso de necesidad más o menos puntual. Y en ese microcosmos elegante y crudo, faraónico en su grandeza desmedida e inmoral se producen estos hechos. Envueltos en una buena banda sonora, impulsados levemente por un montaje templado y una fotografía a la que le falta color latinoamericano, sus personajes debaten sobre lo humano y lo divino sin ningún tipo de perjuicios morales o éticos.
“El consejero”, más que una película de Ridley Scott , aunque tiene alguna secuencia brillante a la que nos tiene acostumbrados, es sobre todo una apuesta literaria de la mano de Cormac McCarthy, esta vez plasmada directamente en imágenes.
Lo que podría haber sido un eficaz thriller, una eficaz historia de intrigas, traiciones y muerte al servicio de un potente reparto, se pierde en esa artificial y pretenciosa aspiración filosófica que busca ser compleja y solo consigue ser tediosa y por momentos caótica.
Los excesos literarios estrangulan la historia y a sus personajes asesinando por asfixia la atracción que podría haber generado el descenso a los infiernos criminales del abogado.
Se pone de manifiesto, que un buen escritor, en este caso un novelista, no siempre es también un buen guionista.