Jugar con la política como si no tuviera consecuencias es peligroso. Igual que jugar con fuego y pretender no quemarse. Tengo la impresión de que eso está sucediendo con graves consecuencias para la democracia como la pérdida de confianza en los representantes, en la palabra dada, y en la eficacia.

Además, se utilizan diversos elementos que, entremezclados, producen un cóctel indigesto. Por ejemplo, la soberbia, que últimamente campa por sus anchas en discursos y acciones parlamentarias; y, la polarización, otra cuestión realmente preocupante, porque parece que ya no es posible dialogar, consensuar, buscar puntos en común, o escuchar al otro. Las trincheras abiertas en la política de partidos imposibilitan los puentes.

Lamentablemente, no creo que se pueda atribuir solo a una parte del panorama político.

Por ejemplo, las declaraciones continuamente soberbias y desafiantes de Isabel Díaz Ayuso, da igual que se refiera a la sanidad pública o a los socios de gobierno del PP en muchos lugares como son Ciudadanos, mirando por encima del hombro a Begoña Villacís (independientemente de lo que yo piense de las actuaciones de ese partido a la deriva casi desde su origen y la fuga descarada y descarnada de sus cargos públicos, más por supervivencia que por convicción), es una actitud reprobable, porque no ejemplariza ningún tipo de virtud pública.

A la soberbia se le une la continua descalificación, el insulto (sobre todo al presidente de Gobierno, da igual que Isabel esté en un mitin, en un acto institucional, o en una fiesta, que aprovecha para soltar veneno siempre que puede), y la falta de respeto. Se hace de forma intencionada, porque así se polariza, se enfrenta a la sociedad, se crean “buenos y malos”, se hacen extremos.

Como tampoco lo hace la actitud, calificada de “soberbia infantil” (¡qué buena definición!) de la ministra Irene Montero y su equipo. La intención de la ley del “solo sí es sí” fue buena e introduce mejoras. Sin embargo, los resultados están siendo muy cuestionables. Y la actitud política catastrófica. Nuevamente le ha podido la soberbia, y sin escuchar ni dar el brazo a torcer, se ha enfrentado a todo el mundo. Todos van en su contra. Y es cierto que la derecha política y mediática le tiene ojeriza, eso lo vemos todos. Sin embargo, eso no justifica la actitud de “todos contra mí”, y la falta de inteligencia emocional y de saber escuchar para entender que algo está funcionando mal.

¿De verdad la nueva generación que ha llegado, da igual que hablemos del PP que de Podemos, se sienten tan seguros de sí mismos, tan ensalzados, que no necesitan de nadie más?  Si no es así, esa es la impresión que dan.

No se puede gobernar creando polarización permanente como hace Isabel Díaz Ayuso, aunque a corto plazo le lluevan votos, que luego se pueden volver contra la propia sociedad democrática creando un ambiente de confrontación irrespirable. Ni tampoco se puede gobernar solo para los míos, con una actitud parecida a la venganza, pensando que solo yo tengo la razón, que los otros son unos vendidos, y que somos los salvadores.

Porque, al final, nuestras democracias representativas degenerarán en “democracias de enjambre”, como las llama Byung-Chul Han: “un espacio poblado por muchedumbres reactivas que llenan de ruido el espacio común y operan en la práctica como públicos afectivos”

Detrás de Irene Montero, vuelve a aparecer la sombra siempre enfadada, con el ceño fruncido de Pablo Iglesias, quien utiliza el micrófono de la Ser, para advertir qué pasará, que se votará, qué instrucciones dar, incluso amenazar o sentenciar “que Sánchez lo pagará”. En fin, no sé bien cuál es el papel de este hombre dentro de Podemos, pero parece que le gusta seguir manejando los hilos. Ayyy, qué mala es la soberbia.

En cambio, detrás de Isabel, encontramos a Feijóo. En este caso, debería ir delante por ser el líder nacional, marcando el ritmo. Pero no es así. Últimamente su papel está resultando bastante cómico, como un pato sin cabeza, dando tumbos, sin acertar en los mensajes dentro de su partido. Da igual que hable de religiones, del aborto, de la lista más votada, … que inmediatamente Isabel saldrá a reprenderle y ponerle entre las cuerdas. Ya me extrañaba a mí que Isabel se hubiera quitado de encima a Pablo Casado para permanecer a la sombra de un señor que viene de provincias.

Y si la política se está jibarizando cuando la soberbia y la polarización entran en juego, porque se pierde la esencia democrática, la capacidad de diálogo, de respetar y escuchar al otro, hay alguien que se está jibarizando a pasos agigantados: Feijóo. Él empequeñece y otros esperan su turno. Podemos pensar en Isabel, … o en Juanma Moreno.

En fin, mientras tanto, me quedo con la reflexión de Tucídides: “El valor de las palabras cambia a medida que los hombres reclaman el derecho usarlas para justificar sus acciones: la sinrazón es llamada valor y lealtad al partido; la demora prudente se vuelve cobardía; la moderación y autocontrol son rechazados y tachados de timidez”.