Incómoda, amarga, a veces oscura y con tintes fatalistas, así podemos describir la última película de Pablo Trapero. Uno de los máximos exponentes del nuevo cine argentino surgido a mediados de los años noventa. Sus películas, y ésta no es menos, son de corte realista, retrata gente común desarrollando actividades cotidianas y destaca las injusticias del contexto socio-económico de la sociedad en la que viven sus sencillos protagonistas. La cinta es un homenaje al padre Carlos Múgica, asesinado en 1974 cuando desarrollaba su labor en la parroquia bonaerense de Cristo Obrero, por él fundada.
“Elefante blanco” narra la historia de amistad de dos curas, Julián y Nicolás, que tras sobrevivir a un intento de asesinato por parte del ejército durante su trabajo en Centroamérica, se asientan en una barriada de Buenos Aires para desarrollar su apostolado y labor social. Allí conocen a Luciana, una asistente social comprometida, con quien lucharán codo con codo contra la corrupción. Su trabajo les enfrentará a la jerarquía eclesiástica y a los poderes gubernamentales y policiales, arriesgando sus vidas por defender su compromiso y lealtad hacia los vecinos del barrio. Y por si esta locura fuera poco, a Julián le diagnostican un tumor cerebral y se ve obligado a buscar apoyo y relevo en su amigo Nicolás. Si Julián arrastra dudas sobre su misión y siente amargura en su interior, Nicolás sufre el sentimiento de culpa y la soledad que le llevan a debatirse entre su vocación y el amor humano.
Narcotráfico y familias rotas, violencia entre bandas callejeras y tiranteces con las autoridades civiles y eclesiásticas conforman el difícil ambiente de esta pareja de sacerdotes que tienen más o menos fe en la justicia social y en la ayuda divina.
En lo que concierne a la realización, desde unos largos planos secuencia y una fotografía apagada logra introducirnos en un mundo de miseria en lo material y moral pero apenas consigue crear el drama existencial de los habitantes de esa barriada de Buenos Aires. El excesivo peso en el relato de las tensiones personales de sus protagonistas principales hace pasar a un segundo plano la situación de conflicto permanente que se vive en las calles. Lo que sin duda, era complementario en la narración, las dudas existenciales de los dos religiosos se convierten en esencial y lo esencial, la situación de injusticia social, en complementario.
A pesar de ello, no son pocos los destellos de buen hacer cinematográfico. Unido a la magistral interpretación de Ricardo Darín, uno de los mejores actores del cine actual.