Dos son las únicas razones por las que creo que merece la pena ver esta película del inefable José Luis Garci: La primera es que nos ofrece un Madrid del siglo XIX en todo su esplendor. Nos deleita con un acabado técnico casi inapelable a la hora de mostrarnos la belleza de ciertos lugares, tanto en exteriores como en interiores, de la época. La otra razón, no es otra que la decisiva implicación del nonagenario Gil Parrondo para la reconstrucción de los escenarios que requiere una producción como ésta. Además, Garci, consciente de sus limitaciones presupuestarias, no tiene problemas en acudir ocasionalmente a imágenes representativas de la época para realizar determinadas transiciones, algo que no siempre resulta satisfactorio, pero que en esta ocasión refuerza la puesta en escena.

La película sitúa a Sherlock Holmes y a su fiel colaborador, el doctor Watson, en el Madrid de Galdós, al que acuden atraídos por unos crímenes que podrían haber sido cometidos, por su modus operandi, por Jack el Destripador.

La trama junto al perfil tan particular de este personaje, creado por Arthur Conan Doyle, abre muchas posibilidades para articular una historia sólida e interesante, pero la apuesta del director por alabar al Madrid de antaño, sus estilos de vida y costumbres más populares producen un resultado nada satisfactorio. Se suceden, no pocas, situaciones con diálogos fuera de lugar y a todas luces recargados. También resultan, forzados los cameos de personajes famosos, en especial, el de Alberto Ruiz Gallardón.

Este cúmulo de detalles, poco acertados, provocan que la historia de suspense se diluya entre tanta floritura.