Entre las lecturas de este verano, he conseguido digerir las casi 500 páginas del reciente libro del Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, que lleva por título un curioso oxímoron [1]. Está escrito durante la presidencia de Donald Trump y, aun así, contiene muchas reflexiones que son aplicables tanto a los Estados Unidos como a España.
La primera reflexión que hace es que la libre competencia, tal como la definió Adam Smith y como todavía nos la siguen contando los adalides del liberalismo, hace tiempo que desapareció del capitalismo mundial, al menos para los bienes más relevantes. Cuando esta existe, la teoría nos dice que los bienes de venden por el mínimo precio posible y esa es precisamente la defensa que suele hacerse de los sagrados mercados. Las condiciones para que se dé la libre competencia son:
- La existencia de suficientes vendedores y compradores, con el fin de que ninguno tenga poder suficiente para fijar los precios.
- La transparencia de la información: todos los agentes disponen de la misma información sobre el bien intercambiado y sobre el resto de los agentes.
- La libre entrada y salida del mercado: no deben existir obstáculos administrativos, laborales o técnicos para la entrada de un ofertante o demandante suplementario, o para la salida de cualquiera de ellos.
En esas condiciones, si un productor subiera arbitrariamente su precio, sus ventas bajarían automáticamente, por lo que todos ellos tratarán de fijarlos lo más bajo posible, con el límite de no incurrir en pérdidas. Si un sector se convirtiera temporalmente en más rentable que otros, automáticamente acudirían a ese mercado nuevos productores. Al aumentarse la oferta, los precios descenderían de nuevo y las ganancias excesivas disminuirían. La “mano invisible” del mercado consigue así que nadie se enriquezca excesivamente y que los consumidores no paguen más de lo debido.
Lo contrario de la libre competencia es el poder de mercado. Eso es lo que realmente vemos en todo el mundo capitalista, hasta el punto de que los más atrevidos lo reconocen abiertamente: según Peter Thiel —un ex-asesor de Trump—, “la competencia es para los perdedores” y, según el millonario Warren Buffett, “si se tiene el poder de subir los precios sin perder mercado, se tiene un buen negocio” (citas tomadas de [1]).
El poder de mercado se adquiere de varias formas: haciendo uso de información privilegiada, concentrando la oferta en muy pocas manos por medio de absorciones y fusiones, ensanchando las barreras de entrada a nuevos productores y usando el poder económico para forzar leyes y disposiciones en beneficio propio. Una vez adquirido, las corporaciones resultantes pueden fijar los precios a su conveniencia sin perder por ello cuota de mercado.
Stiglitz da numerosos ejemplos de este poder referidos a las grandes corporaciones estadounidenses, pero resulta muy fácil trasplantarlos al caso español:
- Tres corporaciones —Endesa, Iberdrola y Naturgy— concentran el 80% de la cuota del mercado eléctrico doméstico y el 65% de toda la energía eléctrica producida.
- Cuatro corporaciones —Repsol, Cepsa, Galp y Disa— concentran el 65% del mercado de carburantes.
- Cuatro empresas —Movistar, Orange, Vodafone y Masmovil— concentran el 93% del mercado de telefonía móvil.
- Tres bancos —Santander, CaixaBank y BBVA— concentran el 48% del mercado bancario y, entre los diez primeros, alcanzan el 75%.
Se podría extender sin dificultad estos datos a otros sectores estratégicos tales como el de la fabricación de automóviles, las empresas constructoras de infraestructuras y viviendas o las compañías de transporte aéreo y ferroviario de pasajeros. Es decir, los bienes más relevantes que consumimos son ofertados por un número muy reducido de grandes empresas.
A pesar de las cautelas y controles que ponen los gobiernos, estas empresas disponen de un gran poder para concertase entre sí y fijar los precios a su conveniencia. Además, numerosas barreras impiden que nuevas empresas entren en sus áreas de actividad. Stiglitz hace una distinción muy esclarecedora a este respecto entre dos posibles actividades de las empresas: la creación de riqueza y la transferencia de rentas.
- Cuando una empresa invierte en una nueva línea de productos, o en la mejora de uno ya existente, compra maquinaria y contrata trabajadores, está creando riqueza, es decir, está aumentando el tamaño de la “tarta” nacional.
- Cuando sube los precios ejerciendo su poder de mercado, está transfiriendo renta desde otros sectores al suyo. La tarta nacional no aumenta; simplemente su gajo crece a costa de empequeñecer el resto.
Stiglitz proporciona datos fehacientes de que esto último ha venido ocurriendo en la economía estadounidense —y, con un ligero desfase temporal, también en las europeas— desde mediados de los años 1980. Ello explica que, a pesar del crecimiento económico de esas décadas, las clases medias se hayan estancado e incluso haya descendido su nivel de renta y, en cambio, la cúspide de la pirámide —el 1% más rico— se haya enriquecido escandalosamente: se ha producido una transferencia de renta cada vez mayor desde la base hacia la cúspide. Adicionalmente, el poder de mercado no solo representa una apropiación de rentas ajenas, sino que también genera poder político que, al ejercerse sobre la creación de leyes, pone barreras a que los poderes públicos puedan controlar y revertir la situación.
Desafortunadamente, Stiglitz es más parco al proponer soluciones para combatir este estado de cosas. Habla de reforzar las leyes antimonopolio, de mejorar el sistema de contrapesos y controles —las comisiones de control de la competencia, el sistema judicial, los funcionarios públicos, la prensa independiente, etc. —, de impedir las puertas giratorias, de aumentar la transparencia de la información pública y de otras medidas ya conocidas. En definitiva, de que la política y la voluntad soberana de los ciudadanos prevalezca sobre el poder del dinero.
Pero, una cosa es decirlo, y otra conseguir que suceda. En esas estamos también en España y ya vemos lo difícil que es cuando, por ejemplo, las grandes compañías eléctricas amenazan y chantajean al Gobierno por haberse este atrevido a tocar unos beneficios ilegítimos, que ellas extraen sin rubor de los consumidores merced a una regulación deficiente.
La política debería prevalecer siempre sobre el poder del dinero o la democracia dejará de serlo. Dejará de servir a los intereses de todos para convertirse en la dictadura de los más fuertes, como tantas veces ha sucedido ya a lo largo de la historia.
_____________________________
1: Joseph E. Stiglitz, Capitalismo progresista: la respuesta a la era del malestar, 2020