Introducción

Acaba 2021 y caben pocas dudas sobre el hecho de que cuatro de las grandes preocupaciones mundiales entre los científicos son las relativas a los riesgos del calentamiento global, a la inestabilidad económico-financiera deteriorada en mayor medida por la Covid-19, al incremento de las desigualdades y a los conflictos geopolíticos. Temas de consideración recurrente en esta Sección de Políticas de la Tierra.

Sobre el calentamiento global y sus consecuencias hemos tratado en el artículo de hace un mes, valorando el Pacto Climático de Glasgow, resultado de la COP26, y el mal futuro que nos espera con las políticas globales al respecto; empezando por cómo la recuperación del crecimiento económico está implicando mayores emisiones que no se logran frenar pese al incremento de precios registrado en el sector energético.

Sobre la estabilidad económico-financiera, su deterioro por la Covid-19, y los conflictos socio y geopolíticos implícitos, centrábamos el artículo de hace dos meses, siendo preciso comentar cómo la nueva variante ómicron, en una pandemia que está lejos de haber sido erradicada, ni convertida en epidemia normalizada, está incidiendo en cierres e interrupciones productivas que generan el mantenimiento de cuellos de botella y desajustes en los abastecimientos y transportes globales, así como continúa la fuerte incidencia de la inflación, que empieza a afectar a la denominada inflación subyacente de manera significativa, lo que está propiciando cambios en las políticas de los bancos centrales que, aunque anunciadas como graduales, implican una modificación de la tendencia en el soporte a las deudas públicas y privadas y en los tipos de interés ahora existentes.

Sobre las desigualdades volvemos a incidir en estas páginas aprovechando varios Informes de muy distinta naturaleza publicados en fechas más o menos recientes, pero con información relevante, tanto sobre el futuro que se nos avecina, como sobre las repercusiones políticas que estas desigualdades pueden llegar a generar.

El último informe publicado es el del World Inequality Lab(2021)[1], en este mismo mes, con un análisis actualizado de las desigualdades entre países y entre personas, globalmente y en el interior de cada país. El anterior informe al que nos referiremos es el del McKensey Global Institute[2], publicado el 15 de noviembre de 2021, donde muestra la desigual evolución del valor de los activos globales (fundamentalmente inmobiliarios) frente al PIB y frente a las inversiones en activos productivos que permitieran una mejora de la productividad de las empresas. También consideramos el libro y documentación del World Political Cleavages and Inequality Database[3] en relación a cómo las desigualdades influyen en las votaciones de los ciudadanos a la hora de elegir a sus representantes políticos. Y, por último, tendremos en cuenta, por su relevancia política, la última publicación de Gethin, A., Martínez-Toledano, C. y Piketty, T. (2021)[4].

La evolución de la desigualdad entre países y su incidencia en la desigualdad entre personas

El Informe señalado de The World Inequality Lab (2021) constata que se mantienen las dificultades para conocer en detalle los procesos de distribución de la renta, porque los países siguen sin particularizar esos procesos en sus análisis de la formación del PIB, pese a la reiterada demanda y clara utilidad socioeconómica y política que tendría el conocimiento detallado de dicha distribución.

En todo caso, como se viene constatando históricamente desde distintas fuentes, las diferencias en la renta per cápita entre países, homogeneizada por poder de compra ha disminuido sensiblemente en las dos últimas décadas, principalmente por el aumento en ingresos medios experimentado por países como China e India, con una dinámica de crecimiento de su PIB muy por encima de la media global.

En concreto, con datos del Fondo Monetario Internacional[5], es posible establecer indicadores básicos elementales de desigualdad en la renta per cápita media de los distintos países, homogeneizada por poder de compra, así como sobre los últimos datos, para 2020 y 2025, previstos por el mismo.

Como apreciamos, el Coeficiente de variación (cociente, en tanto por cien entre la desviación típica y la media correspondiente a la distribución), o la amplitud media entre la renta per cápita máxima y mínima respecto a la media, no han dejado de reducirse en el período 1980-2020, ni en la previsión que realiza el FMI para el 2025.

