Una sensación de desasosiego recorre en los últimos tiempos a las democracias más consolidadas y a los que las habitamos. La caída de Draghi, a pesar de reconocer lo anómalo de su llegada a la presidencia del Gobierno italiano, pero a la vez de valorar la indiscutible garantía de seguridad y certeza que aporta a italianos y europeos, nos imbuye en ese desagradable sentimiento.

A esto le podemos sumar las consecuencias del errático y disparatado comportamiento del Movimiento 5 Estrellas, que no es otra que el inquietante panorama donde Meloni, Salvini y ¡Berlusconi! se asomen como alternativa desestabilizadora para una Europa acosada por las consecuencias de la inefable guerra de Putin.

Y a eso le podemos sumar la peligrosa bufonada de Boris Johnson, que ha sumido, con mentiras y exacerbado nacionalismo, a una difícil situación para el Reino Unido y su relación con Europa; o las dificultades sobrevenidas a Macron, o la sempiterna presencia de Orban como inspirador de agitadores del populismo, o los comportamientos del sinuoso Erdogan. Todos estos (y otros) son los ingredientes que siembran la inquietud y el desasosiego a los que antes hacía referencia.

¿Y España? Pues la estabilidad de un gobierno acusado de inestable ha permitido, no sin esfuerzo por parte del PSOE como grupo mayoritario de la coalición y de Pedro Sánchez, ya no solo capear el temporal, si no poner en marcha una relevante agenda legislativa y una nutrida actuación ejecutiva.

Durante este tiempo han sido garantizados más derechos que nunca: Memoria Democrática, Muerte Digna, derechos LGBTI+; y también se ha abordado una situación donde los más vulnerables o los que coyunturalmente han necesitado ayuda, han visto como se han articulado los ERTEs se ha subido el salario mínimo, se ha prestado el apoyo económico y financiero a PyMES y autónomos, o se han revalorizado las pensiones. Además la reforma laboral ha permitido estabilizar el empleo de mucha gente y alcanzar cifras de paro que no eran tan bajas desde 2008, o cifras históricas de afiliación a la seguridad social.

Sin embargo una suerte de insatisfacción recorre a una parte de la sociedad española. Esta sociedad, a ratos solidaria como ninguna, a ratos conmovida por las desgracias ajenas, ésta, la sociedad que llora a la hora de los telediarios por los inmigrantes, luego penaliza a aquellos que plantean que el derecho de las personas ni es ocasional ni dura el tiempo de una crónica televisiva, o cuando un centro de acogida se instala en nuestras ciudades y barrios. El amor y la compasión salen por la ventana de la inmediatez.

Esto lo podríamos aplicar a los refugiados como consecuencia de la guerra de Putin. La repentina fiebre por ir a buscar ucranianos a la frontera con Polonia, buscarles alojamiento y mantenerlos, duró hasta que subió el precio de la sandía. Quizá no tengamos la conciencia de que la solidaridad con los afectados de una guerra donde se matan y se violan inocentes, donde se expulsa a gente de sus casas y luego son destruidas, no conlleva que durante un tiempo paguemos más cara la sandía.

A veces defrauda ver cómo, ante la irresponsabilidad de partidos que sólo proponen como bálsamo la bajada de impuestos sin explicar muy bien cuales, a quién, y cuánto, una parte de la sociedad se conduela por aplicar un impuesto a la gran banca o a los millonarios beneficios de las empresas energéticas. A veces defrauda ver como el efecto Mateo[1] pervive entre nosotros.

___________________________________________

[1] Se llama originariamente efecto Mateo por la cita bíblica del capítulo 13, versículo 12 del Evangelio de San Mateo, (que se repite en Mateo 25, 29 y en otros evangelistas hasta en cinco ocasiones) que dice textualmente: “Porque al que tiene se le dará y tendrá en abundancia; pero al que no tiene, incluso lo que tiene se le quitará