A principios de este mes Elon Musk, uno de los hombres más ricos del mundo, presentó a Optimus, el robot humanoide de su empresa Tesla, que se ha propuesto vender por un precio “módico” de 20.000 dólares, lo que supondrá, según su opinión, hacerlo accesible al gran público. Cuan sorprendido estaría el ingeniero de origen serbio Nikola Tesla (1856-1943), todo un genio de la mecánica, la electricidad, las matemáticas y el diseño, quien mantuvo una notable rivalidad con Thomas Edison (mientras el primero defendió el sistema de corriente alterna, Edison el de corriente continua), si pudiera ver que más de medio siglo después de su fallecimiento su figura ha inspirado a una de las firmas de coches más punteras del siglo XXI, teniendo en cuenta que, en su momento, Edison le ganó, no sin argucias, la que se llamó “la guerra de las corrientes”, al generalizarse el uso de la corriente continua frente a la alterna. Pero Tesla fue mucho más allá de esta contingencia, fue uno de los pioneros de la robótica, de la aeronáutica y de la transmisión inalámbrica de electricidad.
Musk dispone de una dilatada trayectoria en proyectos tecnológicos innovadores, entre otros; Zip2 que era un directorio electrónico de empresas que vendió en 1999 a la compañía Compaq Computer Corp, X.com fundada ese mismo año y que en 2001 adopto el nombre de PayPal Inc (la vendió en 2002 a eBay y es la actual PayPal). En 2002 fundó SpaceX una empresa dedicada a producir naves aeroespaciales y ofrecer viajes al espaciales. El pasado abril, el empresario Mark Pathy, el magnate Larry Connor y expiloto israelita Eytan Stibbe participaron en una misión espacial, comandada por el ex astronauta de la NASA español Miguel López Alegría, previo pago de más de 50 millones de euros. Un extravagante capricho, una frivolidad que zahiere la sensibilidad de los ciudadanos de bien, a tenor del momento histórico en el que vivimos, marcado por la desigualdad y la pobreza más extrema para millones de personas en el mundo.
En una entrevista que ofreció Musk a la revista Time en 2021 declaró que entre sus prioridades estaba “hacer la vida multi-planetaria”, creando una ciudad que se autogestionara en Marte: “una especie de arca de Noé futurista”. Otras de sus iniciativas son: Starlink, el sistema de comunicación de banda ancha más desarrollado a día de hoy, así como vehículos de lanzamiento, los automóviles Tesla o el proyecto Neuralink, del que ya dimos cuenta en este foro hace varios meses.
Para algunos Musk es un visionario, para otros un excéntrico, de lo que no cabe duda es que sus iniciativas se instalan en una perspectiva que se antoja de ciencia ficción. En el caso de Optimus, su estatura alcanza 1,73, pesa 57 kilos y es capaz de hacer actividades de la vida cotidiana (caminar, transportar objetos, regar las plantas…). Uno de los ingenieros responsables de su fabricación comentó que el robot estaba plenamente inspirado en humanos, pues según Musk: “Nuestro objetivo es fabricar un robot humanoide útil lo antes posible y también lo hemos diseñado utilizando la misma disciplina que con el coche, es decir, de forma que sea posible fabricar el robot en un alto volumen a bajo coste y con alta fiabilidad. Así que eso es increíblemente importante”, lo que, según valoraba traerá “un futuro de abundancia” y una “transformación de la civilización”.
Es consciente del largo camino que quedar por recorrer para que este robot sea realmente eficiente y se ha propuesto testarlos como trabajador en las fábricas de sus automóviles. También ha dicho: “Queremos tener versiones realmente divertidas de Optimus y que puedan ser útiles y hacer tareas, pero también puedan ser una especie de amigo y compañero y pasar el rato contigo”, gracias a los avances que se sucedan en inteligencia artificial, si bien juzga que habrá que establecer salvaguardas para que no suceda, como hace ya quince años pregunté en un congreso centrado en el análisis de los impactos sociales de la robótica y la automática a catedráticos del área, sobre si no llegaría el día en el que fuera verosímil lo que acontece en la distópica novela Rebelión en la granja, a lo que me respondieron, en aquel momento, que no era posible. Pero, ¿será factible en un futuro?, ¿serán los robots autónomos?, ¿tomaran decisiones?, ¿tendrán sentimientos y “alma”? Y lo más sustancial, como apunta Musk, ¿supondrá una transformación de la civilización?[1].
Si seguimos la definición de civilización del eminente politólogo S.P Huntington, para quien “… una civilización es el agrupamiento cultural humano más elevado y el grado más amplio de identidad cultural que tienen las personas, si dejamos aparte lo que distingue a los seres humanos de otras especies. Se define por elementos objetivos comunes, tales como la lengua, historia, religión, costumbres, instituciones y por la autoidentificación subjetiva de la gente. (…) Las civilizaciones son el “nosotros” más grande dentro del que nos sentimos culturalmente en casa, en cuanto distintos de todos los demás, ellos “ajenos y externos a nosotros”, los avances tecnológicos de las últimas décadas, con una notable proyección a futuro, han supuesto profundos cambios en lo social, personal, intersubjetivo… que está mudando la idea tradicional de civilización hacia un constructo más amplio en donde lo ajeno y lo externo algunos desearían convergieran hacia un nosotros, sobre el que tengo serias dudas conduzca a niveles más elevados de justicia y libertad para todos los ciudadanos del planeta.
Y mientras estamos con estas disquisiciones, las agujas del reloj giran y giran, aunque no para todos con el mismo ritmo y energía como para Optimus, que desde su atalaya observa al ser humano constatando sus luces y sombras. Quizá el día de mañana se rebelará contra sus creadores y decida regresar a la nada, por solidaridad y sentido de “robot-humanidad”.
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[1] S. P. Huntington, El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Editorial Paidós, Barcelona, 1997, pág. 48.