Para algunos, las grandes empresas tecnológicas son la joya de la corona del capitalismo de esta época. Es más, desde su desarrollo han sido los oasis de rentabilidad en los desiertos de la crisis económica. Su pujanza actual y el efecto arrastre sobre la economía y la innovación tecnológica, recuerdan al papel de la industria norteamericana del automóvil en la primera mitad del S.XX cuando el Presidente Wilson decía .”Si a la General Motors le va bien a EE.UU también “.
La suma de la facturación de Microsoft, Apple, Google, Amazon y Facebook ha sido en 2020 superior a los dos billones de dólares, y al mismo tiempo cuentan con casi dos millones de empleados en el mundo. Sólo Amazon es el segundo empleador más grande de EE.UU tras Wal-Mart.
El poder de estas empresas y su control monopolístico sobre las tecnológicas ha hecho que en el año 2020 la Cámara de Representantes norteamericana debatiera un informe de reforma antimonopolio para frenarlas. “Estas empresas tienen demasiado poder y ese poder debe ser controlado” concluían. El rechazo de la Administración Trump y el conflicto postelectoral, ha hecho que las conclusiones duerman, por ahora, el sueño de los justos. Pero el debate conseguido y las comparecencias de sus responsables posibilitarán, más pronto que tarde, limitaciones legales a semejante poder.
Porque, si hay algo que une a toda esta industria desde su inicio, ha sido su profundo antisindicalismo, “La no sindicalización es vital para nuestras empresas”, decía R. Noyce director adjunto de INTEL. Lo vienen practicando desde su inicio al más puro estilo del pasado siglo: sancionando, amenazando, despidiendo y hasta creando especialistas en formación antisindical.
Sin embargo, pese a quienes pensaban que un sindicato en Google es tanto como ver un oso polar en el desierto del Sáhara, el 1 de noviembre del 2018 más de 20.000 empleados y subcontratados de Google salieron de sus oficinas en cincuenta ciudades del mundo contra el trato de favor dado por la empresa a Andy Rubin, creador de Android, indemnizado con 90 millones de $, tras haber sido acusado y verificado por las autoridades ,de acoso sexual, junto con otros 48 empleados de los cuales 13 eran gerentes de diferentes departamentos.
A partir de ahí se rompe el cinturón antisindical, creándose el sindicato de trabajadores de Alphabet (empresa matriz de Google) con 400 afiliados, y unos planteamientos novedosos, pues no trata solo de las mejoras salariales, imprescindibles en una ciudad carísima, sino que también buscan cambiar las prácticas de la empresa asumiendo mayor responsabilidad social, poniendo en cuestión los efectos negativos de numerosos productos que, como la inteligencia artificial, están desarrollando. La imagen idílica de unos centros de trabajo con áreas de descanso con futbolines, billares y juegos de mesa para desentumecer el cerebro, comida bio a precios asequibles y cafeterías al aire libre para trabajar en armonía y felicidad, se rompe con las denuncias por acoso laboral y sexual, discriminaciones por raza y sexo, traslados y cambios de categoría aleatorios, movilidad y disponibilidad sin límites, etc.
Peor suerte ha corrido el intento por crear un sindicato en Amazon (1.400.000 trabajadores en el mundo de los cuales más de 1 millón están en EE.UU). El pasado mes de marzo la empresa ganó la batalla a los sindicatos norteamericanos que pretendían la sindicalización de la misma. De los 5085 trabajadores de un almacén en Bessemer (Alabama) participaron en la votación poco más de la mitad, y de estos, 1.800 han rechazado formar un sindicato en la empresa, frente a 738 que lo apoyan. El primer efecto de este resultado es que las acciones han subido en bolsa cinco puntos.
A pesar de que el triunfo de la empresa ha sido reconocido hasta por el sindicato de comercio minorista, mayorista y de grandes almacenes (RWDSD) promotor de la votación, el procedimiento ha estado plagado de obstáculos, con una votación durante siete semanas, con votos por correo , dos día de escrutinio público con las televisiones retrasmitiéndolo y 505 votos rechazados por defecto de forma. Lo cierto es que Amazon está cuestionada por las deficientes condiciones laborales, trabajadores obligados a orinar en botellas de plástico por carecer de baños al alcance, disponibilidad de horas y festivos, frenéticos ritmos de trabajo en naves de distancias kilométricas, discriminación sexual y racial…. El incremento salarial, realizado en esas fechas a 15$ la hora frente a un salario mínimo de 7’5$/hora, ha sido un argumento concluyente para neutralizar la formación del sindicato, que no podrá obviar las demás cuestiones en juego.
La actitud de la empresa al comienzo de la pandemia con más de 20.000 empleados con coronavirus, despidiendo a los trabajadores que habían encabezado la protesta pidiendo medidas protectoras ante el Covid-19, fue demoledora para la empresa. Igual que la sentencia de Nanterre (Francia) contra la comercialización en esos mismos días de productos alimenticios sin garantías, o el caso del espionaje de agentes especializados en el seguimiento de sindicalistas utilizados en las huelgas de los centros de Cataluña.
Los casi 200.000 empleados en Europa (15.000 en España) con derechos sindicales diferentes, tienen en todos los países enormes dificultades para realizar su actividad sindical, y aunque se están produciendo medidas de apoyo y presión a la empresa, como la realizada por 70 inversores (7 de ellos españoles) pidiendo que la empresa no impida sindicarse a sus trabajadores, no estaría de más que entre los apoyos que nuestras autoridades autonómicas dan para que se establezcan en su territorio, les comprometieran a respetar la libre sindicación y los derechos sindicales y laborales de nuestro país.