Este artículo pretende responder a dos cuestiones. Por un lado, como el gobierno con la gestión más socialdemócrata de la historia y en un momento de expansión económica ha encarado el veredicto de las urnas con el pronóstico en contra, estando a muy poco de ser desalojado del poder por una alianza post-electoral de las derechas, y por otro, como se ha logrado remontar y derrotar a las encuestas y a las expectativas.

El resultado

La victoria política y moral del 23J ha sido para el PSOE. Dado por seguro perdedor tras la importante merma de poder territorial en las elecciones autonómicas y locales del 28 de mayo por la derecha periodística y política, y por multitud de sondeos, el Partido liderado por Pedro Sánchez ha obtenido un millón de votos más y ha subido cuatro puntos porcentuales, del 28 al 32 por ciento, quedándose a un solo punto porcentual del PP.

Pero sobre todo, se ha logrado frenar una alianza de gobierno del PP con la ultraderecha de Vox, al no sumar entre los dos la mayoría absoluta de escaños, ni siquiera con el concurso de Coalición Canaria y Unión del Pueblo Navarro. Y ello a pesar de que la formación liderada por Feijóo ha sido la más votada (33 por ciento de los votos) y la que ha obtenido un número más alto de escaños (136, con tres millones de votos más), frente a los 122 del PSOE.

Sin embargo, es el candidato socialista el mejor situado para construir una mayoría de gobierno, junto a Sumar (31 escaños) y con el apoyo de las formaciones nacionalistas e independentistas. No es un detalle menor que Vox haya perdido 19 escaños en estas elecciones.

Imagen socio-electoral del país

 El resultado electoral muestra prácticamente un empate en votos entre los dos bloques ideológicos de ámbito nacional, con una ligera ventaja para el de la derecha y la ultraderecha (11,104,557 votos para PP y Vox) respecto de la suma de PSOE y Sumar (10,774,057), a falta de añadir los votos de los españoles residentes en el extranjero, y sin complicar la contabilidad con los votos de las formaciones nacionalistas e independentistas que las hay de todos los colores.

Con todo, las derechas se han quedado sin opciones de gobernar. Unas derechas que han acusado su fragmentación en dos fuerzas (a pesar de haber absorbido el PP la práctica totalidad del voto de Ciudadanos) y los populares sobre todo, afectados de un fuerte síndrome “M30” incapaces de entender el carácter diverso de España, y renunciando a ser relevantes en Cataluña y País Vasco, nacionalidades en las que los socialistas han sido la fuerza más votada. En este sentido, es muy significativo la fuerte caída del voto a formaciones independentistas en Cataluña, prácticamente dando por muerto y enterrado el “procés” desde el punto de vista social (más allá de lo que pueda reclamar “Junts” a cambio de cooperar en la gobernabilidad de España).

Por otro lado, tenemos en cuenta que España es fundamentalmente un país de clases asalariadas, en el que el PSOE es el partido más antiguo de la nación (casi 145 años de historia), protagonista de todas las fases de nuestra historia política reciente (Dictadura de Primo de Rivera, República y Guerra Civil, Dictadura de Franco, Transición a la democracia y elaboración de la Constitución, período post-1978), que más años ha gobernado en democracia (25 de 44 años a contar desde las primeras elecciones con Constitución aprobada), sentando las bases del moderno Estado del Bienestar y de nuevos derechos de ciudadanía, con incorporación a Europa incluida, cuya marca e iconografía (el puño y la rosa) es tan conocida como la de la Coca-Cola, y que además ha dado como resultado del último gobierno cifras récord de empleo (más de 21 millones de personas afiliadas de la Seguridad Social), subida del salario mínimo de 730 a 1080 euros, revalorización de las pensiones conforme al IPC, y una inflación del 2 por ciento (la más baja de Europa), y todo ello tras la pandemia del coronavirus y la guerra de Ucrania, cabe preguntarse: ¿Cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Cómo es posible que un gobierno con esta obra social y económica, y tras una sola legislatura, haya estado muy cerca de ser relevado por las derechas, lo que habría sido la primera vez que sucede en democracia? La respuesta corta es: el triunfo de la comunicación política negativa. Al mismo tiempo, ¿Cómo se ha evitado en el último momento? La respuesta corta es: por el desarrollo de la precampaña y campaña electoral.

