Durante un cuarto de hora Joe Biden, megáfono en mano y subido a unos palés de madera, con una gorra del sindicato (UAW), mostró su apoyo a las reivindicaciones de los huelguistas del motor. “Manteneos firmes, es necesario un aumento salarial considerable, así como también otras ventajas”. “Walt Street no construyó este país, las clases medias construyeron este país, y los sindicatos construyeron las clases medias”.
Es la primera vez en la historia de los Estados Unidos de América en la que un Presidente protagoniza un acto así, y lo hizo en una planta de General Motors, en la ciudad de Belleville en Michigan.
Una huelga apoyada por el 72% de los votantes demócratas y el 48% de los republicanos, que muestra el resurgir del sindicalismo norteamericano, con triunfos recientes como el reciente acuerdo de guionistas, escritores y actores, tras más de 160 días de huelga que ha paralizado Hollywood, y que es el reflejo de los siete primeros meses de este año, con más de 300.000 trabajadores participando en huelgas. Es el período más conflictivo laboralmente desde 2019.
Es un intento de los trabajadores por aferrarse a la clase media de la que se ven expulsados, mientras que las compañías consiguen beneficios récord y pagan sueldos millonarios a sus primeros ejecutivos.
En el sector de la automoción arrastran tres años de pérdidas de poder adquisitivo por la elevada inflación, y por las concesiones que los trabajadores hicieron en plena crisis financiera, cuando la viabilidad de las grandes corporaciones estaba comprometida.
Esta huelga está permitiendo conocer las tremendas diferencias salariales en el sector. Un trabajador medio de Stellanis tendría que trabajar 365 años para acumular el sueldo de Carlos Tavares del año 2022, que cobró 19’2 millones de euros, cuando el sueldo medio de un trabajador en ese grupo es de 64.328 euros. Pero el responsable de G.M. gana 23’7 millones de dólares y un salario medio de esa compañía es de 80.000 dólares. En Ford sus directivos ganan 21 millones dólares y el salario medio es de 74.000 dólares año.
La subida del salario que platea el sindicato UAW del 36%, es la que han tenido los directivos durante los últimos cuatro años, en los que sus trabajadores solo habían conseguido aumentar un 6%, pese a la tremenda inflación.
Según diferentes analistas e instituciones de política económica norteamericana, las retribuciones de los ejecutivos de las empresas del motor en aquel país han crecido 1460% desde 1978, mientras que las de los trabajadores de tipo medio aumentaron solo un 18%. El jefe gana 399 veces lo que un empleado fijo, cuando esa relación era de 59 a 1 en 1989.
Mientras esto ocurre, el gobierno norteamericano está dando miles de millones de dólares en subvenciones para los vehículos eléctricos a las tres grandes corporaciones, pero los trabajadores de las nuevas plantas de baterías están atrapados en puestos de trabajo de alto riesgo y bajos salarios. Por eso la huelga quiere hacer de esa transición, la ventana de oportunidad para negociar las condiciones de trabajo y superar la dualidad salarial que se produce entre los nuevos contratos y los antiguos.
Es la primera huelga trilateral contra los tres fabricantes del automóvil en la historia del sindicato UAW, y además de las reivindicaciones salariales, piden el fin del sistema de empleo escalonado y pago de las horas extras, así como mejoras de las jubilaciones que se perdieron como causa de la crisis financiera del 2007/8, y mejoras para la protección de los trabajadores afectados por el cierre de plantas conforme aumente la producción del coche eléctrico.
Todas estas reivindicaciones las intentó negociar el sindicato UAW, pero no pudo hacerlo por las diferencias con cada una de las empresas.
La competencia empresarial entre fabricantes americanos y extranjeros también influye en el conflicto. Muchas de ellas como Tesla, Rivian y Lucid producen sus vehículos eléctricos con mano de obra no sindicalizada. El costo de la mano de obra en Tesla es de 45 dólares/hora y el de Toyota 55 dólares/hora. El coste laboral de UAW está en 66 dólares/hora. Con las peticiones sindicales de la huelga se pueden incrementar considerablemente.
Las movilizaciones sindicales también quieren impedir que la transición que se está produciendo en el sector lleve consigo el traslado de empleados sindicalizados del Norte del País a fábricas no sindicalizadas del Sur y peor remunerados, y por eso el compromiso de Biden con “una transición justa” es fundamental que se cumpla, tanto para los trabajadores como para los sindicatos.
Esta huelga que parece tan lejana para nosotros es la punta de lanza de un complejísimo problema que comienza a plantearse también en Europa. Con la transición al coche eléctrico, los empleos, las condiciones de trabajo y la competencia son ya distintas y ahí el movimiento sindical es fundamental.
Decía Antonio Muñoz Molina en un reciente artículo en “El País”: “El sindicalismo es una de esas herramientas anticuadas que resisten a las modas que mejor pueden defendernos contra las inclemencias del presente, y tal vez del porvenir”.