Vivimos en un mundo hiperconectado, inédito por sus rasgos y particularidades, en la historia de la humanidad. No hay fronteras para comunicarnos con personas de toda ésta nuestra aldea global, desde la comodidad de nuestros hogares. Pero ¿está hipertrofia comunicacional conlleva relaciones de tipo comunitario o societal, siguiendo la terminología del gran sociólogo Ferdinand Tönnies?
Mi percepción es que, en el mundo más desarrollado, la soledad no deseada (emoción negativa donde las haya) y el aislamiento son moneda común, despuntando como dos de los males sociales de nuestro momento histórico.
Mientras “la soledad es la sensación subjetiva de tener menor afecto y cercanía de lo deseado en el ámbito íntimo o relacional. El aislamiento social es la situación objetiva de contar con mínimos contactos con otras personas”[1], si bien en este último caso, no necesariamente coligada a la primera.
Para el fallecido sociólogo alemán Ulrich Beck, son hechos sociales asociados al proceso de individualización experimentado en los países occidentales, tras la Segunda Guerra Mundial, y que ha ocasionado que las personas se hayan desvinculado de sus referencias familiares y remitidas a sí mismas, con los consecuentes riesgos, oportunidades y contradicciones. Los individuos son, por tanto, el centro de sus estilos de vida y las familias han devenido en espacios, en donde se procura la compatibilización de los deberes laborales, los imperativos de la educación, el cuidado y atención de los menores, las tareas domésticas…
A lo anterior añadir, a instancias de la vivencia de la Covid-19, el llamado teletrabajo, que ha convertido nuestro grupo primario básico en un entorno en donde lo privado y lo público se difuminan. Debido a lo anterior han hecho su aparición tipologías familiares que se negocian con plazos definidos, desarrollando tendencias de dependencia familiar respecto a agentes externos no familiares, con la emergencia de nuevas comunidades de identidad (en buena medida, virtuales).
En España la penetración de estos valores en la lógica familiar fue más tardía, aunque el fuerte control social existente en el período franquista dio paso a una flexibilización y secularización de la lógica familiar. Uno de sus efectos ha sido que los individuos han tomado protagonismo y fuerza frente a la sociedad, con una mayor tendencia hacia el aislamiento y la soledad (factores exclusógenos de primer nivel).
El Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada (SoledadES), de la Fundación ONCE[2], en una investigación reciente, en la que ha realizado un amplio estudio de campo, analiza la etiología sociológica y derivaciones de la soledad.
Para los entrevistados, la soledad es un fenómeno multidimensional, asociado, privativamente, a causas externas (79%) como: “la falta de convivencia o apoyo familiar o social” (57,3%); “la residencia lejana de sus familiares (11,9%)”; “el dejar de convivir con las personas con las que convivía habitualmente (10,5%)”, “la incomprensión de la gente que le rodea (8,2%)” o “condicionantes laborales” (11,1%).
También refieren causas internas de orden personal: dificultades relacionales (12%), o mala salud (6,4%). Además, el 21% de los entrevistados que manifestaron sentirse solos declararon tener alguna discapacidad, particularmente, de movilidad y de visión. De hecho, dos de cada tres invidentes consignaron haber experimentado soledad en alguna etapa de su vida y el 12% sentirse solos siempre.
La soledad no deseada, según se detalla, afecta al 13,4% de la población en nuestro país y al 22% de los jóvenes. Por otro lado, detallan los costes por el uso de los servicios sanitarios que, según sus cálculos, superan los 5.600 millones de euros anuales (0,51% del PIB), así como los ocasionados por el consumo de medicamentos (495 millones) y las pérdidas de productividad (8.000 millones).
La investigación también destaca que la soledad no deseada se concreta, entre las personas que la experimentan, en aproximadamente un 3% de los años de vida de buena salud totales entre los españoles mayores de 15 años. Y valora en 848 las muertes prematuras ocasionadas en 2019 por esta causa, con una pérdida de 6.707 años de vida productiva y más de 191 millones de euros en términos de productividad.
Para Berta Rivera, catedrática de economía de la Universidad de A Coruña, una de las investigadoras de este proyecto:
“Una persona en situación de soledad no deseada tiene más enfermedades, un mayor factor de riesgo asociado a tener enfermedades mentales o una muerte prematura, un mayor uso de recursos sanitarios y un mayor consumo de medicamentos. Con toda esta evidencia, parece obvia la importancia de cuantificar estos efectos desde un punto de vista económico”.