Antecedentes de la campaña

 Puede decirse que la campaña electoral de la derecha periodística y política arranca prácticamente al inicio de la legislatura anterior en enero de 2020, al caracterizar desde el minuto uno a Pedro Sánchez de presidente “ilegítimo” por ser investido con la abstención “constructiva” de Esquerra Republicana de Catalunya y de EH Bildu, y haber incluido a ministros de Podemos e Izquierda Unida en el gobierno.

La campaña de deslegitimación y desprestigio de Sánchez fue a más durante el transcurso de la legislatura, según se iban aprobando leyes con el concurso de formaciones nacionalistas e independentistas, mostrando que el PP carecía de un mínimo sentido de Estado incluso durante la pandemia, período en la que siguió haciendo una oposición destructiva junto con Vox. Según el relato de las derechas, el llamado “sanchismo” consistía poco más o menos que en vender la unidad nacional a cambio de votos en el Congreso y de seguir en el poder a toda costa, incorporando a los “filoetarras” e “indepes” a la dirección del Estado. Hacia el final de la legislatura se llegó a caracterizar al gobierno como “amigo” no solo de los terroristas (poca broma), sino también de violadores (a cuenta del error inicial de la ley conocida como del “sí es sí”) y de los okupas (a raíz de un bulo sobre un aumento desproporcionado de las ocupaciones ilegales de viviendas que no reflejan las estadísticas). La presidenta de la Comunidad de Madrid, Díaz Ayuso, resumió el espíritu de la precampaña del 28 de mayo con el vergonzoso lema de “Que te vote Txapote”, para escarnio de víctimas del terrorismo como Consuelo Ordóñez, hermana del político del PP Gregorio Ordóñez, asesinado por ETA.

Cierto es que la propaganda de las derechas no se construyó en el vacío absoluto (aunque casi): medidas como los indultos a los condenados por el “procés”, la derogación del delito de sedición, y el ablandamiento de la malversación crearon desconcierto en sectores moderados progresistas, mientras que la tardanza en corregir la ley del “sí es sí” alentó una campaña mediática de meses contra el gobierno.

Desde el punto de vista socialista, esta campaña de infundios y bulos era considerada como “ruido”, al que había que contrarrestar con la maquinaria implacable del BOE (unas doscientas leyes aprobadas) y los buenos datos sociales y económicos. Seguramente muchos en el campo progresista pensaron que los eslóganes y proclamas eran tan burdos que o bien no tendrían efecto o que serían contraproducentes.

Además, con relación a las elecciones autonómicas y municipales, se confiaba en la muy buena gestión y personalidad propia de presidentes como García Page, Fernández Vara, Ximo Puig, o Adrián Barbón, y alcaldes como Óscar Puente de Valladolid, Carlos González de Elche, Milagros Tolón de Toledo, Carlos Martínez de Soria, o Antonio Muñoz de Sevilla, sobre todo cuando el PSOE se dio cuenta del enrarecido clima nacional pocas semanas antes del 28 de mayo. En efecto, con carácter general estos candidatos o bien encabezaron la lista más votada o subieron en votos, pero no todos lograron conservar el gobierno, por la subida del PP, la suma con Vox, y el hundimiento de Podemos (el PSOE estuvo en el 28 por ciento, mismo porcentaje que en las generales de 2019).

Pero lo cierto es que la campaña de comunicación política de las derechas, planteando las elecciones del 28M como un plebiscito sobre Sánchez, no se contrarrestó eficazmente, además de que el PSOE aceptó entrar en este marco nacional que planteó el PP en ese momento de debilidad.

