Hace varios meses fui invitada por la Federación de Asociaciones y Centros de Ayuda a Marginados a una jornada técnica sobre Jóvenes y exclusión residencial. Todo un privilegio encontrarme con personas de bien que trabajan por y en favor de las personas más desfavorecidas y que se desenvuelven en la exclusión más extrema. De igual modo escuchar, en primera persona, los testimonios de cinco jóvenes, algunos con 18 años recién cumplidos, que arrastraban unas historias de vida de una dureza que impresionaba.

Hablar de este sector social es adentrarnos en una realidad desconocida e invisibilizada. Por trabajos previos realizados por el Grupo de Estudio sobre Tendencias Sociales de la UNED pudimos constatar que son muy vulnerables. Recuerdo las palabras de un profesional de una entidad social que entrevistamos en uno de nuestros estudios, cuando dijo y, cito literal: “todo el mundo se aprovecha de ellos”, “son carne de cañón”.

Precisar que ni por su aspecto, ni por su facilidad para hacerse imperceptibles a la sociedad son fácilmente detectables. No suelen acudir a la red de atención para personas en situación de “sin hogar” y hacen usos esporádicos de los recursos disponibles. Alternan pernotar en casas de amigos, con dormir en alojamientos de fortuna, siendo su adaptación a los dispositivos existentes muy difícil. Al tiempo, desde los servicios sociales públicos no ha estado prevista, hasta pocos años, la intervención con una población tan juvenalizada.

Las escasas informaciones con las que contamos apuntan hacia que hay una significada presencia de extranjeros, especialmente subsaharianos y sudafricanos. Su principal dificultad es la falta de documentación, tal como detallo una de las chicas, de este origen, que intervino en las jornadas. Sus declaraciones dejaron a los asistentes sobrecogidos, nacida en España, no fue registrada civilmente. Fue abandonada siendo una niña por su madre, por lo que a todos los efectos siempre había sido una persona en contingencia de “sin papeles”, que tuvo que “buscarse la vida”, con el apoyo de sus compañeras del colegio y, aún a día de hoy, trataba de poner en orden su documentación. Reconozco que no podía dar crédito a lo que relataba, era surrealista, pero un hecho. Por sus palabras, y por cómo se expresaba, denotaba una inteligencia y madurez más propias de un adulto muy experimentado en los gajes del vivir que de alguien de tal mocedad.  Permítanme evocarle a un jovencísimo marroquí que decidió “huir” de su entorno familiar, llevaba un año en nuestro país acogido en un centro de menores y estaba realizando diversos cursos para adentrarse en el mundo laboral. Asimismo, en mi mente rememoro a una chiquilla subsahariana, cuya vida se había convertido en un infierno por razón de otro galimatías legal sinsentido.

Sus procesos vitales obedecen a vivencias traumáticas personales, distintivamente intervienen factores familiares (elemento común entre las personas en situación de “sin hogar” en su conjunto). Los profesionales referían, en los estudios del GETS, que uno de los factores exclusógenos, clave de sus procesos, era la que calificaban como crisis del maternaje y paternaje, coligada a la individualización familiar. Especificaban que las estructuras sociales, a día de hoy, están muy desmembradas, que no hay una política de acogida del adolescente, que estamos inmersos en una crisis de valores y, en general, relegaban ese fenómeno al aumento de la desigualdad, la pobreza y la exclusión social. La interconexión de estos y otros factores, de similar envergadura hacen, a modo de “efecto martillo” que se deterioren con mucha rapidez, si bien tengan una alta capacidad de recuperación, a buen seguro, a resultas de su corta edad.

¿Cuáles son sus perfiles sociológicos?  Por una parte, jóvenes tutelados por la administración (españoles y extranjeros), o que tras cumplir 18 años en centros de menores deben abandonarlos. Según datos oficiales del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, el número de menores atendidos por el sistema de protección social a la infancia ha aumentado notablemente entre los años 2013 y 2019. Hemos pasado de 41.481 casos en 2013, a 47.493 en 2017, llegando a 50.273 en 2019. También referir los que proceden de devoluciones de adopciones y siendo adolescentes pasan a tutela; los que proceden de familias desestructuradas autóctonas y de migrantes, con graves dificultades para llegar a fin de mes, a aquellos con problemas conductuales, a jóvenes que se desenvuelven en la marginalidad y mantienen vínculos con el mundo de la delincuencia; y a los que se incluyen en el colectivo LGTBI+ (rechazados por sus entornos familiares e incluso captados por redes de prostitución).

Sus vidas son el resultado de un complejo encadenamiento de experiencias traumáticas y de pérdida de derechos que les arrastra a la exclusión social más extrema. De ahí que para analizar esta problemática multidimensional deban ponderarse factores estructurales, familiares/relacionales, individuales y culturales.

La prevención cobra especial significación de cara a reconducir sus vidas. Prevención que debe abordarse desde una doble vía: detección precoz desde el origen de cada entramado vital y desde la propia organización de los servicios asistenciales. Particularmente, actuaciones preventivas desde ámbito de las políticas educativas, las familiares, las de protección a la infancia, las sanitarias, las de vivienda, las laborales y las de inclusión social.

Por último, consignar que su “normalización” pasa por darles afecto desde el trabajo profesionalizado y entidades del tercer sector, integrándoles en espacios de confianza, apoyándoles en todas sus necesidades y requerimientos. En paralelo, ofrecerles una formación, adaptada a sus peculiaridades, que posibilite su inserción laboral.

Me quedo con la lucha de aquellos cinco excepcionales muchachos y muchachas, con sus miradas de esperanza e ilusión por encontrar su lugar y poder reiniciar su camino con tranquilidad y sosiego. Dieron una lección de madurez, inteligencia y revelaron la senda que no debemos seguir, si queremos construir sociedades verdaderamente justas, racionales y empáticas.

 

Fotografía: Carmen Barrios