La guerra en el Este de Europa requiere por un lado dar todo el apoyo posible al país intolerablemente agredido, salvo la intervención directa de la OTAN, pero incluyendo el reconocimiento de estados candidatos a la adhesión a la UE a Ucrania, Moldavia, y Georgia. Por otro, Europa tiene que reforzarse en el campo energético, migratorio, de seguridad y defensa, y político.

La Unión Europea ha respondido con rapidez y contundencia a la agresión de Putin a Ucrania. Por primera vez, y a propuesta del Vicepresidente de la Comisión y Alto Representante para la Política Exterior y de Seguridad Común, Josep Borrell, suministramos armamento a un país en guerra, al que consideramos socio y amigo, ante esta intolerable invasión. Las armas se financian con cargo un fondo intergubernamental, por valor de 450 millones de euros. Ciertamente las fuerzas armadas necesitan más apoyo, particularmente aviación de guerra, pero la fórmula de entrega es complicada.

Además, el presidente ruso y su ministro de exteriores, junto con diputados de la Duma, generales y oligarcas, han sido sancionados personalmente. Varios bancos rusos han sido expulsados de SWIFT, el sistema de comunicación de pagos más universal. Se ha congelado el 40 por ciento de las reservas del Banco Central ruso en el exterior, aproximadamente 252.000 millones de dólares. El efecto está siendo devastador en la economía rusa: cierre de la bolsa de Moscú, devaluación del rublo hasta el 30 por ciento, subida de tipos de interés del 20 por ciento, inflación del 10 por ciento, cajeros sin efectivo, control de capitales, tarjetas de pago que dejan de funcionar, y fuga de empresas. Sin embargo, Europa solo ha sacado del sistema SWIFT al 30 por ciento de los bancos, los que no operan en el sector de la energía, mientras que seguimos importando gas, petróleo, carbón y otras materias primas de Rusia. Con una fortísima tendencia inflacionaria (sobre todo de costes), la Unión se enfrenta a un dilema: perder competitividad empresarial y reducir la renta los hogares, o seguir financiando la maquinaria bélica rusa y sus crímenes de guerra (lo que debe llevar a Putin, sus generales y suministradores ante el Tribunal Penal Internacional). Biden ya ha frenado las importaciones estadounidenses de petróleo y gas ruso, pero sus porcentajes son muy inferiores a los de la UE, que importa el 45 por ciento de gas natural de este país y el 27 por ciento del crudo. De momento la Comisión ha propuesto reducir la dependencia energética de Rusia en dos tercios entre marzo y diciembre de 2022, pero este plazo parece inaceptablemente dilatado mientras Putin sigue bombardeando impunemente áreas residenciales, escuelas, y hospitales, masacrando civiles, mujeres y niños. La Unión debe encontrar rápidamente una alternativa a los suministros energéticos rusos, aun aceptando que puedan ser más caros a corto plazo, como el gas licuado proveniente del Golfo Pérsico y de América del Norte, y ampliar todo lo posible la importación de gas natural argelino (lo que también requiere a medio plazo ampliar la interconexión con Francia). Eso sí, la UE puede compensar a empresas y hogares ante la subida del precio de la energía con transferencias de renta, mediante un nuevo plan de recuperación financiado con eurobonos, y que también podría impulsar las inversiones necesarias para desarrollar las uniones de la energía y de la defensa.

En efecto, la Unión Europea nació de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial para hacer imposible una conflagración continental. Y en efecto, la UE nos ha dado la paz, el bien público transnacional más preciado a las naciones que la conforman. Pero una nueva guerra en Europa, a las puertas de nuestra Unión, pone en cuestión nuestra seguridad, nuestros valores, y el orden internacional surgido en 1945. Lo que nos obliga a reforzar nuestra Unión a todos los niveles. Si la pandemia nos ha dado la unión sanitaria, y un principio de unión financiera y fiscal, con el Plan de Recuperación y los 750.000 millones de euros provenientes de una emisión de deuda europea, la guerra debe, darnos la unión migratoria (el éxodo puede alcanzar hasta cinco millones de refugiados y no es aceptable que el recolocamiento obligatorio sean una tantum), la unión energética (fin de la dependencia de Rusia, reserva estratégica europea de energía, compra conjunta para abaratar precios, interconexiones, aceleración del Pacto Verde), la unión defensiva (activación de la defensa común prevista en el artículo 42.2 del Tratado de la Unión Europea), y una unión política federal (relanzando la Conferencia sobre el Futuro de Europa y convocando la Convención para la reforma de los Tratados) que otorgue plena legitimación democrática y parlamentaria a las nuevas iniciativas.