La resaca del 28 de mayo

Si bien el PSOE obtiene en el agregado un 28 por ciento de los votos en las elecciones municipales, en línea con las elecciones generales de 2019, éste se ve desbordado por el PP en muchos sitios, y pierde multitud de gobiernos por la alianza de los populares con Vox. A la falta de crecimiento del voto socialista se une la desmovilización de una parte del electorado de izquierda, con especial incidencia en Podemos. En cambio, el voto de derechas se había híper-movilizado para “echar a Sánchez”, aunque las elecciones no eran generales.

El golpe psicológico y político es tremendo, también por lo inesperado. Se pierden los gobiernos de Comunidad Valenciana, Baleares, Extremadura, Canarias, La Rioja, y Aragón, y las alcaldías de Sevilla, Valladolid, Toledo, etcétera. Entonces el presidente del gobierno toma una de las decisiones más arriesgadas y acertadas que se recuerdan en política: adelantar las elecciones generales al 23 de julio.

En primer lugar, Sánchez mandaba una señal ante sus alcaldes y presidentes de autonómicos de asunción de responsabilidades por un resultado negativo que era fruto de una clave nacional más que territorial. En segundo lugar, el presidente reconocía también una responsabilidad política ante la ciudadanía, para que pudieran ésta pudiera clarificar si en efecto deseaba cambiar el gobierno de la nación. En tercer lugar, se frenaba, a seis meses de las elecciones generales inicialmente previstas para diciembre, una previsible cascada de dimisiones de los líderes territoriales y los consiguientes procesos congresuales extraordinarios en el seno PSOE, así como el previsible desgaste de un semestre más al son de “Que te vote Txapote”. En cuarto lugar, se podría explotar electoralmente los pactos post-electorales entre PP y Vox para gobernar en varias autonomías.

La apuesta era no obstante arriesgada. El 29 de mayo el PSOE es un partido desmoralizado por la importante pérdida de poder territorial, mientras que el PP cuenta con el impulso de la victoria en los procesos electorales municipales y autonómicos, que constituye también para la derecha la derrota del “sanchismo”, según el marco del “plebiscito”.  Los socialistas, y la recién creada Sumar, cuenta con solo un mes y medio para dar la vuelta a las expectativas.

Arranca la precampaña: entra en escena Rodríguez Zapatero

Solo podemos especular sobre el propio estado de ánimo del presidente y candidato la semana del 29 de mayo, pero en todo caso no hay que olvidar que Pedro Sánchez había superado pruebas durísimas, dos primarias en el PSOE, el funesto Comité Federal del 1 de octubre de 2016, y la propia gestión de la pandemia.

Con todo, es innegable el papel decisivo que desempeña el expresidente Rodríguez Zapatero inmediatamente después del 28 de mayo para reactivar el ánimo del PSOE y pinchar la burbuja político-mediática del “antisanchismo”, con una serie de entrevistas en radio y televisión. Zapatero es seguramente el primero en darse cuenta de que en la campaña del 28M no se desmontaron activamente las mentiras e infundios de las derechas.

Así recuerda frente a los que sin sonrojarse dicen que ETA está en la dirección del Estado, que la banda fue derrotada bajo un gobierno socialista (el suyo) y que ya no existe, y que la participación de la izquierda abertzale en el juego democrático es lo que siempre se les reclamó en la época en que ETA mataba. También señala que España no se ha roto, al contrario, está más fuerte por la rebaja de la tensión en Cataluña. Zapatero pone de relieve también lo extraño de una campaña en la que no se habla de economía ni de empleo.

Segunda fase de la precampaña: Sánchez y el PSOE se activan. Los pactos PP-Vox

Con la burbuja desinflándose, se abría así el camino a que Sánchez iniciara su propio recorrido por los medios para explicar sus decisiones, incluyendo las más controvertidas, y a todo el PSOE a hablar de lo suyo: salarios, pensiones, crecimiento, inflación, lucha contra el cambio climático. Temas verdaderamente importantes y ganadores. Cambia así la dinámica de la campaña, aunque la mayoría de las encuestas (muchas orientadas a generar un clima de victoria inevitable para el PP) no lo captan, salvo el CIS.

