En Palestina se vive lo que suele denominarse en medios diplomĂĄticos, polĂticos y mediĂĄticos un ânuevo ciclo de violenciaâ. Es un atajo lingĂŒĂstico equĂvoco. La violencia es continua, sin interrupciones ni reposo. VarĂa la intensidad o el interĂ©s que despierta en el exterior. Pero el sustrato permanece, porque estĂĄ implĂcita en el contexto polĂtico que la genera: la ocupaciĂłn.
Lo que ha ocurrido en los Ășltimos dĂas ha sido la escalada de la violencia cotidiana, aplacada o ensordecida hacia manifestaciones que despiertan una mayor alarma exterior: atentados y acciones crudas de represalia. Unos son calificados de terrorismo y otros de venganza, en una habitual utilizaciĂłn interesada del lenguaje.
Esta vez ha sido el ataque de un joven palestino en las proximidades de una sinagoga, con un resultado de siete muertos (ocho si sumamos al atacante, que fue abatido por la policĂa). DĂas antes, militares israelĂes habĂan penetrado en el campo de refugiados palestinos de Jenin, en Cisjordania, sin un motivo aparente, al menos pĂșblicamente, ocasionando la muerte de diez personas. AhĂ no se detiene la violencia, o, mejor dicho, esa violencia sobresaliente deja paso a la violencia que no genera titulares. Las fuerzas de seguridad han señalizado la casa familiar del palestino autor del ataque de JerusalĂ©n, paso previo a su demoliciĂłn, si no lo impide una intervenciĂłn judicial. Esta suerte de castigo colectivo trasciende cualquier principio jurĂdico liberal, del que Israel presume a menudo para marcar una falsa superioridad moral frente a sus enemigos regionales.
Durante años se ha arrastrado esta duplicidad entre los supuestos formalismos del sistema democråtico de Israel y la pråctica cotidiana de una lógica de violencia tributaria del acto ilegal supremo que implica la ocupación de un territorio nunca reconocida por la comunidad internacional. Las contradicciones entre los discursos y la realidad han provocado conflictos diplomåticos fecundos en polémicas pero débiles en consecuencias pråcticas.
Ahora, en cambio, Israel parece decidido a desprenderse de las Ășltimas mĂĄscaras liberales y optar por un rĂ©gimen autoritario, abiertamente racista y represor sin contemplaciones ni recovecos formales. La fĂłrmula de gobierno vigente se asienta en una coaliciĂłn entre la derecha conservadora clĂĄsica y las dos ramas del judaĂsmo polĂtico activo: la sionista y la ortodoxa. Ambas, doctrinalmente opuestas y hasta contradictorias por su concepciĂłn del Estado. Ambas han convergido para hacer posible la transformaciĂłn polĂtica mĂĄs importante desde 1948. Israel, si nadie lo remedia, se encamina hacia cierta forma de teocracia, debido a la debilidad de una democracia cada dĂa mĂĄs formal y vacĂa de contenido, como denuncian intelectuales judĂos del exterior, como Samy Cohen, para quien la mayorĂa de la sociedad israelĂ ha dejado de ser promotora o defensora de la democracia, a la que califica de âfrĂĄgilâ (1).
La lĂłgica de la violencia es la savia que alimenta esta evoluciĂłn autoritaria extrema en Israel. La intransigencia frente a la cuestiĂłn palestina, la ausencia real de voluntad polĂtica para admitir la convivencia con un pueblo diferente e histĂłricamente rival ha generado la falsa creencia de la imposibilidad de la paz. La violencia bĂĄsica, fundamental y fundacional, consiste en la negaciĂłn de los derechos del otro pueblo, mientras se defiende sin lĂmites los propios. Treinta años despuĂ©s de los acuerdos de Oslo, que generaron una dinĂĄmica aparente de conciliaciĂłn, los nuevos señores de los destinos de Israel se creen en condiciones de acabar con todas la imposturas y apariencias, de terminar con lo que ellos consideran como una imposiciĂłn de los judĂos liberales del extranjero y de sus poderosos amigos americanos y, en menor medida, europeos. Ha llegado la hora de imponer otra visiĂłn de Israel, mĂĄs cerrada, fundamentalista, retrĂłgrada y, por supuesto, implacable con ese enemigo existencial que son los palestinos (2).
