Hay semanas que las noticias se suceden de tal forma que galopan unas encima de otras, atropellándose sin darnos tiempo a digerirlas. Y eso nos abruma, pero también nos genera cierta indiferencia.

En una conferencia de Iñaki Gabilondo le escuché una metáfora muy interesante: “en una inundación, lo primero que hace falta es agua potable”. Muy cierto. En medio de tantas noticias, hace falta un orden y una valoración, un poco de sosiego para la reflexión y el análisis.

Lo cierto es que nuestro suelo se mueve, es cambiante, no hay creencias estáticas, y, sobre todo, el mundo se ha vuelto muy complejo. La complejidad y la incertidumbre son las características de nuestro tiempo. Además, el ser humano puede tener proyecto y utopías, pero no predecir el futuro, y cuando hay tantas incertezas, eso nos genera desasosiego.

Sigue la invasión a Ucrania que pensábamos terminaría en un periodo corto y, en cambio, la situación cada vez está más imbricada, incluso con amenaza nuclear y con la intromisión de Elon Musk para poner en jaque a los Estados. El poder que ha adquirido Musk me resulta escalofriante. Una sola persona es capaz de competir por el dominio del espacio o entrometerse en una guerra desestabilizando la situación política internacional.

La invasión a Ucrania tiene consecuencias externas gravísimas. Más allá de lo que vivimos en Europa (inflación, subida de precios, cortes de energía, falta de suministros, y etcétera), hay países como Sudán que se mueren de hambre por la crisis alimentaria provocada por la falta de cereales. A ellos no les afecta solo en la calefacción o el combustible, les afecta en la propia supervivencia: nada que comer. Más de 1 millón de niños menores de 5 años están en riesgo extremo de muerte a causa de la peor crisis de hambre desde que existe este país, el más joven del mundo.

Siguen las protestas en Irán, aunque a veces sus quejas nos llegan amortiguadas, pero no por ello la represalia fundamentalista es menos agresiva. Junto a Irán, Afganistán muere poco a poco bajo el yugo talibán. El fundamentalismo sigue dominando la vida de muchas personas, especialmente de mujeres y niñas sometidas, esclavizadas y vendidas.

Europa busca su rumbo y, bajo la batuta dialéctica de Josep Borrell, recibió una gruesa llamada de atención para que se ponga las pilas y dé soluciones unificadas. Borrell siempre ha resultado alguien incómodo, rebelde e inconformista, pero nadie puede negar que su discurso ha sido absolutamente imprescindible. Europa no puede permitirse dormir entre la burocracia y la nostalgia de tiempos pasados, ni tampoco esperar a que las dos potencias mundiales le solucionen la papeleta. Sin embargo, no hay solución fácil para mantener el equilibrio entre la identidad nacional y la cooperación europea.

Mientras eso ocurre, Reino Unido (ya no está en la UE y parece que no levanta cabeza escándalo tras escándalo y acumulando inestabilidad social) y Francia (cuyas calles se incendian de protestas), consideradas el núcleo político-económico de Europa, junto a Alemania, se desgarran política y socialmente.

Una Europa que ha visto romperse el huevo de la serpiente, incubado con el gobierno ultraderecha de Italia.

EEUU sigue en una división social preocupante, que cuestiona día tras día el liderazgo de Biden, mientras Trump no tira la toalla y amenaza con volver a la contienda electoral.

En la otra parte del mundo, China comienza su 20º congreso, del que Xi Jinping saldrá reelegido por un tercer mandato como el líder chino más poderoso desde Mao Zedong.

Eso sin detenernos en analizar Sudamérica: el estallido social chileno; las emigraciones masivas; la permanente crisis humanitaria de Haití; la grave situación de México; o la contienda entre Lula y Bolsonaro que nos mantiene en vilo.

No hay época histórica que haya sido fácil. Actualmente, vivimos una etapa de convulsión y confrontaciones, de haz de crisis cada vez más intensas y cortas en el tiempo, y de mucha inestabilidad.

El siglo XXI es el siglo de la complejidad. Como bien señala Daniel Innerarity, “nuestros sistemas políticos no están siendo capaces de gestionar la creciente complejidad del mundo y son impotentes ante quienes ofrecen una simplificación tranquilizadora. La política, que opera actualmente en entornos de elevada complejidad, no ha encontrado todavía su teoría democrática”.