El PP, carente de programa e imposibilitado para criticar el balance económico y social del gobierno, vuelve a plantear la campaña de las generales en clave del antisanchismo, una de cuyas características definitorias sería la falta de respeto a la verdad (no por mentir sobre datos de la realidad sino por cambiar de posición o no cumplir determinadas promesas). Esto se volverá en su contra como veremos. Por otro lado, Feijoo había ganado en Galicia la primera vez con la artimaña de criticar al presidente Pérez Touriño por su coche blindado, de ahí que se redoblan los mensajes negativos sobre… ¡el Falcon presidencial! Llegan a montar uno en el centro de Madrid. Pero el discurso antisanchista empieza a aparecer demodé y cansino. Las novedades discursivas son de corte trumpista y anti-institucional, impropias de un partido “de estado”: bulos sobre baja participación (supuestamente buscada por el PSOE) por votar en  verano, mesas electorales que no podrían constituirse, dudas sobre el voto por correo…hasta el mismo día de la votación la avería en un túnel ferroviario se imputa también al gobierno, dedicado a impedir que unos pocos miles de madrileños pudieran llegar a la capital para votar (al PP y Vox, claro está)…

Hay además un nuevo  y determinante factor: Feijoo no establece una orientación clara para la formación de los gobiernos autonómicos. Al PP le habría convenido en realidad prolongar las negociaciones a propósito con Vox y no formar ninguno antes del 23 de julio para no dar munición a la izquierda, de paso demostrando resistencia a ceder a la ultraderecha, reforzando su perfil con el electorado moderado. Pero no es capaz de fijar esta línea, de modo que Mazón llega a un pacto aprisa y corriendo con Vox, dándole cultura y vicepresidencia a un torero franquista y cediendo al lenguaje ultra (“violencia intrafamiliar”). En Extremadura María Guardiola dice que de ninguna manera meterá a la ultraderecha en el gobierno, para luego comerse literalmente su palabra obligada por Feijóo (que ironías de la vida, el mismo día decía que nada había más importante en política). En todo caso los primeros ejemplos de censura cultural y contra la comunidad LGTBI empiezan a surgir en los Ayuntamientos en manos de PP-Vox. El discurso de PSOE y Sumar que alerta del peligro de involución ya no es una mera e inercial alerta antifascista; tiene base en la realidad.

Pero los socialistas son conscientes de que no hay que elevar a Vox a rival directo so pena de reforzar el voto útil al PP para que no dependa de la ultraderecha. No era un equilibrio fácil de alcanzar, de hecho no se logró siempre, de ahí que hacia el final Zapatero recuerda que Vox es una “liebre falsa” y que el rival a batir es un PP asilvestrado y derechizado, sin más programa que la descalificación y los eslóganes faltones.

La campaña electoral

 La campaña electoral no se presentaba mal para el PSOE a pesar de las encuestas, por lo explicado en los dos apartados precedentes. Pero el primer y único cara a cara entre Sánchez y Feijóo, celebrado al principio de la misma, no sale como esperado, también por el consabido error de permitir inflar las expectativas en favor del presidente del gobierno. Las encuestas sobre el debate dan como ganador al líder del PP que coge impulso también gracias a la cajas de resonancia mediáticas.

El PSOE pierde momentáneamente moral, salvo Pedro Sánchez que hace gala de su conocida capacidad de resistencia, incrementando apariciones en medios (incluyendo formatos jóvenes y de gran audiencia como “La pija y la quinqui”) y en mítines. El propio Zapatero multiplicará su presencia en actos públicos y medios, hasta la víspera de la jornada de reflexión.

