Y no resulta baladí que sea precisamente la silla “T” la que ocupe, siendo como son sus obras tramas que siguen con ortodoxia la definición que del término hace la propia Real Academia en los siguientes términos: “disposición interna, contextura, ligazón entre las partes de un asunto u otra cosa, y en especial el enredo de una obra dramática o novelesca. Y, en esas lides, Pérez-Reverte es maestro. Todas sus publicaciones denotan un trabajo previo excelentemente documentado, riguroso, pausado e inteligente, que permiten al lector sumergirse en los mundos que recrea.

El francotirador paciente nos conduce a la desconocida realidad de los grafiteros, a su día a día, a sus códigos de conducta, a la clandestinidad en la que transitan y al vértigo vital que experimentan con cada una de sus acciones. Heroicidades para algunos, hechos delictivos para la mayoría que en el contexto de la urdimbre argumental hacen aflorar sensaciones trémulas, que van desde el aprecio hacia la transgresión, por lo que supone de rebeldía, hacia el desprecio por los iconos falsos que, en ocasiones en nuestra ingenuidad, creemos conquistadores de verdades y justicias, cuando en realidad se mueven en la apariencia, nadando y salpicando por doquier su afán de protagonismo, al coste que fuere.

Es un libro fácil de lectura, entretenido, muy bien escrito, que hasta sus últimas líneas les mantendrá alertas y en vigilia, con un desenlace final marcado por el drama, la venganza y el ajuste de cuentas entre personajes con los que en nuestro camino, sin nosotros saberlo, podríamos haber compartido pasados y ser partícipes de presentes y futuros.