¿Quiénes son por edades los más afectados? Los jóvenes entre los 16 y 34 años (38,4%), a distancia de los mayores entre los 65 y 74 años que son el grupo etario que en menor medida la padecen, aumentando su incidencia a partir de los 75 años (12%)
Así se puso de relieve, también, en una investigación publicada en 2010 por Julianne Holt-Lunstad, Timothy B. Smith y J. Bradley Layton, quiénes al analizar 70 trabajos científicos sobre este hecho social, que incluía a 3,4 millones de personas, constataron que los mayores niveles de soledad se dan entre los adolescentes y adultos jóvenes, disminuyendo a los inicios de la adultez y durante la mediana edad, recobrando fuerza en la vejez[3]. Las publicaciones del National Social Life, Health and Aging Project de la Universidad de Chicago confirman lo anterior[4].
En las encuestas Delphi y diversas prospecciones del Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales de la UNED, creado en el año 1995, una de las tendencias fuertes de cara a las próximas décadas será el aumento de la soledad en los países más avanzados, en los que, como bosquejamos al comienzo de estas líneas, su población transita desde “sociedades del cara a cara” hacia sociedades paralelas: las del cálido abrazo y las distantes y frías que ofrecen las pantallas de cristal líquido o similares (si bien son, sin duda, espacios de socialización y conocimiento personal).
Nuevos tipos de relaciones para los nuevos tiempos, que ya están instalados entre nosotros desde hace décadas, pero que progresivamente toman el terreno, por ejemplo, en comparación con las formas en las que personas de mi generación establecíamos relaciones afectivas. Si bien, y si me permiten la licencia, estimo denotan la naturaleza de los cambios acaecidos en tan poco espacio de tiempo temporal, en la línea analítica del precitado Ulrich Beck.
Es sintomático, ante este panorama de sociedades con marcados rasgos de individualización y de sociedades duales (realidad versus virtualidad), que los individuos se presenten como átomos sociales, aislados y “escondidos” en sus fortalezas secretas. Y que según una encuesta de la plataforma global Appinio y la compañía Spark Networks la forma más habitual de conocer a personas sea a través de las redes sociales (37%). Subrayándose que el 21% utiliza aplicaciones móviles y web de citas para “encontrar pareja” (Tinder (47%), Badoo (36%) y Meetic (11%) son las más frecuentadas entre los españoles).
A la luz de lo expuesto anteriormente y las recientes correspondencias relacionales, mi conclusión es que la soledad acecha con fuerza, no existiendo una verdadera conciencia social sobre lo que es una de las “epidemias” sociales del siglo XXI. Una epidemia, que está invisibilizada, ocasionando un extraordinario sufrimiento a personas en todas las edades y condición. Las autoridades deberían adoptar medidas urgentes de intervención pues en este mundo de identidades múltiples frágiles, no parece verosímil la construcción de itinerarios vitales que provean de felicidad a la ciudadanía.
Recordarles que hace unos días ha visto la luz en español el libro Una buena vida, firmado por los doctores Robert Waldinger y Marc Schulz, fruto de una investigación sobre la felicidad, iniciada hace 80 años en la Universidad de Harvard, entre cuyas conclusiones quiero destacar- y cito literal- las palabras de sus autores:
“Entre los muchos predictores de la salud y la felicidad, desde una buena dieta y ejercicio hasta el nivel de ingresos, una vida con buenas relaciones destaca por su potencia y consistencia”.
Y, como he tratado de exponer, la soledad conlleva déficit en el ámbito de nuestras querencias y afectos y es incompatible con vivir pedacitos de felicidad.
De ahí que acometer medidas preventivas contra la soledad es una obligación como sociedad, existiendo un proyecto gubernamental para poner en marcha una estrategia nacional contra la soledad, que permitiría tratar tan compleja realidad que genera tanto y tan profundo dolor y malestar entre los que anidan, su día a día, bajo su yugo.
Decía D. Antonio Machado:
“Poned atención: un corazón solitario no es un corazón”.
Hagamos lo posible para que todos corazones latan acompasados al ritmo de la ilusión…
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[1] Joan Gené-Badia, Marina Ruiz-Sánchez, Núria Obiols-Masób, Laura Oliveras Puigc y Elena Lagarda Jiménez, “Aislamiento social y soledad: ¿qué podemos hacer los equipos de atención primaria?”, Atención Primaria, 2016, 48 (9), págs. 604
[2] Véase, https://www.soledades.es/
[3] Julianne Holt-Lunstad, Timothy B. Smith, J. Bradley Layton, “Social Relationships and Mortality Risk: A Meta-analytic Review”, Plos Medicine, Julio 2010. http://journals.plos.org/plosmedicine/article?id=10.1371/journal.pmed.1000316
[4] Véase, https://www.norc.org/Research/Projects/Pages/national-social-life-health-and-aging-project.aspx