En esta vida a veces se es mano, otras puñal, en ocasiones costado. Feijoo, de poder volver, volvería en el tiempo sin dudar. En Galicia estaba claro quién era la mano que dirigía el PP de Feijóo. Le cegó la ambición y equivoco la oportunidad. En Madrid no le querían como mano, sino como puñal. Fue la herramienta perfecta para que otras manos con sus propios intereses apuñalaran orgánicamente a Casado. Y duele descubrirse utilizado; más él acostumbrado a ser siempre la mano y no la cuna.

Ayuso, la más visible del envés ideológico y económico de lo que se trama en el PP, justo después de que Feijoo cambiara su posición respecto a negociar el CGPJ, explica como llamó a su líder, le dijo (más bien le trasmitió) lo que debía hacer, cómo y porqué. Eso sí, viva el cinismo, por lealtad no contaba lo que le ordenó. Total, ya se deducía del contexto. Esa es la lealtad que encuentra Feijoo en el PP, no dicen qué le dijeron, pero sí que lo hicieron. Vamos, no te cuento que le ordené por lealtad, solo te digo que se lo ordené. Además, para más daño emocional, presumiendo de tener mano dos líderes autonómicos como él mismo fue (Moreno Bonilla y Ayuso). Una vez que Feijóo lee el guion completo, ya sin la venda que le vendieron (ven y rescátanos de Casado) sabe que fue el puñal, pero la mano y las intenciones ocultas eran de otros y otras.

Y en esas, ya sin vuelta atrás, se ve obligado a abandonar el personaje que se había preparado, de líder a lo “moderado”, saliendo a la escena nacional en papel de dialogante, centrado y tranquilo. En la táctica se disponía a aplicar su discurso como “lija”. En definitiva, ir lijando y erosionando poco a poco la imagen y políticas de Pedro Sánchez (Sánchez era el problema de España y no la de Merimé) con paso firme y tranquilo. Ese iba a ser el PP de Feijóo, pero dio en la realidad del Feijóo del PP. Realmente quieren que el puñal Feijóo se convierta en martillo. Ha descubierto que los que mandan en el PP realmente querían a Casado pero sin Casado. Es decir, el papel que actuaba Casado pero sin el actor Pablo demasiado dado a la improvisación orgánica. Prefieren lo que tienen ahora, que es un nuevo Casado (interpretado por Feijóo) con candado orgánico. Ayuso quiere un PP afín que refuerce su imagen de poder. Moreno Bonilla quiere un PP nacional a lo Ayuso, para diferenciarse en su propio estilo moderado a la andaluza.

Y ahora se le ve incómodo, desorientado, diciendo un guion que no escribe ni comprende. Un ejemplo. Cuca Gamarra o Hernando son martillos de casting, obtusos y pilones. Dicen “a” y luego “b” sin pestañear, mientras patean el orden lógico de los argumentos. Maroto cuando intenta ser un “rompepiernas” le sale mal. Se le nota incómodo y los dedos (como los argumentos) se le hacen huéspedes. Feijóo es más Maroto que Hernando y cuando golpea machaca más su imagen que a quien quiere golpear. En ese ser peldaño de escalera solo ve un futuro rellano, ser presidente de gobierno. Ya no hay retorno.

A la izquierda de la izquierda vienen frustraciones y tormentas. Escucho admirado como Iglesias destaca la debilidad de Díaz: no tiene afiliados ni estructura. Esa es la losa de Podemos desde su origen, la desbandada de los afines, la fragmentación territorial, la tensión interna. Un barco nodriza que hace agua por todas partes es donde piden que suba como flotador. Habrá tormenta, dado que locales y autonómicas serán espejo de su situación real como organización. Mientras anden más ocupados en lo que fueron que en lo que aspiran a ser vendrán mal dadas. En su caso “y volver, volver”, pasa (no hay otra) por botar otro barco, tomar decisiones realistas y asumir que todo cambia.

Y ahora un poco de lo que viene, en trazo grueso. Cuando la globalización salvaje de finales del siglo XX y principios del XXI, las multinacionales y el capital financiero internacional despreció a los estados. Sin sede real ni raíces, abandonó los estados de bienestar a su suerte y que cada gobierno lidiara con el fracaso de expectativas de sus ciudadanos. A ellos “plim”. Pero la cosa cambió. La crisis de 2008 y la pandemia, las guerras, los cierres financieros y comerciales han hecho que los estados, con mayor motivo los que interfieren en sus beneficios, se conviertan en objeto de interés. Ya era sorprendente que un estado democrático, donde el pueblo tiene el poder, les acomodara a las elites internacionales. Ahora, en el “escenario islas”, los estados son objeto de atención y su legitimación democrática también. Algo que caracteriza al poder financiero internacional es la aspiración retomada de controlar los estados con regímenes democráticos. Para ello, lo primero es destruir la legitimidad existente para construir una nueva fundamentada en el poder. Cuando los camioneros de Brasil o los seguidores de Trump quieren impedir que gobiernen los elegidos, están pidiendo una dictadura a gritos. Cuando la derecha, en sintonía con el poder financiero, no reconoce la legitimidad de los gobiernos elegidos ¿qué proponen? El yo o nadie es dictadura, es otro mundo. A esto vienen las declaraciones de Biden, más allá de las elecciones, lo que está en juego es la democracia. Ni más ni menos.

En el mundo los estados democráticos están enfrentándose a una situación atípica hasta el momento: el brazo político de las elites cuestiona la legitimidad de la democracia. Cuestiona la legitimidad de la democracia cuando incumple las leyes, declara ilegítimo al gobierno que surge de las urnas, destruye la credibilidad de las instituciones e incluso, más allá del límite, cuestionando los resultados de las urnas aspirando a imponer una lectura alternativa. En el caso de la derecha española (Ciudadanos cuando existía, PP o Vox) incluso cualificando los diputados (y a sus electores) en buenos y malos o valorando a los jueces según sean controlables por detrás para no encontrarlos de frente. Es local, pero muestra el color de lo general.

Los poderes económicos y su expresión política muestran ya síntomas de impacientarse con el estado democrático. El estado democrático les es útil si está coordinado al servicio exclusivo del “estatus quo” (ver crisis financiera de 2008) defendiendo sus intereses. Cuando el estado democrático amplia su función al conjunto de las sociedad, más allá de los intereses particulares, comienza a ser un inconveniente. Es obvio y perogrullada, pero el fascismo y los sistemas autoritarios tienen su razón de ser en el beneficio de unos pocos, de garantizar los mecanismos legales y operativos para perpetuar y garantizar las desigualdades, las asimetrías del riesgo. La ideología conservadora se apoya ahora nuevamente en el populismo (la masa y las elites) enfrentada al ciudadano (la libre voluntad individual y la democracia).