The World Inequality Lab (2021) también constata que las desigualdades globales entre países han disminuido, si bien la desigualdad entre personas dentro de los países ha aumentado en la mayoría de estos. Más en particular, señala que, aunque la desigualdad entre países incremento su influencia, entre 1820 y 1980, en la desigualdad global general (medida por el índice de Theil, tal y cómo se aprecia en la Figura siguiente) ésta disminuyó fuertemente desde entonces, tal y como se ha visto en la tabla anterior, representando, en 2020, aproximadamente un tercio de la desigualdad global entre individuos.

Aunque significativa esta consideración desde la perspectiva de un análisis global, en este artículo nos interesa más específicamente la desigualdad que puede generar tensiones dentro de los correspondientes países y, consecuentemente, afectar a la predisposición e influencia política en los mismos, aspecto particularmente tratado en la publicación de Gethin, A., Martínez-Toledano, C. y Piketty, T. (2021), citada en la Introducción, y en las discusiones generadas sobre la misma.

A este respecto, el Informe de The World Inequality Lab (2021) recoge los niveles de desigualdad en cada país, atendiendo a la relación entre los ingresos del 10% ´superior y el 50% inferior, según se aprecia en la Figura siguiente.

Constatamos el peso de Iberoamérica, el África Subsahariana y el sur de Asia en la distribución por países de la desigualdad de ingresos.

En todo caso, recordemos que Sen, A. (2010)[6] establece tres bases para el análisis de la desigualdad entre personas:

  • La desigualdad vital, referida a la salud y oportunidades de vida construidas socialmente, sobre la que la Covid-19 ha tenido, y sigue teniendo una importancia fundamental.
  • La desigualdad existencial, que hace referencia a la desigual distribución cultural con incidencia en la personalidad, la autonomía, la dignidad y el respeto, así como en la capacidad de autodesarrollo de cada persona, en gran parte condicionada por la anterior.
  • La desigualdad de recursos, más ligada a aspectos económicos y de disponibilidades materiales.

Por ello, una aproximación más correcta a las desigualdades entre países puede realizarse a través de los Índices de Desarrollo Humano (IDH) publicados por Naciones Unidas, que consideran variables ligadas, no sólo a la renta per cápita, sino también a factores de salud (esperanza de vida) o a la educación y condiciones ambientales y sociales, destacando en ese sentido la relación entre dicho IDH y la población que vive por debajo del umbral de pobreza, datos disponibles para 2018, que se reflejan en la Figura siguiente.

También tiene importancia destacar cómo la Covid-19 podría influir finalmente sobre esta distribución, al frenar la caída tendencial de la población por debajo del umbral de pobreza (se espera que, por primera vez en los últimos años dicha población se incremente como consecuencia de la Covid-19, disminuyendo –también por primera vez- el IDH medio global, desde que éste se calcula (1991), según se aprecia en la Figura siguiente.

La evolución en la desigualdad entre personas y la concentración de la riqueza.

The World Inequality Lab (2021) señala que las desigualdades personales han seguido aumentando significativamente dentro de los países, lo que lleva a que las desigualdades personales globales hayan seguido creciendo medidas a través de la relación entre los ingresos promedios del 10% con mayores ingresos (unos 517 millones de personas adultas) que reciben, en 2021, el 52% del ingreso mundial, y el 50% de menores ingresos (unos 2.500 millones de personas adultas) que reciben, en 2021, el 8,5% del ingreso mundial, con una evolución histórica que se aprecia en la Figura siguiente, donde también destaca cómo las mayores variaciones en la distribución personal de los ingresos se producen en el trasvase de ingresos entre las clases medias (40% intermedio) y el 10% de mayores ingresos.

Tal y como se aprecia en la Figura anterior, el 10% de los ingresos más altos a nivel mundial acumula siempre alrededor del 50-60% de los ingresos mundiales, entre 1820 y 2020 (55% en 2020), mientras que el 50% de los ingresos más bajos acumula, normalmente, menos del 10% desde 1870 (7% en 2020). La desigualdad global siempre ha sido muy grande y las señaladas clases medias, que la OCDE ha venido identificando como las que registran del orden del 40% de los ingresos medios, han sido el reverso de la evolución de los ingresos del 10% superior, empeorando su situación entre 1970 y el año 2000, y con una cierta mejora entre el 2000 y el 2020, fundamentalmente por el señalado incremento de la renta media en países como China o India. En todo caso, el Informe destaca que la diferencia entre el ingreso personal medio de las personas incluidas en el 10% superior y el de las personas incluidas en el 50% inferior ha pasado de 8,5 veces a 15 veces como consecuencia del fuerte aumento de las desigualdades dentro de los países manteniendo un mundo gravemente desigual.

