Esta película nos da la oportunidad de ver las aventuras o desventuras de un asesino a sueldo en sus últimas semanas de vida. Con la peculiaridad de ser un asesino que no asesina. La historia trascurre entre carreteras, perros y pistolas. Y destaca, sobre todo lo demás, la forma de narrarla. De manera muy sorpresiva, y chocante durante los primeros minutos del relato, una voz en ‘off’ nos coloca en situación con los personajes y el contexto social y personal que viven. Ya transcurridos diez minutos el espectador se acostumbra para el resto de la cinta.
José Sacristán da vida en “El muerto y ser feliz” a Santos, un viejo asesino a sueldo que se embarca en un viaje a ninguna parte a lo largo de miles de kilómetros. Podríamos calificarla de comedia negra, pero sería algo aventurado. La película comienza en la última planta de un hospital de Buenos Aires, donde un español que ha echado media vida en Argentina se da cuenta de que se muere. Éste se escapa con un feliz cargamento de morfina y emprende un viaje hacia el norte. Un encuentro fortuito con una chica en la carretera (Roxana Blanco) produce una curiosa pareja, distintos no sólo en edad, terminan descubriendo sus puntos en común estableciendo un fuerte vínculo afectivo que les posibilita sobrellevar su dolorosa existencia.
Un relato, en momentos angustioso, conmovedor y realista que retrata la soledad en las sociedades urbanas en contrapunto con las rurales, sin pretender tomar posición a favor de una u otra. Otorga sin miramientos la responsabilidad a cada individuo en lo que le pasa, sin concesiones al determinismo implacable que algunos atribuyen al destino.
Con razón, más que fundada, nuestro Pepe Sacristán ha recibido el Goya como mejor actor y la Concha de Plata de San Sebatián por este excelente papel. Si ya era poco lo que le quedaba por demostrar a nuestro veterano actor, esta interpretación lo confirma como uno de los mejores actores vivos del injustamente denostado cine español.