Esa ultraderecha religiosa no es marginal en el actual gobierno de Netanyahu, aunque los partidos que la representan sean relativamente minoritarios (32 de los 120 diputados de la Knesset). Su poder reside en disponer la llave que asegura la mayorĂa gubernamental. Tienen la capacidad de hacer caer al gobierno, aunque no se dibuje una alternativa viable. Israel ha tenido cinco elecciones en tres años, sin que eso haya hecho tambalear al Estado. Las bases fundamentales de la vida pĂșblica han continuado. Y, para lo que constituye el nĂșcleo de este comentario, la lĂłgica de la violencia ha seguido funcionando de manera implacable. Cada crisis ha generado un reforzamiento de los extremistas: los religiosos sionistas duplicaron con creces su nĂșmero de diputados en 2022 con respecto a los comicios del año anterior (pasaron de 6 a 14 escalos). Cada formaciĂłn religiosa tiene su agenda de prioridades, pero todas coinciden en restringir la tolerancia, incrementar el privilegio de los creyentes practicantes, privar de derechos a las minorĂas sociales.
Hace tiempo que Israel dejĂł de ser un islote liberal en Oriente Medio, si por tal se atendĂa sĂłlo al modelo social interno y se excluĂa el intolerable tratamiento de los palestinos, claro estĂĄ. Hoy es una manifestaciĂłn singular de un teocratismo blando, que respeta aĂșn convenciones democrĂĄticas, pero puramente formales. Los religiosos que apuntalan al renacido Netanyahu pretenden una refundaciĂłn del Estado sobre otras bases. No sĂłlo les molestan los palestinos, a los que pretenden expulsar o reducir a condiciones de servilismo, sino tambiĂ©n a los israelĂes que no comulguen con los mandatos de la TorĂĄ o de su interpretaciĂłn sesgada del Libro (3).
En este clima de violencia sin mĂĄscaras, ha llegado a Israel el jefe de la diplomacia de Estados Unidos, en un viaje previamente agendado. Se encuentra con una papeleta de difĂcil gestiĂłn, En nombre de Biden, Tony Blinken ha querido apaciguar los ĂĄnimos, con la fĂłrmula clĂĄsica de cualquier administraciĂłn norteamericana: reafirmaciĂłn de los lazos indestructibles con Israel, pero sutiles recomendaciones de moderaciĂłn en la gestiĂłn del conflicto palestino. Nunca ha servido de mucho esta fĂłrmula de eludir lo esencial, pero ahora parece trĂĄgicamente inĂștil.
Biden parece estar alarmado por la deriva autoritaria y represiva en Israel, pero tiene las manos atadas para forzar una rectificaciĂłn, sin desbaratar esa lĂłgica esencial de la violencia que brota de la ocupaciĂłn y sus efectos. Decir a dĂa de hoy que se sigue apoyando la fĂłrmula de los dos Estados resulta de una palmaria artificiosidad. Los socios de Netanyahu han sido contundentes: no sĂłlo rechazan siquiera la nociĂłn de un Estado palestino, sino que impugnan incluso la nociĂłn de pueblo palestino como sujeto de derechos polĂticos. Estos extremistas proclaman su intenciĂłn de anexionarse unos territorios a los que creen tener derecho por mandato bĂblico.