Esta distribución histórica de los ingresos ha llevado –según el citado Informe- a que las desigualdades mundiales de riqueza neta de los hogares[7] sean mayores que las desigualdades de ingresos, ya que la mitad más pobre de la población mundial apenas posee el 2% del total de la riqueza, frente al 10% más rico, que posee el 76% de toda la riqueza mundial.

La explicación que proporciona The World Inequality Lab (2021) es que la mitad más pobre de la población tuvo unas tasas de crecimiento anuales entre el 3% y el 4%, entre 1995 y 2021, pero aplicadas a niveles de riqueza muy bajos, capturando sólo el 2,3% del crecimiento total de la riqueza mundial generada desde 1995. Sin embargo, el 1% más rico tuvo tasas de crecimiento de entre el 3% y el 9% anual, captando el 38% del crecimiento de la riqueza total entre 1995 y 2021. Esta situación fue particularmente beneficiosa para los multimillonarios del mundo incluidos en el citado 10% más rico, que aumentaron su participación en la riqueza global, desde el 1%, en 1995, a casi el 3,5% de la riqueza total de los hogares en 2021, con una distribución del crecimiento, entre 1995 y 2021, que se aprecia con detalle en la Figura siguiente.

La Figura destaca tres procesos característicos del período analizado: El aumento de la denominada clase media en países como China, India o Brasil; El deterioro de la situación de la clase media en los países desarrollados, en gran parte generada por la deslocalización asociada a la globalización; y la concentración de la riqueza en los artífices del crecimiento financiero-especulativo, propietarios de acciones e inmuebles beneficiados por la citada especulación.

En ese sentido, la obra citada del McKensey Global Institute (2021) señala que el patrimonio neto mundial[8] se ha triplicado desde el año 2000. Pero este aumento refleja principalmente ganancias por revaloración de los activos reales, especialmente los bienes raíces, más que incrementos asociados a las inversiones en activos productivos (que impulsen las economías), poniendo en cuestión la eficiencia con que se está utilizando la riqueza global después de dos décadas de turbulencia financiera y más de diez años de fuerte intervención de los bancos centrales, incrementada aun en mayor medida por la Covid-19.

Como se aprecia en su Figura siguiente, en diez países que representan alrededor del 60 por ciento del PIB mundial (Australia, Canadá, China, Francia, Alemania, Japón, México, Suecia, Reino Unido y Estados Unidos), el vínculo histórico entre el crecimiento del patrimonio neto y el crecimiento del PIB ya no se mantiene, porque mientras el crecimiento del PIB ha sido reducido durante las últimas dos décadas en las señaladas economías avanzadas, el patrimonio neto de las mismas se ha triplicado, en gran parte por el incremento del precio de los activos y, en mucha menor medida –frente a lo que cabría esperar- de los ligados a la creciente digitalización de la economía. De hecho, ha sido la revalorización de los activos del sector inmobiliario, que en 2020 representaron dos tercios del patrimonio neto, los que explican mayormente esa divergencia entre PIB y patrimonio neto.

Otros activos fijos que podían impulsar en mayor medida el crecimiento económico representan solo alrededor del 20 por ciento del total. Además, los valores de los activos son ahora casi un 50 por ciento más altos que el promedio a largo plazo en relación con los ingresos. Y por cada $ 1 en nueva inversión neta durante los últimos 20 años, los pasivos totales han aumentado en casi $ 4, de los cuales aproximadamente $ 2 son deuda.

The World Inequality Lab (2021) recoge también la evolución de la riqueza (suma de todos los activos financieros y no financieros netos de deudas) tanto privada como pública, mostrándose, en la Figura siguiente, su evolución para algunos países ricos (incluida España) en la que se aprecia el fuerte crecimiento constante del patrimonio privado (aunque no podemos olvidar la anterior fuerte desigualdad entre el 10% más rico y el 50% más pobre), a la vez que la deuda pública acumulada en estos países ha dado lugar a valores negativos de su patrimonio público, como porcentaje de su renta nacional, para 2020, como efecto del alto endeudamiento generado por las medidas públicas establecidas para proteger a la población de los efectos de la Covid-19.

Las causas de la desigualdad y las opciones políticas para lograr la igualdad de oportunidades.