Ya partir del miércoles de la primera semana de campaña los socialistas empiezan a ir de menos a más. El propio cara a cara siembra el colapso de la campaña del PP, pues en los días siguientes varios medios empiezan a poner de relieve las mentiras de Feijóo vertidas en el debate (primer impulso). El jueves, en el debate de todas las fuerzas parlamentarias se habla más de programas (lo que no favorece ni al PP ni Vox), mientras que el socialista Patxi López traslada mensajes claros y de calado político (segundo impulso). El lunes de la segunda y última semana de campaña se produce el gran punto de inflexión de la campaña electoral: el desmontaje en directo de dos mentiras de Feijóo durante su entrevista en RTVE por la periodista Silvia Intxaurrondo, relativas a la actualización de las pensiones de acuerdo con el IPC y el falso teletipo sobre la falta de cooperación de Sánchez con la investigación de Pegasus. Queda pues en evidencia quien decía que nada era más importante que la verdad en política. Además, se comporta con arrogancia ante las preguntas de la periodista, que luego es sometida a una feroz campaña de ataque del PP en los días siguientes. En los que el corte de la entrevista se viraliza en las redes sociales (tercer impulso). El miércoles se produce el debate a tres en RTVE con la incomparecencia de Feijóo. Difícil ganar un debate al que uno se ausenta. Es el gran perdedor, junto a Abascal, quien se muestra incapaz de dar un solo dato o evidencia para justificar sus soflamas. Sánchez se muestra contundente, propositivo, e institucional, permitiendo a Yolanda Díaz dar unos buenos golpes de efecto (cuarto impulso). El remate final llega el viernes, último día de la campaña, en la que Feijóo en una entrevista dice que cuando conoció a su amigo Marcial Dorado era contrabandista pero no narcotraficante (habría que suponer para alivio general), y se conoce el pacto entre PP y Bildu en Vitoria para repartirse las presidencias de las comisiones (quinto impulso). En conclusión, el PSOE acaba la campaña en alto (expresado en el clima de euforia y amplia asistencia al mitin de cierre en Getafe), mientras que el PP cierra una última semana de campaña catastrófica.

Esa misma semana miles de militantes del PSOE realizan repartos de propaganda electoral en los barrios de toda España, activando el voto y confirmando el cambio de clima en favor de la izquierda.

Lecciones

Nunca unas elecciones están perdidas o ganadas de antemano. Cuenta mucho la moral, la estrategia, la consistencia del mensaje, y aprovechar los errores del contrario. El PSOE ha sido capaz de rearmarse con todos esos elementos en poco tiempo. Tampoco hay que fiarse de las encuestas, muchas de ellas encargadas para construir opinión.

Al mismo tiempo, la mera gestión, por buena que sea, no es suficiente para ganar las elecciones. Hay que contrarrestar a los bulos y mentiras desde el minuto uno, pinchando las burbujas político-mediáticas de raíz. Asimismo, hay que trasladar los logros del gobierno durante toda la legislatura, pisando calle y haciendo una suerte de campaña “electoral” permanente. De este modo se rellena el marco, vaciado de la intoxicación, con la “venta” del balance de la gestión y las propuestas, siempre el punto de fuerte de la socialdemocracia.

El liderazgo de Feijóo queda en entredicho, por obtener un resultado que le impide gobernar (tras haber inflado las expectativas) pero también por su mal desempeño en la campaña electoral. Su llamado a que gobierne la fuerza política más votada carece de entidad y credibilidad: por un lado el sistema político es parlamentario y no presidencialista, y por otro, la mera evocación de los nombres de Ayuso, Martínez Almeida, Moreno Bonilla, Mañueco, Mazón, y Guardiola, por citar solo presidentes autonómicos, por sí misma conduce al oyente a la sonrisa. ¿Por qué ese principio de la lista más votada habría de valer para el gobierno de la nación pero no para las autonomías y los ayuntamientos?.

El liderazgo de Pedro Sánchez en cambio se refuerza, también en clave europea e internacional, parando la tendencia en la Unión de gobiernos de la derecha con la ultraderecha (Suecia, Finlandia, Italia) a menos de un año de las elecciones europeas. Además, podrá concluir sin ningún la presidencia española del Consejo de la UE.