La guerra en Ucrania continúa con su secuela de vidas humanas sacrificadas y de bienes destruidos. También prosigue la presión rusa sobre terceros países que no aprueban la agresión y se plantean buscar un paraguas defensivo y así estamos viendo las amenazas contra Suecia y contra Finlandia, dos Estados de la Unión Europea, y la puesta a punto de la fuerza atómica táctica de la Federación Rusa. Al final la Unión Europea y Estados Unidos se han inclinado (inevitablemente) por duras represalias económicas y financieras, compatibles con el suministro de armamento. Este suministro es necesario para intentar aproximar a las Fuerzas Armadas ucranianas a los grandes medios que posee Rusia en armamento y en efectivos. Por cierto que no se entiende que algunas izquierdas quieran impedir que Ucrania se arme, que es una forma de pedir que sea derrotada por Rusia, cuyo desarme, en cambio, no piden. Cuando estallan las crisis se comprueba que la nostalgia por la Unión Soviética como paraíso del proletariado sigue pesando demasiado.
En una crisis bélica como la que sufre Ucrania es difícil añadir reflexiones novedosas u originales cuando los diarios del todo el mundo (incluidos los de España) dedican toda clase de artículos y comentarios a la agresión rusa. Pero hay un punto sobre el que merece la pena reflexionarse.
Después de Stalin, la Unión Soviética evolucionó desde una dictadura personal a una dictadura colegiada y en cierto modo difusa, representada por el Partido Comunista. Ni Krushchev ni Brézhnev disfrutaron del poder de Lenin y de Stalin pues su gobierno fue más colegiado. Eso explica que Krushchev fuera destituido por sus pares y que Brézhnev sólo fuera la cabeza de una camarilla que disponía de todo el poder político y económico. Tras Stalin el Partido Comunista quedó vacunado contra el poder personal del dictador y a partir de 1953 la Unión Soviética estuvo regida por una camarilla colegiada que también ocupaba la cúpula del Partido único (véase Isaac Deutscher: La década de Jruschov, Madrid, 1971; y Hélène Carrére d’Encausse: El poder confiscado. Gobernantes y gobernados en la URSS, Buenos Aires, 1983).
En pocas palabras, los últimos treinta y años de la Unión Soviética se caracterizaron por estar gobernada como una dictadura pero una dictadura estructural caracterizada por estar conectada con el partido único fortalecido (Jean Blondel: Introducción al estudio comparativo de los Gobiernos, Madrid, 1972, págs. 293-305), sin tener un dictador unipersonal. Tras el régimen comunista, la Federación Rusa ha tenido gobernantes con fuerte impronta personal (Yeltsin y luego Putin) pero es fácil comprender que el conglomerado socio-económico que impulsó la transformación política y la privatización económica ha controlado verdaderamente el poder, poder del que Yeltsin y Putin eran sólo sus vicarios.
Llegados a este punto hay que reflexionar sobre el grado de autonomía que posee Putin frente al conglomerado socio-económico que privatizó los medios de producción soviéticos y que sigue controlando toda la economía rusa. Esa oligarquía ex-soviética y post-soviética en beneficio de la cual gobernó Yeltsin y luego Putin, ¿está de acuerdo con la agresión a Ucrania y sufre de buen grado las duras represalias económico-financieras que están imponiendo la Unión Europea, Estados Unidos y países asiáticos como Japón y Corea del Sur?
Porque el destino final de Ucrania está, en primer lugar, en su capacidad militar de defensa pero, en conexión con esa fuerza militar, en el aguante que tenga la oligarquía rusa que posee el poder económico y permite a Putin ejercer el poder político. ¿Cuánto tiempo va a aguantar esa oligarquía no acceder a sus yates, a sus grandes casas de vacaciones, a sus empresas y a sus clubs de fútbol que tiene en países de la Unión Europea? ¿Cuánto tiempo tardarán los oligarcas rusos en preguntarse si su vicario se ha creído que es un dictador personal como Stalin, se les ha ido de las manos y más vale sustituirlo por otro más prudente?