Hemos constatado que las diferencias en los ingresos dentro de cada país y la concentración de la riqueza financiera e inmobiliaria no dejan de aumentar en las últimas décadas en el mundo.

La desigualdad de ingresos está asociada a la degradación de las condiciones de trabajo o a la falta del mismo, que conducen a una peor situación relativa, situando a muchos trabajadores y parados (incluidos muchos de los que en los países emergentes habían ascendido en su país al grupo del 40% de ingresos medios) en el umbral de pobreza.

En concreto, la Organización Mundial del Trabajo (OIT)[9], recogía, en su Informe de 2020, los datos de la Tabla siguiente.

Y señalaba, en el Informe citado, que los más desfavorecidos y probablemente más afectados por la Covid-19 serían:

  • Las personas con problemas de salud o de edad avanzada, con mayor riesgo de padecer graves problemas de salud. Los trabajadores de más edad son asimismo más vulnerables en el plano económico.
  • Los jóvenes, que deben afrontar un elevado índice de desempleo y subempleo, y son más vulnerables frente a una disminución de la demanda de mano de obra, como se constató a raíz de la última crisis financiera mundial.
  • Las mujeres, porque del orden del 59% de las mujeres que trabajan en todo el mundo lo hacen en el sector terciario (en particular el de los servicios) que es el más afectado. Además, las mujeres tienen menor acceso a servicios de protección social y soportan una carga laboral desproporcionada en la economía asistencial, en particular en el caso de cierre de escuelas o de centros de atención.
  • Los trabajadores sin protección social, en particular los trabajadores por cuenta propia, los ocasionales y los que llevan a cabo una labor esporádica en plataformas digitales, especialmente susceptibles de verse afectados por el virus al no tener derecho a bajas laborales remuneradas o por enfermedad, y estar menos protegidos en el marco de los mecanismos convencionales de protección social, u otros medios de compensación de fluctuaciones de ingresos.
  • Los trabajadores migrantes, particularmente vulnerables a los efectos de la crisis del Covid-19 que restringirá su capacidad para desplazarse a su lugar de trabajo en sus países de acogida y para regresar con sus familias.

Las crecientes desigualdades generadas hasta antes de 2020 y la fragmentación social que las venía acompañando no sólo han agravado los efectos producidos por el Covid-19 al no disponer de un sistema sanitario y una estructura socioeconómica resiliente a una posible pandemia, sino que la pandemia y las medidas adoptadas para combatir sus efectos sobre el sistema sanitario y sobre la salud ciudadana están afectando de forma más negativa e intensa a las personas con menores recursos y en riesgo de pobreza, ampliando las desigualdades sociales y dando lugar a una creciente fragmentación social, en la que destaca el aumento del desempleo y la degradación de las condiciones de acceso al trabajo, sumándose a los efectos sobre los empleos o los salarios derivados de la Revolución Científico Técnica (y particularmente a la digitalización y automatización/robotización), como hemos tenido ocasión de apreciar en otros artículos de esta Sección, incidiendo fundamentalmente sobre los jóvenes y las mujeres, entre los que ha crecido la desilusión y la crispación.

La mayor parte de la clase media de los países desarrollados, formada en gran parte por pequeños empresarios y profesionales, muchos de ellos “autónomos”, ha visto empeorar su situación como efecto de la crisis asociada al Covid-19. Aunque sus efectos han sido más negativos sobre los trabajadores informales, mayoritarios en gran parte de los países en desarrollo, con ingresos entre 1,9 y 5,5 dólares diarios, incorporados en las estadísticas oficiales a la clase media, pero que ahora es probable que vuelvan a caer en la pobreza extrema, incrementando el porcentaje de población global en esa situación de pobreza extrema, en cifras que se estiman por encima del 7%, revertiendo muchos años de reducción en dicha pobreza extrema.

Por el contrario, el 1% de mayores ingresos, sigue aumentando estos como consecuencia de las mejoras en cotizaciones y beneficios/ingresos derivados de los “estímulos” públicos aportados a la supervivencia de las grandes multinacionales y empresas. E igual sucede, aunque en menor medida, con el 10% de ingresos superiores, formado por los gerentes, funcionarios y profesionales de la clase media alta, que han experimentado una crisis relativamente leve, manteniendo sus salarios y teletrabajando. La consecuencia final es el señalado incremento de las desigualdades entre ingresos y la aceleración de los procesos de concentración de la riqueza.

