La política fiscal es una herramienta esencial, junto a la monetaria, en esta coyuntura de incertidumbre y dificultades sobrevenidas. Tres aspectos emergen entonces:
- La importancia de incidir sobre una subida salarial, que pasa necesariamente por el aumento del salario mínimo interprofesional;
- Considerar de manera efectiva –y no sólo retórica– la productividad y la inflación como vectores a tener en cuenta para la fijación salarial;
- La estrategia por derogar la reforma laboral, que ha consolidado precisamente la precariedad contractual, y ha incidido en la permanencia del paro juvenil y en la calidad de empleo, componentes básicos del mercado de trabajo.
En estas coordenadas, describir políticas progresistas desde el lado de la oferta no abunda en un factor substancial: la procedencia de los recursos públicos para hacerlas posibles. Esto supone pensar en una política fiscal que sea, efectivamente, progresiva. E, igualmente, activar nuevas propuestas de fiscalidad ambiental, más acordes con los graves problemas de externalidades que existen hoy en día; a su vez, recuperar los impuestos sobre el patrimonio y sobre sucesiones –este último, de gran capacidad recaudatoria–, que conforman sendas piezas que debieran ser consideradas. Al mismo tiempo, indicar que el potencial de la economía sólo se afecta a través de políticas de oferta supone una idea subyacente: la del funcionamiento perfecto de los mercados, en los que las rigideces y los efectos histéresis no juegan papel alguno. Como si los años de austeridad no hubiesen deprimido la demanda, con efectos duraderos y estructurales sobre la capacidad de crecimiento, incluso después de ser retiradas las medidas contractivas. En conclusión: una política fiscal activa y expansiva tiene la capacidad de aumentar el stock de capital y, por tanto, contribuye a mejorar la productividad y la tendencia del crecimiento. Esto lo están entendiendo ahora en el FMI, la OCDE, el Banco Mundial y la nueva administración norteamericana: entidades nada sospechosas de recalcitrante extremismo.
En este sentido, las instituciones económicas subrayan que existen temas esenciales a abordar como el cambio climático, los problemas demográficos, los retos tecnológicos o los nuevos liderazgos en economía. Y que son necesarios cambios de comportamientos en las empresas, tal vez éticas distintas para enfrentarnos a esos retos y problemas. Se está entendiendo que seguir con estos ritmos desaforados de producción y consumo de recursos naturales, de metales y de territorios, no va a garantizar la pervivencia del propio sistema económico. Esto ha llegado a los dirigentes políticos europeos para que aceptaran, ya, un ambicioso programa de inversiones que contribuiría a paliar la crisis económica y, sobre todo, a contener los efectos del cambio climático. El Next Generation EU va en esa dirección de transformación en el modelo de crecimiento.
La relación de este proceso con la deuda es relevante. La deuda se ha contraído siempre:
- Con más inflación, hecho que reduce el valor de la deuda. El tema ahora podría enlazar con los planteamientos del BCE, que centra sus actuaciones en alcanzar una inflación superior al 2 por ciento (pero siempre cercana a ese guarismo).
- Gobiernos europeos y el BCE deberían obligar a bancos y empresas –y consorcios que negocian fondos de pensiones– a comprar deuda pública por debajo de su valor y, a la vez, regular los movimientos de capitales para evitar su fuga.
- Mayor crecimiento económico, que debería ser muy superior al alcanzado por la eurozona en los últimos años (con cifras inferiores al 1 por ciento). La consecuencia de esto va a ser el aumento de los déficits públicos –si se mantienen políticas de bienestar y los estabilizadores automáticos– y de la deuda.
- Repensar un nuevo Pacto de Estabilidad, piedra angular para encarar con mayor solvencia la crisis presente.
Esta sería una parte sustancial del nuevo mainstream: otro orden económico sustentado sobre un cuidado estudio de casos y la aplicación de políticas económicas que configuren una ortodoxia que supera la anterior.