Esta manera exculpatoria de proceder –con toda su carga de ingenuidad propia de la mentalidad infantil y del propósito primario de no quedar mal ante los padres- es bastante habitual en los niños. De hecho, en casi todas las familias se cuentan historias de un tenor similar. En mi casa recuerdo que mi madre y mi tía se reían mucho recordando la anécdota que nos ocurrió cuando, siendo yo muy pequeño, acostumbraba a acompañarlas a la compra. En una ocasión en la que mi madre y mi tía andaban muy abrumadas de paquetes, yo me empeñé en ayudarlas cargando con un pesado melón. Después de una lógica resistencia inicial, parece que era tanta mi insistencia que terminaron cediendo. Lógicamente, el melón no tardó en caer al suelo y yo inmediatamente me disculpé alegando que me lo había tirado el viento. Lo cual era una disculpa bastante fantástica, por mucho que en Santander las rachas de viento a veces sean bastante recias.

Tales historietas infantiles pueden resultar divertidas y curiosas, pero el problema se plantea cuando los adultos reaccionan de acuerdo a este mismo proceder, por inverosímil que resulte. El comportamiento de algunos líderes del PP, echando balones fuera de manera disparatada e inverosímil, a propósito del caso Bankia resulta paradigmático de tal patrón de comportamiento inmaduro. Algo comprensible quizás en niños pequeños, pero de alcance auténticamente patológico cuando se produce entre adultos. De ahí la desconfianza creciente que el actual Gobierno del PP está suscitando en los círculos internacionales de todo tipo.

La forma de proceder de los líderes del PP en el caso Bankia es posible que pase a los anales de la historia como un ejemplo supino de irresponsabilidad y mal proceder político y gestor. En sus orígenes hay que recordar la guerra cainita que desató Esperanza Aguirre para deshacerse de mala manera de Miguel Blesa y lograr el control político total de Caja Madrid; y en el caso de la Caja de Ahorros Valenciana todo lo que se pueda decir del PP es poco.

Pero el mayor problema es que, una vez desatada la afloración de la crisis, el Señor Rajoy y la cúpula del PP han permanecido ausentes, practicando la “estrategia del faraón”. Es decir, mantenerse mudos, quietos, hieráticos, de perfil y en la mayor penumbra posible, como en las tumbas egipcias.

Después del estropicio y de la espantada de Rato –al que según parece le mantenían ajeno a su propio entierro- en cuanto el mago de comunicación de turno diseñó un argumentario, con chivo exculpatorio incluido, los voceros del PP salieron en tromba a repartir responsabilidades ajenas a diestro y siniestro, remontándose incluso a Felipe González, y no se sabe incluso si al propio Pablo Iglesias (¡cuidado, no les demos ideas!).

Como en la historieta del niño de la mermelada, a los del PP no les importa que “en casa no tengan gato”, lo fundamental es no quedar mal y no reconocer nunca, bajo ningún concepto, ninguna responsabilidad en absoluto (estrategia penal típica de los delincuentes profesionales).

Si en una empresa privada –de esas que tanto les gustan a los ideólogos del PP- alguien hubiera procedido de manera tan irresponsable y chapucera como ha hecho este Gobierno, hubiera sido despedido de manera fulminante. Pero aquí vamos a tener a Rajoy y compañía para rato. Para rato (más de tres años aún) y para desgracia de España y los españoles, que somos los que vamos a sufrir los costes enormes que está causando esta manera de proceder. ¿A quién se le va a pedir responsabilidades de las consecuencias? ¿Tenemos alguna alternativa para evitar tanto estropicio?