En el libro “Como mueren las democracias”, sus autores afirman (con razón) que las democracias no mueren por asaltos o golpes de Estado sino por un debilitamiento de sus propias estructuras.
Y, efectivamente, opino que es lo que está ocurriendo con el deterioro continuo de las democracias liberales, que genera desafección en la ciudadanía. Hay dos ejemplos diferentes en las estrategias de debilitamiento de la democracia, así como en la fortaleza de ambas: Brasil y España
PRIMER EJEMPLO: Brasil
El primer ejemplo lo vemos con Lula da Silva. Creemos que la inmensa mayoría estamos felices y suspiramos tranquilos al observar que Brasil vuelve a la senda democrática. Eso es bueno para Brasil, para Sudamérica, y para el resto del mundo.
Sin embargo, Lula ha ganado por los pelos, con un 50´9% en una movilización electoral que ha dividido al país y que, incluso muchos de los votantes a Lula lo han hecho “contra” Bolsonaro sin tener clara la alternativa. Esto supone que Lula tiene mucho trabajo que hacer.
En primer lugar, retomar sus políticas sociales de eliminar la pobreza y garantizar una comida al día a los brasileños. Según la investigación llevada a cabo por la Pontificia Universidad Católica de Río Grande del Sur, el Observatorio de las Metrópolis y la Red de Observatorios de Deuda Social en América Latina, casi 20 millones de personas se encuentran en la pobreza en las grandes ciudades brasileñas. Una cifra que supone un récord y que representa casi el 24% de la población urbana de Brasil.
Por señalar un ejemplo, la mayor urbe, San Pablo, registró un aumento significativo de la pobreza pasando de dos millones en 2014 a 3´9 millones en 2021.
Durante todo el periodo de Bolsonaro, Brasil ha aumentado su pobreza, ha crecido exponencialmente la desigualdad y, por tanto, también la polarización social. Hoy, Brasil es, más que nunca, una sociedad fragmentada.
La pobreza, la desigualdad, la inseguridad, la violencia están cebándose con América Latina generando Estados fallidos porque se enfrentan a problemas que trascienden la propia lógica de la convivencia social.
En segundo lugar, recuperar la imagen del “Lula de ayer”, pero con la prudencia y paciencia de saber que su injusto y cruel paso por la cárcel deja una huella. Las mentiras, o llamadas fake news, acaban calando en una parte de la población muy importante. En estas elecciones de Brasil, como estamos viendo que ocurre en el resto del planeta, la mayoría de la gente procesa la información política de manera sesgada e irracional, lo que da pie fácilmente al simplismo, al tremendismo, la polarización y la posverdad. Ya lo señaló John Brennan (ex director de la CIA) en su libro “Contra la Democracia”.
En tercer lugar, hay un trabajo importante en devolver la confianza en la democracia, en su sistema procedimental y en el espíritu de convivencia que la sustenta. Y no es nada fácil. Lula debe unir al país, intentar superar la polarización provocada de forma intencionada por la ultraderecha: crear un Brasil único, plural, diverso, pero democrático.
Muchos no salimos de nuestro asombro cuando pensamos que personajes como Trump o el propio Bolsonaro pudieron ganar unas elecciones. Y ha estado a punto de ganar de nuevo. Bolsonaro es un personaje elitista, machista, racista y homófobo. Es el prototipo del autoritarismo antidemócrata, el que tan solo utiliza la democracia para alcanzar el poder y luego deteriorarla. Bolsonaro es el prototipo de los líderes políticos de ultraderecha que vulneran los derechos constitucionales, orgullosos de su arrojo y prepotencia.
Si su mandato fue claramente un ataque a la democracia, también lo es su pérdida del poder. Sin reconocer públicamente su derrota, sin tender la mano al nuevo presidente, sin aceptar las reglas de la democracia. Bolsonaro, como muchos otros que recorren nuestro planeta, trabajan para debilitar las estructuras democráticas, para erosionar la convivencia social, para fomentar la división y, así posteriormente, aplicar la mano dura, la “salvación” de la mano férrea del autoritarismo.
SEGUNDO EJEMPLO: España
España está muy lejos de ser una sociedad fragmentada y violenta.
A veces creo que no somos suficientemente conscientes de lo afortunados que somos viviendo en una sociedad en paz, con garantías de derechos, y con políticas sociales que permiten tejer una permanente red de protección social. Aunque negacionistas nieguen las evidencias (bien por envidas, por manipulaciones o por ignorancia), las ayudas públicas para solventar las crisis, desde la pandemia a la inflación, desde el volcán a la guerra, han sido ingentes y continuas.
Sin embargo, resulta cada vez más preocupante la actitud de oposición del PP. Hasta el momento pensábamos que solo la ultraderecha era capaz de cuestionar el Estado de Derecho, la legitimidad del gobierno, y negar las evidencias. En cambio, hoy cuesta diferenciar la actitud de Vox de la del PP, quizás en el estilo más sibilino y un tanto cínico que utiliza Feijóo.
Lo que Feijóo y el PP están haciendo con su bloqueo a la renovación del Poder Judicial no cumple con los mínimos cánones democráticos. Es un claro chantaje, no solo al gobierno, sino al Parlamento.
Llevan cuatro años sirviéndose del bloqueo judicial para dirimir sus cuitas. Y ahora quieren mezclar el acuerdo de renovación con unas medidas legislativas que deben tomarse desde el Parlamento. El tema de la sedición no es más que una excusa, porque luego surgirán otras; el problema es que esta excusa es grave por las consecuencias que tiene para el deterioro democrático.
El PP está causando el mayor estropicio que nunca se ha producido en la democracia española. Primero, por no aceptar la legitimidad del gobierno y del parlamento elegido democráticamente; segundo, por no respetar las reglas del juego y permitir, desde el momento número uno, la renovación de los órganos institucionales, como el Consejo General del Poder Judicial; tercero, por debilitar y ensuciar un pilar fundamental para la confianza y credibilidad de la ciudadanía con el sistema: la Justicia.
Lo que es triste y muy preocupante es que una gran mayoría de la ciudadanía no perciba la gravedad del asunto. Y mucho más grave es que algunos medios de comunicación, ubicados en la derecha mediática, no expliquen los hechos y se dediquen solo a interpretaciones interesadas. Porque la realidad es que el PP ha roto un acuerdo constitucional y pretende alterar las reglas democráticas.
Un demócrata tiene derecho a no compartir unas reglas e intentar cambiarlas, pero siempre dentro del sistema. La ley se acepta y se cumple, y se cambia siguiendo el procedimiento.
El asunto está en que el PP no está interesado en cambiar, sino en bloquear, enturbiando el consenso democrático, anulando la capacidad del Parlamento, y utilizando las reglas democráticas para debilitarlas.
La debilidad de las democracias solo puede solucionarse con más y mejor democracia. Brasil tiene un arduo camino por recorrer y deseamos que Lula resista los envites antidemocráticos.
Hoy que se celebran los 40 años del primer gobierno socialista podemos comprobar que aquel intento de golpe de Estado en una democracia débil española se superó, y el gobierno del presidente Felipe González consiguió consolidar las estructuras e instituciones para una España democráticamente fuerte.
Hoy la democracia española es sólida; podrá dejarse rasguños y heridas en este envite continuo del PP, pero saldrá adelante, porque afortunadamente las instituciones democráticamente sólidas son capaces de resistir a los malos políticos o los que tienen mala voluntad.
No obstante, no deja de ser triste que el enemigo a la democracia española juegue en casa.