La consecuencia final es que los países están experimentando una creciente polarización, una erosión de la confianza en los gobiernos y un malestar social por el incremento del empobrecimiento, desempleo e incremento de las desigualdades que se están sumando al resto de factores desestabilizantes citados en la Introducción.

En este marco, es creciente la constatación de que la población desfavorecida –y muy en particular, los jóvenes- exigen políticas que proporcionen respuestas globales y estatales, que eviten incrementos en las contradicciones sociales de mayor magnitud, que reduzcan las desigualdades, garanticen unas condiciones de vida mínimas para todas las personas, y eliminen las brechas de acceso a los servicios de calidad para todos, a fin de asegurar una igualdad de oportunidades, a la vez que se fomenta una transición ecosocial.

Sin embargo, este proceso no está viniendo acompañado, de forma general, por un incremento del peso de los partidos políticos que defienden las políticas de redistribución de renta, con mayores prestaciones públicas (renta social) y medidas impositivas progresivas, fundamentalmente sobre la renta, pero también sobre donaciones y sucesiones, que serían el mecanismo idóneo para lograr un cierto acercamiento a la igualdad de oportunidades para todas las personas.

The World Inequality Lab (2021) revisa varias opciones de políticas para redistribuir la riqueza mostrando el efecto positivo de “un modesto impuesto progresivo sobre el patrimonio de los multimillonarios globales”, aunque olvida otras medidas sobre “donaciones y herencias” sobre las que un impuesto nulo para la riqueza media de cada país, y fuertemente progresivo para los niveles superiores, tendría una mucho mayor repercusión sobre la igualdad de oportunidades al nacer.

El Informe destaca que abordar los desafíos del siglo XXI no es factible sin una redistribución significativa de las desigualdades de ingresos y riqueza, recuperando políticas de aumento de tasas impositivas progresivas y pronunciadas, que fueron las que posibilitaron el surgimiento de los estados de bienestar modernos en el siglo XX, con incremento de los servicios públicos en salud, educación y oportunidades para todos.

Pero, obviamente, el desarrollo de estas políticas implica Gobiernos que abandonen las políticas neoliberales preponderantes, y opten por procesos de transformación que tengan en cuenta la necesidad de una trasformación socioeconómica radical (amén de tener en consideración la imprescindible transición ecológica y cambios radicales en la sociedad de consumo capitalista imperante).

El citado en la Introducción “Clivages politiques et inégalités sociales” de Gethin, Martínez-Toledano y Piketty, muestra la escasa respuesta política o resistencia popular al aumento de desigualdad y concentración de la riqueza que está caracterizando a la etapa financiero especulativa de la sociedad de consumo capitalista que nos viene caracterizando, presentando un incidencia política mayor en las democracias occidentales aspectos como la inmigración, la identidad nacional o la integración social que dichas desigualdades. Sus conclusiones principales se centrarían en que ya no es relevante la estructura de clases para explicar el sentido mayoritario del voto; y que, consecuentemente, son otros elementos sociopolíticos los que hay que considerar a la hora de proponer programas que viabilicen la que hemos definido en otros artículos de esta sección como imprescindible transición ecosocial.

Es evidente que las socialdemocracias europeas clásicas han mantenido, hasta cierto punto, su carácter popular, con votos muy ligados a los niveles de educación e ingresos, aunque se constata que no siempre predominan políticamente entre la clase trabajadora. Los nuevos partidos europeos que podrían considerarse de izquierda radical tienen una importante aceptación por parte de la población de altos niveles de educación y en ciertos segmentos de la juventud. Los partidos verdes, también compiten en los votos de jóvenes e intelectuales cuestionando la actual dinámica de una sociedad globalizada de consumo capitalista que está poniendo en cuestión los ecosistemas y generando dinámicas de calentamiento global que son objetivos fundamentales de sus políticas, si bien el tema de las desigualdades suele tener un carácter muy secundario en ellos.

