‘El inicio de la primavera’ es la segunda obra de Penélope Fitzgerald que Impedimenta nos ofrece con la acertada y magistral traducción de Pilar Adón. El lector atento identificará de inmediato muchas de las características del estilo literario de la autora: el uso de la elipsis, la economía de medios, los guiños a la comedia social, el uso de una fina ironía y de una concepción moral del mundo.
Como elemento novedoso, en esta ocasión Fitzgerald se aleja del tradicional mundo inglés en la ambientación de la novela, llevándonos a la Rusia de principios del siglo XX; concretamente, un Moscú con aires de aldea a punto de entrar en la revolución. Frank, el protagonista, un joven empresario inglés que intenta llevar adelante una imprenta en Rusia, se despierta una mañana con la sorpresa de que su mujer –también inglesa- y sus tres hijos le han abandonado. En un giro muy fitzgeraldiano, la pregunta que inaugura la novela es: ¿Por qué le ha sucedido esto a Frank? ¿Por qué se ha marchado toda su familia para que luego, más tarde, regresen, asimismo sin dar explicaciones, sus hijos?
Al igual que sucedía en ‘La Librería’, la comedia social se asienta sobre una retahíla de personajes que rodean a Frank y que se encuentran tan atónitos como él: personajes grotescos e ingenuos, tristes y enloquecidos, ambiciosos y nobles. De fondo, Moscú y las vísperas de la revolución, pero también el frío, la nieve y el hielo en la proximidad de la primavera, símbolo de la esperanza y de la transformación.
Nunca, ni siquiera en los pasajes más sombríos de la novela, se puede decir que Penélope Fitzgerald sea una autora que reniegue de la esperanza. Nunca, tampoco, podemos decir que sea una escritora sin encanto. Hablar de esperanza y de encanto me parece un buen modo de definir esta novela que se lee con interés y agrado sumo.