En el aspecto interno de la deriva autoritaria, el malestar norteamericano es mĂĄs evidente. Blinken ha deslizado la simpatĂa de su gobierno hacia una âsociedad civilâ que estos dĂas se habĂa manifestado en las calles de Tel Aviv (uno de los pocos reductos liberales del paĂs) en contra de los intentos de Netanyahu y sus socios religiosos por someter la independencia de la justicia: el primer ministro para blindarse frente a las procesos de corrupciĂłn que pesan contra Ă©l, y los lĂderes polĂtico-religiosos para prevenir cualquier obstĂĄculo jurĂdico a sus proyectos de confesionalizaciĂłn forzosa de la sociedad israelĂ. En un momento en que Biden quiere oponer democracia y autoritarismo como vector inspirador de su polĂtica exterior, la evoluciĂłn de Israel constituye una incomodidad difĂcilmente esquivable. No es de extrañar que el colectivo judĂo norteamericano mĂĄs liberal, J Street, defienda un contraste pĂșblico de las discrepancias entre ambas administraciones. Su fundador y director, Jeremy Ben Ami ha solicitado que se condicione la ayuda militar anual de Estados Unidos a Israel (4 mil millones de dĂłlares) a la observancia de una conducta democrĂĄtica (4).
En este atasco de las relaciones bilaterales, algunos analistas creen que Biden puede esgrimir una baza para apartar a Netanyahu del abismo al que parece abocado: la convergencia frente a IrĂĄn y la nueva era de las relaciones plenas de Israel con los estados ĂĄrabes mĂĄs reaccionarios. Washington parece dispuesto a jugar un papel activo a favor de Israel en ambos escenarios. Frente a IrĂĄn, la consideraciĂłn de opciones militares que hasta ahora parecĂan desplazadas en beneficio de una negociaciĂłn diplomĂĄtica dada prĂĄcticamente por muerta. El programa nuclear iranĂ parece ya objetivo inevitable de acciones militares unilaterales de Israel (como parece anticipar el reciente ataque con drones contra instalaciones atĂłmicas en Ispahan). Biden podrĂa avenirse a operaciones conjuntas o concertadas, bajo ciertas condiciones, como el freno a la extrema derecha. Se trata de una estrategia peligrosa en las actuales circunstancias internacionales. Un incremento de la amenaza militar puede empujar a los ayatollahs a incrementar y profundizar el acercamiento a la Rusia de Putin, alentado ya por las sanciones occidentales que soportan ambos gobiernos.
En cuanto al acercamiento entre Israel y los regĂmenes autoritarios ĂĄrabes, la mediaciĂłn norteamericana no parece hoy tan necesaria como hace años. La hostilidad compartida hacia IrĂĄn ha acelerado el proceso, plasmado en los acuerdos Abraham, apadrinados en su dĂa por Trump, cuyo regreso a la Casa Blanca desean unos y otros. Israel seguirĂĄ haciendo concesiones aceptables (como el reconocimiento de la soberanĂa marroquĂ sobre el Sahara, por ejemplo), a cambio de una normalizaciĂłn con importantes efectos econĂłmicos, militares y estratĂ©gicos. Netanyahu se cuidarĂĄ de no indisponer gratuitamente a Biden, contrariamente a lo que ocurriera durante el mandato de Obama, pero no parece que estĂ© dispuesto a sacrificar su actual mayorĂa para complacer a una administraciĂłn demĂłcrata que estima transitoria. Aunque Trump fracase en su intento de reconquistar el poder, cualquier otro candidato del Partido Republicano resulta mĂĄs conveniente. Un aliado esencial de Israel en esta fase de las relaciones bilaterales son los evangĂ©licos norteamericanos cada vez mĂĄs influyente en la polĂtica de Estados Unidos.
NOTAS
(1) âPlus quâItamar Ben Gvir, câest la dĂ©rive de lâopinion publique en IsraĂ«l qui est inquiĂ©tanteâ. SAMY COHEN, Director del Centro de InvestigaciĂłn y Ciencias PolĂticas de ParĂs y autor del libro âIsrĂ€el, une dĂ©mocratie fragileâ (Fayard, 2021). LE MONDE, 9 de enero.
(2) âA thousand firesâ. Entrevista de MICHAEL YOUNG A ARON DAVID MILLER (veterano negociador norteamericanos de los acuerdos de paz con los palestinos). CARNEGIE, 4 de enero.
(3) âIn Israel, a hard-right agenda gains steamâ. PATRICK KINGSLEY. THE NEW YORK TIMES, 11 de enero.
(4) âIs Israelâs democracy Americaâs problemâ. JAMES TRAUB. FOREIGN POLICY, 30 de enero.