Pero una parte significativa de la clase trabajadora y de los socialmente desfavorecidos no se sienten representados o identificados con este amplio bloque de “izquierda” (socialdemocracia, izquierda radical o verdes) porque sus opiniones o intereses consideran que, en la práctica, sólo son tenidas marginalmente en cuenta, lo que ha favorecido su apoyo al populismo de extrema derecha y el crecimiento del voto a personajes como Trump o Le Pen, y el control de gobiernos, en Hungría, Países Bajos, Polonia, Austria, etc., que en algunos casos están cuestionando las bases estructurales de la democracia y de la división de poderes, con el apoyo de una amplia población decepcionada por los resultados de gobiernos, más o menos socialdemócratas, que giraron a políticas, en algunos casos impulsadas desde la propia Unión Europea, neoliberales y globalizadoras (favorecedoras se los intereses de las grandes multinacionales) con graves perjuicios para los trabajadores y las expectativas de jóvenes y mujeres, que optaron por medidas populistas nacionalistas y xenófobas.

Entre los electorados no europeos el libro (págs. 87 y sucesivas) señala cuatro patrones de comportamiento: en el primero, sí tiene peso la diferenciación socioeconómica (Argentina o ahora Chile y, en general, Latinoamérica) o lo tiene esta diferenciación entrelazada con divisiones étnicas o regionales; en el segundo, las diferenciaciones socioeconómicas parecen ser insignificantes, o marginales, siendo determinantes las diferencias culturales, étnicas o religiosas; en el tercero, resaltan la importancia de patrones “multiconflictivos” de diferenciación política; y, por último, en el cuarto, la historia y evolución del propio estado (ejemplo paradigmático de Japón) hacen que exista una débil relación entre las votaciones y la estructura socioeconómica.

No obstante, destacan el papel de la educación y del género en los resultados democráticos, con una incidencia en la mayoría de las democracias occidentales, tanto de intelectuales como de las mujeres, hacia el voto al bloque de “izquierda” señalado. En todo caso, en la sociedad actual parece detectarse un peso creciente de los conflictos estructurales y coyunturales presentes en los resultados de las distintas votaciones, con una importancia subordinada de las desigualdades de ingreso y patrimonio, respecto a dichos conflictos sentidos e identificados por la población en cada momento del tiempo.

Da la sensación de que sólo conflictos puntuales que den lugar a procesos de “agitación social masiva”, como el acontecido en Chile, pueden llegar a producir cambios significativos que alteren la distribución de ingresos o riquezas de forma significativa; o que, en última instancia, obliguen a medidas de transición ecosocial que cuestionen los fundamentos de la sociedad de consumo capitalista actual.

Es evidente que esos procesos de “agitación social masiva” se han ampliado radicalmente con las redes sociales y con una población separada de partidos o de zonas de influencia estructurales. Aunque cada vez es más dependiente de una esfera pública dominada por tecnologías de control y manipulación social, dominadas por intereses ligados al mantenimiento del sistema, cuya capacidad de intervención se va asociando a gobiernos populistas de extrema derecha, con un poder más férreo en la mayoría de la población del planeta, siendo Asia y el Extremo Oriente –aunque no sólo- paradigmas de este tipo de evolución.

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[1] https://wir2022.wid.world/www-site/uploads/2021/12/WorldInequalityReport2022_Full_Report.pdf

[2] McKensey Global Institute (2021).- “The Rise and Rise of the Global Balance Sheet”. Full Report. Final. November 2021, https://www.mckinsey.com/industries/financial-services/our-insights/the-rise-and-rise-of-the-global-balance-sheet-how-productively-are-we-using-our-wealth

[3] https://explore.wpid.world/

[4] Gethin, A., Martínez-Toledano, C, et Piketty, T. (2021).- “Clivages politiques et inégalités sociales: Une étude de 50 démocraties (1948-2020)”. París. 2021.

[5] https://www.imf.org/en/Publications/WEO/weo-database/2021/October/download-entire-database

[6] Sen, A. (2009).- “La idea de la justicia”. Taurus. 2010.

[7] La riqueza neta de los hogares la define como la suma de los activos financieros (p. Ej., Acciones o bonos) y activos no financieros (p. Ej., Vivienda o tierra) propiedad de individuos, netos de sus deudas.

[8] A nivel funcional, establece que el balance global tiene tres componentes que se entrelazan: el balance de la economía real, el balance financiero y el balance del sector financiero. Cada uno asciende a unos 500 billones de dólares, o el equivalente a unas seis veces el PIB.

[9] OIT (2020). https://www.ilo.org/global/topics/coronavirus/impacts-and-responses/WCMS_739398/lang–es/index.htm