En la llamada Senda Litoral de la Costa del Sol, un paseo a orillas del mar, en la que tuve el privilegio de estar el pasado verano, encontré a personas de todas las edades que disfrutaban de la belleza del Mediterráneo. Junto al bullicio y alegría de los más pequeños, que correteaban con alborozo, había ancianos que disfrutaban de tan excepcional entorno con la calma que ofrecen los años. Los más venturosos caminaban a buen paso, solos o con sus parejas, denotando que la vida les había respetado y los demás se servían de sus familiares o de cuidadores que les regalaban sonrisas de aliento.
Los que se mostraban con sus compañeros de vida del brazo representan a una parte de las nuevas generaciones de ancianos, que por gozar de buena salud son autónomos y a pesar de lo caprichoso del vivir y de los golpes que recibimos, ni han perdido la ilusión, ni la curiosidad y se complacen del paso del tiempo y de su suerte. Los que acusaban enfermedades y se presentaban llenos de heridas por el mero transitar son la otra cara de la senectud en los países desarrollados como el nuestro. Sus miradas denotaban gran sufrimiento e inquietud sobre su futuro. Un futuro que, como derecho de ciudadanía, debería estar colmado del máximo bienestar y atenciones por parte del Estado.
España es uno de los países con la esperanza media de vida más elevada del mundo. A lo largo del siglo XX se ha producido un aumento notable. Si en 1900 ascendía a 34,76 años, en 1930 se situó en 49,97, en 1960 en 69,85, en 1990 en 76,94, en 2010 superaba los 81 y en 2020 alcanzó los 82,35 años (83,58 en 2019), según datos del Instituto Nacional de Estadística. Por otro lado, las proyecciones de este mismo organismo prevén que para el 2050 el porcentaje de población de más de 65 años alcanzará un máximo del 31,4% (actualmente el 19,6%). A partir de esa fecha descenderá. A lo anterior añadir que previsiblemente en esa fecha, la tasa de dependencia alcanzará un máximo del 81,1%), para ir bajando progresivamente, llegando al 72,2% en 2070. En 2070 anticipan que la población con 100 o más años pasará de las 12.551 personas en la actualidad a 217.344.
En los trabajos del Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales de la UNED una de las tendencias que se constata, y que ha ido consolidándose año a año desde hace más de dos décadas, es precisamente que la edad media de vida en los países desarrollados podría alcanzar los 100 años, incluso los 120. Los expertos en estas cuestiones juzgan que estamos en disposición de alcanzar esas edades y la gran cuestión que les asalta es si con calidad o de vida. Este es un tema clave, que exige una reflexión en profundidad y valorar, en todas sus dimensiones, la perspectiva de una “cronificación” e incluso superación de la vejez (tema del que nos ocuparemos en otra ocasión), merced a los progresos médicos, científicos y tecnológicos.
La senectud trae consigo, independientemente del estado de salud, deterioros en la salud física y mental. Particularmente, la enfermedad del olvido, el Alzheimer, que es una de las más características en los países de nuestro entorno y afecta, mayoritariamente, a personas en edad avanzada. Se trata de una patología para la que no hay ni una forma de prevención eficiente, ni de curación. Según la Organización Mundial de la Salud[1] el número de personas que viven con demencia (el Alzheimer es su principal causa) está creciendo y calculan que hay más de 55 millones de personas en todo el mundo (el 8,1% de las mujeres y el 5,4% de los hombres mayores de 65 años) y cada año se diagnostican unos 10 millones de nuevos pacientes. Anticipan que aumentará a 78 millones en 2020 y a 139 en 2050. En España hay 80.000 enfermos y es uno de los países del mundo con mayor proporción de casos de Alzhéimer entre los mayores de 60 años (5% entre las personas de 65 años lo padecen y llega al 40% entre los que superan los 90). Como consecuencia del envejecimiento de la sociedad, de cara a las próximas décadas, se aprecia que la demencia, coligada a esta patología se doble.
Si ya en estos momentos hay un perfil de mujeres y hombres en la tercera, cuarta y quinta edad en situación de fuerte dependencia, que es habitual ver trasladar, a primera hora de la mañana, en furgonetillas a centros de día y regresar, a media tarde, a los domicilios de sus familiares; si ya hay largas listas de espera para acceder a residencias públicas para mayores; si, en general, hay una destacable demanda de servicios para atender las necesidades de esta población es obligado desde instancias institucionales ofrecer cuantos servicios sean menester que atiendan sus requerimientos.
La Ley 39/2006, de 14 de diciembre, de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia supuso un paso notable gigante respecto al panorama anterior, si bien es preciso solventar sus posibles disfuncionalidades y seguir avanzando en mejorar nuestro compromiso con una sociedad, cada vez más envejecida y rica en experiencias de tantas y tantas generaciones de hombres y mujeres que con su trabajo y buen hacer nos hicieron avanzar. Y, si la vida nos lo permite, también lo haremos los que les seguimos en el tiempo. Hemos de asumir con responsabilidad las complicaciones que implica cumplir años, y desde instancias políticas prever lo que está por llegar, y actuar con sentido de justicia y humanidad, dignificando las vidas de los que nos precedieron en el camino.
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[1] Véase, https://www.who.int/es/news/item/02-09-2021-world-failing-to-address-dementia-challenge